La película representa un lavado de cara para Mattel y una leve demolición del patriarcado muy bien controlada. Pero se convierte exactamente en aquello que critica: empoderarse no es lo mismo que tener poder de verdad.
/ Adriana T /
No tenía la menor intención de ir al cine a ver Barbie. Ni ninguna otra cosa, en realidad. En primer lugar, desde el advenimiento de las plataformas de streaming resulta completamente imbécil apoquinar casi ocho eurazos por un asiento en una sala abarrotada y con el aire acondicionado flojito para ver una película que no puedes pausar cuando quieras, ni escuchar al volumen que te resulte más cómodo. Sé que me estoy haciendo vieja porque me he descubierto un nuevo achaque: el sonido envolvente me da dolor de cabeza.
El segundo motivo es que Barbie no me llamaba nada la atención. En oposición al viaje que han tenido que realizar otras mujeres, reapropiándose de la feminidad a la que les forzaron a renunciar para ser tomadas en serio, yo nunca he renegado del rosa y la purpurina. Si en su día la hoy primera ministra italiana Giorgia Meloni declaró tener “una relación serena con el fascismo”, yo estoy totalmente en paz con las cosas de chicas desde hace décadas, aunque a menudo me interesan menos de lo que hago parecer. Jugué con barbies –no siempre las originales de Mattel, existían copias de precio mucho más asequible– que me hicieron muy feliz en mi niñez, pues era la única muñeca que representaba una mujer adulta con una vida libre e independiente. Pero cuando crecí y tuve en mis manos mi propio destino, perdí paulatinamente y sin dramas la necesidad de proyectar en un juguete mis ansias de autonomía, sin llegar a atravesar nunca la fase “odio el rosa” con la que tantas mujeres estarán más que familiarizadas.
Lloriqueos, malas críticas, señores indignados abandonando la sala a mitad de la proyección. Eso sí que captó mi atención
Así que, como digo, la peli de Greta Gerwig no me interesaba mucho, pero entonces escuché que no pocos hombres se estaban sintiendo insoportablemente heridos después de ir a verla. Lloriqueos, malas críticas, señores indignados abandonando la sala a mitad de la proyección. Se dice que, en países como China, las jóvenes están animando a sus amigas a llevar a sus novios al cine para observar su reacción a la película y evaluar si merece la pena seguir en esa relación. Eso sí que captó mi atención de inmediato. Error mío, ya lo adelanto. Siempre se me olvida lo terriblemente fácil que es ofender a un varón cishetero promedio. Muy mal se me tiene que dar para que esta reseña, de hecho, no suscite alguna queja.
Total, que me escapé al cine y fui a verla apenas una semana después de su estreno. Todo un récord para mí, que siempre descubro todos los grandes éxitos comerciales al menos una década o dos después de su lanzamiento. Tenía curiosidad genuina por ver las reacciones al fenómeno Barbie en directo, más que por la propia película en sí. Tengo que decir que, aquí en el norte, lo de las mujeres acudiendo al cine con el total look rosa no está sucediendo. En Pamplona somos gente muy sobria, solo hacemos cosplay en sanfermines y cuando gana Osasuna. El público era exactamente el que esperaba: muchas chicas adolescentes, madres con sus hijas pequeñas, alguna familia completa y un simpático grupo de muchachitos varones de unos quince años que vinieron al cine en traje. No tuvieron narices de ponerse corbata, estábamos a 31 grados. La sala estaba llena, pero sólo vi a una niña de unos doce años vestida de rosa. Otra adolescente lucía una manicura con purpurina. Una de las madres se había ataviado con una camiseta en color fucsia a juego con la de su hija. Y ya, eso fue todo.
El mensaje feminista que tantas ampollas está levantando se encuentra a la altura de pedir el sufragio universal y poco más
No sé cómo hablar de la peli sin incurrir en spoilers, aunque da un poco igual porque creo que ya la ha visto todo el mundo. En general me pareció entretenida, un poco lenta y sobreexplicada en algunos puntos, mientras que otras cuestiones exigían una suspensión de la incredulidad muy superior a la habitual debido a la falta de coherencia interna. La estructura del guion es la propia de las pelis infantiles, pero el mensaje es para adolescentes y los chistes para adultos. Un mal combo en mi opinión, aunque está siendo un tremendo taquillazo, así que es evidente que quien carece de visión comercial aquí soy yo. Tuve unos instantes de estupor cuando noté que nadie en la sala pareció pillar la brevísima referencia a Proust, lo que me hizo sentir por un momento como uno de esos profesores cascarrabias de educación secundaria que llevan cincuenta años llorando porque las nuevas generaciones son más incultas que nunca por culpa de esas pantallitas del demonio. Luego recordé que estaba viendo un taquillazo veraniego intrascendente en una sala repleta de menores de edad, y en consecuencia la única desubicada allí era yo.
Pero vamos al lío. El mensaje feminista de la peli que tantas ampollas está levantando se encuentra a la altura de pedir el sufragio universal y poco más. Las mujeres –y las muñecas– de Barbie sufren esencialmente dos problemas: no consiguen gustarle a todo el mundo y sus vidas no son perfectas. De hecho, esa es básicamente la moraleja de la historia, que las mujeres tenemos derecho a ser seres humanos con arrugas y celulitis, y que podemos reírnos un poco de las sandeces de los hombres. No lo veo mal si tienes doce años, pero con catorce ya se te empieza a quedar corto.
Hablemos del asunto de la belleza: la falta de inclusividad y representatividad –limitada a mostrarnos a mujeres con diferentes tonos de piel, un par de señoras mayores, una Barbie punky que tiene su propio arco en la historia para poder ganarse la aceptación de las demás y una única Barbie gorda– es sorprendente para una película que, en teoría, venía a traernos un potente mensaje feminista. Esta ausencia no puede excusarse por exigencias del guion –sí, las Barbies son todas iguales y perfectas, ya lo sabemos– cuando constatamos que las mujeres del mundo real son tan guapas, delgadas e intachables como las muñecas. Al colectivo LGBTI se le lanzan guiños tan lejanos que dudo que cuenten como tales.
La Regina George de 2023 resulta ser una quinceañera woke que viste de negro, se esfuerza por evitar usar lenguaje capacitista y acusa a Barbie de ser una fascista
Si en la memorable Mean Girls (Mark Waters, 2004), las divinas, comandadas por la temible Regina George, recordaban precisamente a un ejército de barbies, la Regina de 2023 resulta ser una quinceañera woke que viste de negro, se esfuerza por evitar usar lenguaje capacitista y acusa al personaje de Margot Robbie de ser una fascista que alienta al consumismo sin pensar en las consecuencias que esto tiene para el planeta. No deja de ser curioso que el único mensaje más o menos combativo lo lance en tono satírico una chiquilla desnortada que, junto con sus amigas, recuerda a una muñeca Bratz –dicen que la referencia es totalmente deliberada–, y que termina abrazando el rosa y las maneras suaves cuando descubre que el patriarcado está poniendo en peligro Barbilandia.
Por lo demás, más allá de que los hombres son unos inútiles, emocionalmente incompetentes, expertos mansplainers (vale, sí, lo de El Padrino me hizo soltar una carcajada) y acaparadores que roban el poder político, el dinero, los hogares y el fruto del trabajo de las mujeres, el mensaje feminista está completamente domesticado. La armonía y el amor se imponen por encima de la lucha, la justicia, la reparación y el reconocimiento. No hay ni un solo conato de furia entre las mujeres: esto es Mattel, señora, no la asamblea autogestionada del barrio. Ellos tienen su propio arco de redención y al final se les perdona todo. Tanto las muñecas como las mujeres soslayan toda la mierda que los hombres les tiran porque, pobrecitos, ellos también están confusos con la masculinidad que les ha tocado vivir y no saben cómo enfocarla de manera adecuada y sin dañar a nadie.
No voy a renegar de algo que está haciendo felices a muchas mujeres y niñas en el mundo entero. La peli está bien y es divertida si no esperas nada. Pero salí de allí con la sensación de haberme tragado un producto creado por chicas y para chicas que, sin embargo, en ningún momento logra emanciparse de la mirada masculina. Representa un lavado de cara para Mattel, una leve demolición del patriarcado muy bien controlada, un cambiar todo para que nada cambie. La película fracasa en su intento de reírse de sí misma porque al final se convierte exactamente en aquello que critica: el feminismo de Barbie no es feminismo y empoderarse no es lo mismo que tener poder de verdad. Por muy conmovedora que resulte la escena en la que la protagonista habla con la anciana nonagenaria en la parada del autobús –no, la señora no es Barbara Handler, sino Ann Roth, una reconocida diseñadora de vestuario que llegó a ganar un Oscar–, la sororidad empalagosa que propone Barbie no es una solución real para nuestros problemas. Si acaso podría servir como punto de apoyo desde el que empezar a educar a las generaciones más jóvenes. Cuando salí del cine ya la había olvidado por completo.
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