*Astrolabio Político.
/ Por: Luis Ramírez Baqueiro /
“Amo la traición, pero odio al traidor”. – Julio César.
En política, los deslindes no suelen ser gestos menores: son mensajes cifrados, señales de ruptura y, sobre todo, advertencias hacia dentro. El que realizó la gobernadora Rocío Nahle García este lunes, al negar de manera categórica cualquier trato, relación o amistad con el ex secretario de Gobierno, Eric Patrocinio Cisneros Burgos, tiene un peso político que va más allá de la anécdota o del rumor convenientemente reciclado.
La pregunta planteada durante la conferencia de prensa por Miguel Ángel León Carmona, director de “La Silla Rota Veracruz”, no fue casual ni inocente. Tocó una fibra sensible de la memoria reciente del poder en Veracruz: la del personaje que, durante la pasada administración, acumuló poder, influencia y una narrativa propia que hoy busca reinsertarse, de manera intermitente y a conveniencia, en la vida pública del estado. La respuesta de Nahle fue contundente: no hay nexo alguno. Punto final.
Pero en política los puntos finales casi nunca lo son del todo. El deslinde tiene sentido si se entiende el antecedente. Eric Cisneros no solo fue un operador político; fue, para muchos, el símbolo de una forma de ejercer el poder basada en la intriga, la deslealtad, la violencia, el terror y el uso faccioso de la confianza.
Y si algo se le atribuye —con insistencia en los corrillos políticos— es haber traicionado a quien, en su momento, lo rescató políticamente y lo regresó a Veracruz tras un escandaloso exilio provocado por conflictos que iban más allá de lo público y rozaban lo familiar.
Se dice que en política el peor pecado no es el error, sino la traición. Y la traición, cuando se ejerce con arrogancia, suele dejar heridas profundas. Resulta revelador que se afirme que el propio Cisneros cuestionaba abiertamente por qué apoyar a una persona “no nacida en Veracruz” para la gubernatura, cuando esa misma persona fue quien le tendió la mano, lo impulsó y lo colocó en una de las posiciones más poderosas del gabinete estatal. La ingratitud, cuando se convierte en discurso, termina siendo un boomerang.
El deslinde de Rocío Nahle no solo busca marcar distancia de un personaje incómodo; pretende cerrar cualquier intento de parasitaje político. Es, en el fondo, un mensaje claro: no habrá tutelas, no habrá herencias indeseables, no habrá espacios para quienes pretendan colgarse de una cercanía que no existe. En tiempos donde la legitimidad se construye también con coherencia, Nahle opta por cortar de tajo.
Sin embargo, lo más grave no está en la negación pública, sino en lo que queda flotando en el aire. ¿Dónde están hoy, los cientos de trabajadores, ex empleados, operadores, aduladores y soplanucas que ese personaje sembró durante la pasada administración?
Muchos de ellos siguen ahí, mimetizados con la fauna burocrática, practicando un camaleonismo perfecto: perfil bajo, lealtades difusas y nómina intacta. Sirvieron ciegamente al llamado “Bola 8” y hoy aparentan no haber servido a nadie.
Ese es el verdadero reto del nuevo gobierno: no solo deslindarse del personaje, sino desactivar las redes que dejó incrustadas en la estructura del poder. Porque los hombres pasan, pero los vicios permanecen si no se les nombra y se les enfrenta. El deslinde ya se hizo en el discurso. Falta verlo reflejado en las decisiones, en las depuraciones y en la ética del ejercicio público.
En política, la traición se paga. Pero la simulación, si no se corrige, se hereda. Y Veracruz ya ha heredado demasiado.
Al tiempo.
“X” antes Twitter: @LuisBaqueiro_mx












