*CON SINGULAR ALEGRÍA:
/ POR GILDA MONTAÑO /
Hace muchos, muchos años, existían en el centro de la Ciudad de México, unos pequeños restaurantes de chinos, que eran riquísimos. Allí se podía tomar un café con leche y espuma y unos bisquetes horneados, además de otros panes recién hechos. Riquísimos. Pero no se veían a tantos chinos rondar por las calles. Ahora, de sopetón y sin previo aviso, están –según cuentan las noticias— todos, ya invadiendo todo el centro del país.
Veo, a este grupo de chinos desinstalados, al que le han incautado miles de cosas, porque -dicen- no han pasado por la aduana; hablan de 90 mil objetos, y a un edificio entero, que les permitieron desalojar, –no sé si porque lo van a ocupar luego, o lo van a tirar, o lo van a demoler y hacer otro…–
La verdad, me da una inmensa tristeza el ver cómo ha ido evolucionando y no revolucionando la migración en nuestro país. No son los indígenas del norte del país, o del sur los que están allí. Son personas que no nacieron en México.
Además, los del INM, los ven a todos iguales. Entonces, un pasaporte de ellos, es para muchos. No los distinguen.
Y lo más triste, es que hacen todo igual a lo que hacen nuestros indígenas, y lo venden más barato. Bolsas, zapatos, huipiles, banderas, la Guadalupana; chamarras, copias exactas de pantalones, rebozos… lo que usted quiera. La copia es exacta.
En 1880 se inicia la inmigración china a México, compuesta entonces de campesinos provenientes del imperio Manchú, que se prolongó hasta bien pasada la Segunda Guerra Mundial, con un flujo migratorio que se vio continuamente aumentado y que aportó una valiosa mano de obra a la ampliación de la infraestructura básica en el esfuerzo de modernización del país. De 1940 a 1980 era muy superior el número de varones inmigrantes respecto de las mujeres, hecho que determinó la plena integración de esta corriente migratoria a la configuración de familias mexicanas.
El final del siglo XIX fue la época en que la inmigración procedente de Europa, ingleses, franceses, e italianos principalmente, adquiriera continuidad. En forma paralela al establecimiento de estos grupos se presentan otras inmigraciones, como las de los israelitas y libaneses que vendrían a complementar las actividades industriales y agrícolas.
El primer grupo de japoneses que llega a la República Mexicana en 1875, lo componían 180 personas. Sin embargo, la mayor corriente migratoria proveniente del Japón se dio a partir de 1910, año en el que gran número de japoneses cruzaron la frontera de los Estados Unidos hacia México, y se internaron al territorio nacional, donde se dedicaron en especial, al comercio. Posteriormente, las actividades con las que se distinguió esta comunidad fueron las características de la importación, comercialización y desarrollo tecnológico de artículos eléctricos y electrónicos. La mayor parte de ellos, como cada grupo proveniente, han establecido una rica tradición importantes contribuciones culturales.
El presidente Álvaro Obregón declaró en 1920 que el país debía propiciar una política migratoria de puertas abiertas como vía de enriquecimiento del proyecto nacional emergente a partir de la Revolución Mexicana.
La primera globalización económica mundial tuvo efecto a finales del siglo pasado y coincide con la plenitud del prolongado gobierno de Porfirio Díaz. La etapa del porfiriato representa el momento en que se establecen las bases del desarrollo capitalista, la construcción de vías férreas, de puertos, la modernización de la incipiente industria de la agricultura, la explotación de recursos naturales y de otra serie de bienes que requerían de financiamiento y técnica, pero principalmente de fuerza capacitada. Para lograr todo esto fue necesario que las dos últimas décadas del siglo xix se convirtieran en una época de atracción a los inmigrantes procedentes de Europa: sobre todo ingleses, franceses, e italianos, en un flujo persistente.
El gobierno mexicano registró por primera vez la entrada de libaneses al país, en 1898. El primer trabajo que ejercieron fue el de comerciantes, y tras de dispersarse hacia el interior del país contribuyeron de manera importante al desarrollo del mercado interno para los productos derivados de la actividad industrial primero incipiente y después en expansión.
Aun cuando ya habían hecho aportaciones significativas a la sociedad mexicana en el siglo XIX, no fue sino hasta 1912 que se organizó la sociedad Monte Sinaí formada por un pequeño grupo de inmigrantes del oriente cercano y de Europa meridional. Para 1918 se inicia la inmigración más fuerte de israelitas provenientes de Europa Central y Oriental, donde la crisis económica provocada por la Primera Guerra Mundial los determina a abandonar sus lugares de origen. Esta corriente cobra fuerza cuantitativa y cualitativa por lo que hace a su presencia en la vida económica, profesional y social del país a raíz, sobre todo, de los trágicos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. La comunidad israelita ha registrado un alto grado de integración efectiva a la sociedad mexicana.
A principios del siglo XX el cuidado que tuvo el gobierno para fomentar las colonizaciones dejó sus huellas. México necesitaba gente y fuerza de trabajo especializada. En ese momento lo que sobraba eran riquezas naturales. Los bienes de nuestra tierra eran muchos y se requería de brazos e inteligencias que nos ayudaran a trabajarla. Hoy es otra circunstancia. (Continuará).
gildamh@hotmail.com