Democracias ineficaces .

**A Juicio De Amparo .

/ María Amparo Casar /

Estancamiento económico, frustración popular y política polarizada es el subtítulo que pone The Economist a su artículo sobre América Latina en el número dedicado al Deterioro de la Democracia (16-06-22). Tiene razón cuando dice que hace relativamente poco el futuro parecía brillante. El auge de las “commodities” trajo un crecimiento económico sostenido que dotó a los políticos de suficiente dinero para experimentar con políticas sociales innovadoras que disminuyeron la pobreza, redujeron en alguna medida –desde luego insuficiente– la desigualdad, ampliaron el sector de clases medias, mejoraron un poco los derechos humanos y parecían consolidar si no la democracia, al menos sí los procesos electorales democráticos. También registra The Economist que la mayor prosperidad junto con gobiernos más “responsivos” y más eficaces en las políticas públicas se reforzaban mutuamente.

Aun así, los avances no fueron ni lo suficientemente profundos ni lo suficientemente rápidos para contener las protestas y la legítima desesperación dadas las pobres condiciones de la mayoría. Ningún país en América Latina logró una redistribución de ingresos aceptable ni tampoco la creación de oportunidades requerida.

Aunque el camino parecía el correcto, el círculo virtuoso se revirtió demasiado pronto y fue suplantado por un círculo vicioso en el que a pesar de las promesas de los políticos –de derecha o izquierda si esos términos siguen haciendo sentido– que sucedieron a los gobiernos de entonces, América Latina emprendió el rumbo contrario con consecuencias negativas: menor crecimiento, aumento de la pobreza, reducción de las clases medias, mayor inseguridad, más polarización, retroceso en los derechos fundamentales y ejercicio autoritario del poder.

México no es ajeno a estas tendencias que, desde luego, fueron profundizadas por la pandemia, pero también por su manejo. El programa de vacunación fue bastante exitoso, pero no puede decirse lo mismo del resto de las medidas tomadas por el gobierno para paliar los efectos de la pandemia: quiebra de negocios, pérdida de empleos, retroceso educativo, empeoramiento de los servicios de salud.

Como en muchos países de América Latina, en México llegó al poder un presidente con las causas correctas, pero con políticas incorrectas. Se hizo presa de la misma tendencia: el fracaso en el cumplimiento de las promesas de crecimiento, abatimiento de la pobreza, ampliación de oportunidades, engrosamiento de las clases medias, seguridad jurídica para la inversión, reducción de las tasas de violencia y fortalecimiento del Estado de derecho. Ni los populismos de derecha –notablemente Brasil– ni la llamada marea rosa que se levanta en América Latina –México, Argentina, Chile, Perú y Colombia­– han logrado o parecen ofrecer soluciones para revertir el círculo vicioso en el que América Latina se encuentra sumida. De las dictaduras abiertas no hay nada que decir: Cuba, Venezuela y Nicaragua.

A Chile y Colombia habrá que darles todavía el beneficio de la duda, pero México, Argentina y Perú no han despuntado ni ofrecido alternativas o resultados. Los nuevos mandatarios siguen siendo presa de los males de siempre y empecinados en la implementación de políticas que han probado ser un chasco.

La prestigiada revista opina que lo que ocurre en nuestro subcontinente es una señal de alerta para el Occidente. Puede ser. Pero en las democracias avanzadas y, a pesar de los peligros que representó para Estados Unidos la administración Trump, subsisten las instituciones que frenan los excesos y caprichos que son santo y seña de los gobiernos en América Latina.

Como en “Occidente”, en América Latina la democracia electoral parece estar a salvo en el sentido de que quien llega al poder es quien recaba más votos. Pero una vez en el poder, como lo demuestran Venezuela, Nicaragua y El Salvador, y en menor medida muchos otros países incluido México, el ejercicio democrático del poder desaparece y cede su lugar a gobiernos de corte autoritario.

Pensándolo bien, y citando de nuevo a The Economist, quizá lo peor haya sido que los avances en la capacidad de las instituciones y sus burocracias –la construcción de estados profesionalizados– que se registraron, sí en el periodo neoliberal, han sido demolidas y las islas de modernidad destruidas. Junto con ello, ha desaparecido la búsqueda del círculo virtuoso que deviene no de la polarización promovida por la mayoría de los mandatarios de la región, sino de la negociación e implementación de políticas que promuevan el crecimiento como primer paso para atender las demandas sociales.

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