DELINCUENCIA

**CON SINGULAR ALEGRÍA.

/ POR GILDA MONTAÑO. /

 

Todo pasó tan rápido que ni me di cuenta. Estaba en la principal calle de Toluca, allí donde atienden el gobernador, el presidente municipal, el arzobispo, y los magistrados Lerdo, allá por el 847. Se me ocurrió llevar a lavar mi camioneta, y mientras pedí un Uber, para ir a desayunar. Eran apenas las once. Salí a la calle, junto con mi hijo, a esperarlo.

 

De repente vi a dos tipos que pasaban por la calle vacía, sin coches, sin patrullas, sin nadie cerca, a mucha velocidad. Dos arriba de una motocicleta, con casco, lentes y cubrebocas. De repente vi que los mismos salían por donde nosotros estábamos. De repente de sopetón y sin previo aviso se metieron al lugar donde estaban lavando el coche, que es bien grande, y salieron por supuesto por donde estábamos. Y se acercaron tanto y con tanta fuerza, que creí que nos atropellarían. Jalé a mi hijo, y en ese instante, el de atrás, le arrebató el teléfono a mi hijo, que traía en la mano.

 

Por supuesto se fueron en sentido contrario a todo lo que daban. La moto no tenía placas y no había un solo policía en toda la calle de Lerdo estoy hablando desde Bravo hasta Villada: después, mucho después de la Alameda.

 

Yo quiero comentarles queridos lectores qué en un segundo o pensé que nos podrían haber matado. Lo pensé y por supuesto que en ese instante yo no pude hacer nada. Grité, estaba junto a mi hijo y lo jalé hacia mí. No tuve tiempo ni siquiera, de desearles que ojalá qué después de que vendan el teléfono que se robaron, se metan toda la droga del mundo, y se mueran para siempre.

 

Ahora mismo empiezo a entender por ejemplo a esa pobre mujer a la que le mataron a su hija y estuvo mucho tiempo pidiendo apoyo afuera de una presidencia municipal y que nunca nadie la atendió, sino al contrario lo único que hicieron fue matarla también. Por supuesto No recuerdo su nombre pero sí recuerdo su cara y sus ganas de que por algún motivo y sobre cualquier circunstancia la policía de su estado le hiciera justicia.

 

Yo no puedo coincidir de ninguna manera con el presidente de la república para que en un momento dado alguien le pudiera dar abrazos y no balazos a esta gente qué no solo invadió mi paz, mi tranquilidad, ni calma y que yo nunca en mi vida había visto, ni veré jamás.

 

Ya no sé ni qué decirle a Raymundo Martínez, porque la verdad es que él me cae muy bien y yo le pido a Dios con toda mi alma que poco a poco vaya pagando las patrullas que le compró al Señor Mena y que las ponga a disposición de todos nosotros. Yo sí lo apoyé cuando era candidato, entonces merezco con toda el alma qué el voltee y tome en cuenta que la ciudadanía no puede estar sola ni desprotegida.

 

Yo no entiendo, verdaderamente no entiendo, la cantidad de tragedias que estamos viviendo en nuestro país. Que si hay una quinta venida de la pandemia; que si tienen que cerrar todas las tiendas que con un grandísimo esfuerzo han trabajado quiénes las sostienen, porque vienen los carteles de distintos lugares a apoderarse de lo que ellos llaman su derecho de piso; o si hay trata de blancas por toda la república mexicana y están mandando a las chiquitas no sé a dónde, pero deshaciéndoles la vida; o si en cada esquina hay un miserable queriendo quitarle a su semejante lo que con gran trabajo logró tener en la vida.

 

No hay un día en que yo –por de fault– ponga las noticias y no haya en el sur de mi adorado Estado de México 11 muertos, o alguna niña adentro de una cisterna –porque sus papitos lindos ya no la querían–, o algún accidente en la carretera en donde un trailero se quedó o dormido o sin frenos, y mato a todos los coches que venían enfrente de él con todo y caseta.

 

Cómo me gustaría que todos los policías este país pudieran irse a Singapur y aprender valores y virtudes. Alá no se andan con cuentos: la ley está establecida para quienes atentan contra su prójimo. Y ese prójimo puede ser usted o yo o cualquier criatura que anda en la calle jugando y no volvamos jamás a ver la luz del sol.

 

Realmente estoy muy indignada, muy enojada, devastada viendo a mi México haciéndose pedazos. Del norte a sur y de este a oeste. Ese no es el lugar al que yo amo tanto en el que he vivido los últimos 70 años de mi vida.

Ya estoy vieja pero no soy una demente. Y que me perdone Dios, pero yo no puedo darle un abrazo a alguien que acaba de atentar contra mi propio hijo.

 

Lo único que quisiera es que nunca hubiera nacido. Estás historias de vida se pueden componer y lo vengo diciendo hace 32 años, amando a las criaturas que nacen. Pero ni siquiera queremos que nazcan, entonces ese es el resultado qué tenemos y las consecuencias. Cómo odio perder mi calma y mi paz. Toluca de Lerdo, Estado de México. Gilda Montaño.

 

 

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