/ Jorge Fernández Menéndez/
Dicen que la historia se repite, primero como tragedia y después como comedia. Quién sabe: a veces simplemente el destino nos pone frente a tragedias con el fin de que aprendamos de ellas y actuemos distinto cuando se repitan. Lo que sucede es que muchas veces no aprendemos y volvemos a tropezar con las mismas piedras.
Por muchas razones, este adelantado 2024 me recuerda cada vez más el 1994, en el que el presidente que mayor control había tenido sobre todas las variables de su sexenio, Carlos Salinas de Gortari, perdió las riendas del mismo y cinco años muy exitosos de gobierno terminaron en una crisis política, con el levantamiento zapatista y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, y, finalmente, financiera, ya con Ernesto Zedillo como presidente.
Hasta existen actores que no son los mismos, pero que juegan papeles similares en contextos muy parecidos. En primer lugar, está el proceso de sucesión: en aquellos años hubo sólo dos actores viables: Colosio y Manuel Camacho. Hoy, salvando todas las distancias políticas y de personalidad pública, Claudia Sheinbaum juega un papel muy similar al que tuvo en aquellos años Donaldo: es la candidata del Presidente y el aparato político parece volcarse hacia ella. Está también un Adán Augusto López en una baraja de tres.
Marcelo Ebrard era entonces, en 1993, un político muy joven, pero ya era la mano derecha de Camacho, que siempre pensó que él no sólo sería, sino que debería ser el sucesor de Salinas, porque juntos habían participado en la creación del proyecto político salinista. Un 28 de noviembre del 93, con Salinas en la cúspide de su popularidad, Colosio fue el candidato designado. Manuel no aceptó la decisión, pero se disciplinó, dejó el GDF y se fue a la Cancillería.
Camacho sabía (así como el presidente Salinas y otros funcionarios, incluyendo la Defensa) que se estaba construyendo un movimiento guerrillero en Chiapas. También lo sabía Colosio, que me dio información y contactos, en agosto del 93, para que levantara un amplio reportaje sobre el tema en Chiapas. Ese reportaje se iba a publicar en diciembre o enero en la revista Nexos, pero al texto le ganó el levantamiento zapatista. Lo publicamos años después en el libro De Chiapas a Colosio, el año que vivimos en peligro (Rayuela Editores, 1995). Pero lo cierto es que, por consejo del exgobernador de Chiapas y en 1993 secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, no se hizo nada porque, según le dijo a Salinas, tenía todo bajo control.
Camacho tenía otra información por su entonces relación familiar con el también exgobernador Manuel Velasco-Suárez y con el obispo Samuel Ruiz. El supuesto control se perdió el 1 de enero cuando estalló, el mismo día del inicio del Tratado de Libre Comercio, el levantamiento zapatista. A partir de allí se descarriló la sucesión e incluso obligó a aquella reunión a fines de enero de 1994 de Salinas con gobernadores y dirigentes del PRI, donde el mandatario les pidió a los asistentes que “no se hagan bolas”, que no habría cambio de candidato.
Después sabemos lo que sucedió: en Lomas Taurinas la bala que mató a Colosio acabó también con las aspiraciones de Manuel, que inició una larga travesía por el desierto que terminó dejándolo como un muy cercano colaborador de López Obrador. Todo aquel camino lo hizo también Ebrard, que no quiere que esa historia se repita: sin comprenderla y conocerla, no se entiende cabalmente por qué y cómo está actuando así en la sucesión el todavía canciller. No quiere, como dijo Messi, que otros decidan por él su propio destino.
Lo cierto es que ahora se intenta legitimar por la vía de una serie de acuerdos, un proceso que, al final, tendrá el sello presidencial, pero que ojalá esté marcado también por una cierta apertura. Esperemos que se haya aprendido del 93-94. Si hay alguien que sabe de lo costoso que fue aquel proceso, es el presidente del Consejo Nacional de Morena, Alfonso Durazo, que encabezará la sesión del domingo próximo.
Pero también hay otros factores similares, aunque hoy son adicionalmente más sombríos que entonces. Hoy, en Chiapas hay una crisis que no ve quien no quiera verla. Pero lo que tenemos no es un movimiento insurgente organizándose en la sierra y la selva, sino una presencia avasalladora del crimen organizado que está ocupando cada vez mayores espacios, ha cooptado a las organizaciones sociales e, incluso, los que fueron durante años territorios zapatistas se han convertido en espacios de disputa, muy violenta, entre cárteles del crimen organizado, sobre todo entre el Jalisco Nueva Generación, dos fracciones de Sinaloa, la del Mayo y la de Los Chapitos, y grupos del Golfo (éstos operando más hacia Tenosique y Tabasco). Cuando la lucha criminal se disfraza de lucha política y también social, los diagnósticos siempre deben ser sombríos.
Otro factor que no se tomó en cuenta en aquellos años fue el de la lucha entre cárteles del narcotráfico. No alcanzaban ni remotamente los índices actuales, pero el enfrentamiento entre los Arellano Félix, Juárez (que entonces incluía a lo que ahora conocemos como el Cártel de Sinaloa) y el Cártel del Golfo ya era cruenta, y se había cobrado víctimas, como el cardenal Posadas. El intento de influir en política también estaba vigente vía el financiamiento de campañas. La vertiente del narcotráfico ahí está, detrás del asesinato de Colosio. Y estamos hablando de cárteles que no alcanzaban el nivel de empoderamiento y violencia actual. Y si se cree que con la política de abrazos y no balazos todo está bajo control, vamos a terminar como entonces.