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/ Por Marisol Escárcega /
¿Sabían que México es el primer país del mundo en abuso sexual contra niñas? A mí no me asombra. Me enferma una cifra así, pero hace años, digamos en la época de nuestr@s abuel@s o bisabuel@s no existía eso del abuso sexual, por el contrario, era visto como la manera romántica (perversa, diría yo) en que un hombre (mucho, mucho mayor) conseguía esposa o pareja, en su caso, casi siempre una niña.
Somos descendientes del abuso sexual. Sí, si buscamos seguramente encontraremos que a una mujer de nuestra familia un día se la robaron, la violaron y la obligaron a vivir el resto de su vida con ese hombre. Sus hij@s fueron producto de abusos sexuales.
Es fuerte siquiera pensar en esa posibilidad y much@s dirán: “No, en mi familia no pasó eso”, pero la realidad es que sí.
Durante mi niñez escuché muchas veces esa historia, los protagonistas cambiaban de nombres, pero la esencia era la misma: “A una muchacha del pueblo un día un fulano se la llevó, hizo lo que quiso con ella y luego intentó regresar con sus papás, pero no la aceptaron porque ya estaba deshonrada y pues se regresó con su marido”.
¿Ustedes conocen historias así? Historias donde se ensalzaba aquella pareja de abuel@s o bisabuel@s que vivieron felices hasta su muerte, pero donde no hubo un noviazgo ni citas para conocerse, sino un arreglo entre familias, ya que eran los padres quienes se encargaban de eso, sin importar que el hombre fuera 15 o más años mayor que la mujer. Ella 16, él 39. Ella 15, él 35. Ella 14, él 32…
Justificaban esos acuerdos con el clásico “un hombre con experiencia es mejor”, pero jamás se detuvieron a pensar que no se trataba de dos personas adultas, sino de un hombre con una niña o una adolescente, en donde no existía ningún vínculo sexoafectivo, sino simplemente un acuerdo o, peor aún, un secuestro en el que si un hombre se había llevado a la fuerza a una niña, ya no se podía hacer nada, y recibirla otra vez era impensable.
Esas mujeres casadas a la fuerza con hombres con los que nunca cruzaron ni media palabra fueron obligadas a quedarse con ellos, a ser abusadas de mil maneras. A resignarse que ésa era su vida, que ése era su marido y que esos hij@s eran suy@s, aunque, sí, hay que decirlo, no fueron desead@s.
Las mujeres que son víctimas de violencia sexual y tienen hij@s producto de esos abusos son relegadas a un lugar donde no existe la justicia, sino la resignación y la justificación: usos y costumbres o, “así era entonces”.
Esas niñas o adolescentes que fueron obligadas a casarse con alguien que no querían o que fueron raptadas en el monte o en las calles fueron obligadas a ser las esposas de su violador, a ser madres de hij@s que no deseaban y a sentir culpa y vergüenza cuando un@ de ell@s le preguntara: “¿Cómo se conocieron mi papá y tú?”.
Se nos olvida que los matrimonios infantiles vulneran de manera irremediable los derechos humanos de las menores, ya que de facto son obligadas a dejar de ser niñas para convertirse en madres-esposas, viviendo, además, con hombres que les doblan la edad, expuestas a cualquier tipo de violencia, a más embarazos con toda clase de precariedades, sin oportunidad de estudiar ni de aspirar a una vida digna.
Lo peor de todo es que estas uniones siguen ocurriendo en nuestro país, pese a que están prohibidas desde 2024, pero, de acuerdo con la ONU, México se posiciona como el octavo país con mayor índice de matrimonio infantil en el mundo. En las montañas, en las comunidades alejadas de las urbes, a diario niñas son cambiadas por dinero, ganado o terrenos, incluso a cambio de saldar una deuda. Así el nivel de deshumanización en algunas regiones de nuestro país.
En la película Los Olvidados hay una escena en la que, cuando alguien le reprocha a la madre de Pedro por qué no quiere a su hijo, ella responde: “¿Y por qué lo iba a querer? No conocí a su padre. Yo era una escuincla y ni siquiera pude defenderme”…