De vuelta a la hegemonía.

**A juicio de Amparo.

/ María Amparo Casar /

Primero, lo primero. El INE y, en este caso, los organismos electorales locales, volvieron a cumplir.

No hubo sorpresas en la elección del domingo: el partido electoral quedó 4-2. El dominio por parte de Morena y aliados de la cancha territorial se extendió. Hoy tiene la Presidencia, la mayoría simple en ambas cámaras del Congreso, mayoría en 22 congresos estatales y el mayor número de gobernadores: 22 si contamos a sus aliados. Adiós a la pluralidad.

Morena superó la marca del PRI con Peña Nieto que, en 2012, controlaba 21 gobiernos estatales, aunque no tenía mayoría simple ni en el Senado ni en la Cámara de Diputados. Peor. Morena derrotó al PRI para dejarlo en el poder con el disfraz de Morena. De los 22 gobernadores que tendrá, más de un tercio, provienen del PRI.

Haiga sido como haiga sido, la proeza de Morena no es poca cosa. Apenas en 2015, hace siete años, obtuvo su registro como partido político. En 2018, previo a las elecciones presidenciales, Morena no tenía ningún estado en sus manos. En ese año se alzó con el triunfo en cinco de ocho entidades que se disputaban. En 2019, se llevó dos de dos, en 2020 no hubo elecciones y en 2021 triunfó en 11 de 15. Ahora suma 22.

Tan impresionante como Morena, pero en sentido contrario, el PRI parece desaparecer del mapa. En 2012 controlaba 21 estados de la República, pasó a 12 en 2018, a cuatro en 2021 y a tres en 2022. Dos propios y una en coalición. A menor escala, el PRD sufrió la misma suerte que el PRI. De 2012 en el que tenía cuatro estados por sí sólo y tres en alianza con el PAN a cero (0) en 2022.

En el caso del PAN, ni siquiera cuando fue partido gobernante logró una mayoría en las gubernaturas. En su pico histórico tuvo nueve gubernaturas (sexenios de Fox y Calderón) para, posteriormente, estancarse en siete. En 2021 tenía cuatro por sí sólo y tres en alianza con el PRD y después de las elecciones del domingo se quedó con cinco.

Lorenzo Córdova, como era su obligación, declaró al inicio de la jornada electoral que: “No hay cabida para el fraude”. Siento disentir. No dudo del muy buen trabajo del INE y estoy segura que los votos emitidos se respetaron y se contaron con toda precisión. Pero eso no quiere que no haya habido fraude. Desde hace tiempo el fraude no se hace el día de la elección. El fraude se hace antes e incluye muchas conductas. La principal es el dinero sucio y en exceso, el dinero bajo la mesa, pero también la violación de normas electorales. López Obrador y su equipo de gobierno se cansaron de violarlas de manera sistemática. No fueron sólo las mañaneras. En plena jornada electoral siguió presumiendo obras y visitando las entidades federativas en las que habría elecciones. Nos guste o no, su sola presencia es muy poderosa. Para no ir más lejos, el fin de semana previo a la elección visitó Durango y el mismo día de la elección estuvo difundiendo la inauguración/supervisión del malecón en Villahermosa.

Aunque no son estrictamente comparables, en estas elecciones no se pudo repetir la hazaña de 2021 en la que la alianza PAN-PRI-PRD no sólo le arrebató al oficialismo la mayoría en la Cámara de Diputados, sino que, en conjunto con MC, obtuvo 2 millones de votos más que Juntos Hacemos Historia. Lo que sí se repitió fue el éxito de Morena que en las elecciones locales arrasó en 11 de los 15 estados que se disputaron en 2021.

Hay algo difícil de dilucidar a partir de las encuestas. Es cierto que predijeron con relativa exactitud lo que ocurriría el domingo 5 de junio, pero también es cierto que en esas encuestas se indica claramente que la mitad del electorado no se identifica con ningún partido. Mi interpretación es que o bien esos “independientes” no votaron, o bien la dupla López Obrador/Morena lograron capturarlos.

Me inclino más por la primera interpretación porque la tasa de abstencionismo (54.2%) tiende a coincidir con la de aquellos que no se identifican con ningún partido.

¿Qué explica el triunfo? Nunca hay una sola razón. Pienso que los factores centrales fueron: la personalización de los programas sociales, la figura de un presidente con gran popularidad, la intervención ilegal del jefe del Ejecutivo junto con buena parte de su gabinete en todo el proceso electoral, la mala marca de los partidos que conforman los tres partidos que se coaligaron en la alianza Va por México y la negativa de MC de acompañarlos.

Resulta desconsolador, pero en términos de prácticas, de hegemonía y de personalización del poder, México ha regresado a la época dorada del PRI.

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