- Alguien como tú.
/ Gladys Pérez Maldonado./
Cada 10 de diciembre el mundo conmemora el Día de los Derechos Humanos, una fecha que remite a la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Setenta y seis años después, el documento sigue siendo una referencia ética y jurídica indispensable, pero también un recordatorio incómodo, los derechos humanos no son una conquista definitiva, sino un campo permanente de disputa. Conmemorarlos no implica aplaudir avances aislados, sino cuestionar con rigor por qué millones de personas siguen viviendo sin ellos.
La Declaración Universal nació de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, como respuesta al horror del exterminio, la tortura y la negación absoluta de la dignidad humana. Su premisa central fue simple y radical, todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, esa afirmación, aparentemente obvia hoy, fue una ruptura histórica frente a siglos de exclusión legalizada por razones de género, raza, origen nacional, condición económica o creencias. Sin embargo, la distancia entre el ideal proclamado y la realidad cotidiana continúa siendo abismal.
El sentido crítico del Día de los Derechos Humanos exige reconocer que, en muchos países, los derechos se enuncian con solemnidad en constituciones y tratados, pero se diluyen en la práctica. El derecho a la vida se ve vulnerado por la violencia armada y el crimen organizado; el derecho a la libertad, por detenciones arbitrarias y sistemas penales selectivos; el derecho a la igualdad, por estructuras que reproducen la discriminación contra mujeres, personas indígenas, migrantes, personas con discapacidad y comunidades LGBTIQ+. No se trata de fallas aisladas, sino de patrones estructurales de exclusión.
En el caso de México, la conmemoración del 10 de diciembre no puede desligarse de realidades como la crisis de desapariciones, la persistencia de la violencia de género, la precarización del trabajo y la desigualdad en el acceso a la justicia. Hablar de derechos humanos implica hablar de madres buscadoras, de periodistas amenazados, de comunidades desplazadas y de mujeres que siguen exigiendo el derecho básico a vivir sin miedo. La narrativa oficial del progreso pierde fuerza cuando se contrasta con la experiencia diaria de quienes viven al margen de la protección del Estado.
Además, el contexto global actual plantea nuevos desafíos. El avance de tecnologías digitales ha abierto oportunidades, pero también ha generado nuevas formas de vigilancia, exclusión y control. El cambio climático amenaza derechos fundamentales como el acceso al agua, a la salud y a una vivienda digna, afectando de manera desproporcionada a las poblaciones más pobres. Las migraciones forzadas, lejos de abordarse desde un enfoque de derechos, suelen enfrentarse con políticas de criminalización y rechazo. Conmemorar este día sin incorporar estos debates sería reducirlo a una efeméride vacía.
El 10 de diciembre también obliga a cuestionar la idea de que los derechos humanos son un obstáculo para el desarrollo o la seguridad, un discurso cada vez más frecuente en contextos autoritarios. Presentarlos como privilegios o concesiones debilita su esencia, los derechos humanos no dependen de la buena voluntad del poder, sino que existen precisamente para limitarlo. Cuando se relativizan, quienes pierden primero son siempre los mismos: los sectores históricamente vulnerados.
La importancia de esta fecha radica, entonces, en su capacidad de interpelar a los Estados, pero también a la sociedad. Los derechos humanos no se garantizan solo desde tribunales o instituciones internacionales; se sostienen desde la exigencia ciudadana, el periodismo crítico, la educación con enfoque de derechos y la memoria colectiva. Defenderlos implica incomodar, señalar omisiones y exigir coherencia entre el discurso y la acción.
Conmemorar el Día de los Derechos Humanos no debería ser un acto ceremonial ni un ejercicio de autocomplacencia. Es, o debería ser, un momento de balance incómodo y de compromiso renovado. Porque mientras haya una sola persona privada de su dignidad, la promesa del 10 de diciembre seguirá incompleta. Los derechos humanos no son un logro del pasado: son una urgencia del presente y una responsabilidad compartida hacia el futuro…












