¿De qué hablamos cuando hablamos de género?

Estela Casados Gonzalez

Tan llevada y traída, género se ha tornado en una muletilla utilizada cuando no se encuentran sinónimos a palabras como mujeres, sexualidad, derechos humanos (¿de las mujeres?), perversión, libertinaje, autoestima, empoderamiento o ideología, entre otras más que seguramente estamos pensando al momento de leer estas líneas.

En redes sociales y en medios impresos, esta semana vi al menos tres textos sobre “género”. Bajo formatos y propósitos varios, se escribía sobre los derechos de la población femenina, de la manera con la que se juzga el quehacer de las veracruzanas en lo público y en lo privado, o cómo el amor es un elemento que juega de manera perversa entre seres humanos.

“Frío, frío”. “Caliente, caliente”.

Sucede que cuando argumentamos ideas y propuestas apoyándonos en sustantivos desconocidos en los que poco hemos indagado, corremos el riesgo de escribir sobre lugares comunes sin dejar en claro nada. Como docente, observo frecuentemente este patrón que entrampa la expresión escrita porque inhibe la capacidad de comunicar con claridad.

¿Y de dónde surge esta palabra tan común y poco clara?

Género, uno de los anglicismos más utilizados en nuestro idioma, comienza a ser usado en la primera mitad del siglo XX con la intención de explicar que a mujeres y hombres se les educa para cultivar o inhibir, según sea el caso, ciertos comportamientos y quehaceres sociales. De ello depende la aceptación de su entorno social tanto en el ámbito privado como en el público; es un mandato que, en su disfraz de información genética, marca nuestra identidad dando por hecho que si tenemos vagina debemos de ser de cierta forma y si tenemos pene debemos comportarnos de otra manera.

El concepto comienza a popularizarse en la recta final de los años sesenta, de mano del movimiento feminista y gracias a las académicas que ahí militaban. Desde las Ciencias Sociales se investigó y analizó cómo cada sociedad moldea a los sujetos para que cumplan con el papel de hombres y mujeres, en consonancia con la genitalidad de cuerpos concretos.

Así como aprendemos los rituales religiosos, las reglas de etiqueta, lo que es lícito e ilícito, también aprendemos y reproducimos el comportamiento esperado que nos identifica como mujeres o como hombres. Música, ciencia, literatura, medios de comunicación, redes sociales, tecnología: hacen las veces de artillería cultural que muestra cómo comportarnos y nos sanciona cuando no cumplimos con el mandato que nos es impuesto. Es decir, cuando contravenimos a nuestra identidad de género.

A grandes rasgos, a esto alude el concepto. Sin embargo, cuando lo utilizamos en nuestro idioma nos encontramos con algunas dificultades.

Estaba en tercer año de primaria y en la clase de Español me enseñaron que los sustantivos tienen “género” y número. Años después descubriría que esto era una verdadera pesadilla para las personas que aprendían mi idioma como segunda lengua. Mi abuela, indígena nahua hablante, se apenaba mucho porque siempre se equivocaba con esto: las personas, animales y cosas pueden clasificarse en femenino o en masculino, así como en singular y plural. Por ejemplo: sillas, estrella, gato, caimanes. Sustantivos que aluden a objetos, cuerpos estelares o seres, tienen género y también número.

La lección recibida en tercer año de primaria poco tiene que ver con la construcción social de la diferencia sexual, pero nos da una idea de cómo atribuimos el carácter de femenino y masculino incluso a los objetos.

Qué decir cuando alude al tipo o clasificación de algo. Así tenemos a los géneros literarios, periodísticos, cinematográficos, entre otros muchos más.

Hoy en día, ya en la segunda década del siglo XXI, escuchamos sobre los Derechos Humanos de las Mujeres. ¿Por qué el énfasis? Nosotras también somos humanas y la palabra mujeres parece estar de más en esta ecuación. Bueno, porque la universalidad de los Derechos comenzó planteándose de manera excluyente. Solo se pensó en los hombres como portadores de Derechos. Uno de los “sectores” excluidos fue el de las mujeres; así surgió el feminismo europeo y el inicio de una histórica lucha para incluir a las mujeres en este nuevo paradigma.

Desde las sufragistas que lucharon por el voto femenino hasta la marea verdelatinoamericana que exige el respeto a los cuerpos de las mujeres del planeta, los Derechos Humanos son un territorio en conquista para aquellas que pensamos que merecemos condiciones de vida más justas.

Esta exigencia ha permeado a las políticas públicas, razón por la cual el Estado mexicano ha empleado el término perspectiva de género. De acuerdo con la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia para el estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, se define como “Visión científica, analítica y política sobre las mujeres y los hombres que propone eliminar las causas de la opresión de género, como la desigualdad, la injusticia y la jerarquización de las personas basadas en el género. Promueve la igualdad, la equidad, el adelanto y el bienestar de las mujeres; contribuye a construir una sociedad en donde las mujeres y los hombres tengan el mismo valor, la igualdad de derechos y oportunidades para acceder a los recursos económicos y a la representación política y social en los ámbitos de toma de decisiones (p. 8).

Es decir, desde su amplio radio de acción, el Estado debe garantizar la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, delimitar estratégicamente los mecanismos para hacerlo y sancionar debidamente cuando esto no se alcance.

Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de género? Inicialmente nos referimos a esa construcción diferenciada entre sujetos, de acuerdo con su genitalidad y a los consecuentes mandatos sociales impuestos para desarrollar una identidad determinada. No es sinónimo de mujeres, ni de liberación femenina, ni de derechos humanos de las mujeres, tal como hemos revisado en líneas anteriores.

Hagamos el ejercicio de describir y analizar los hechos por sus acepciones.

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