DETRÁS DE UNA GRAN MUJER…

  • Estela Casados
A la par de los resultados en los pasados comicios del 2 de junio, nos percatamos de que lo más polarizado del proceso estaba por venir. Uno de los temas que animan esta polarización consiste en un prejuicio añejo y por demás vigente en nuestro país: la creencia popular de que las mujeres somos incapaces de tomar decisiones y de ejercer el poder formal. Y cuando ejercemos esta posibilidad es porque estamos alimentadas por un despotismo brutal que nos permitió romper un “techo de cristal” cuyos añicos hacen daño a todo mundo, incluso a nosotras mismas. Es decir, no estamos hechas para la política ni para entender al poder. Siempre necesitamos a un mentor, maestro, amigo, amante o padrino mágico para que nos indique el camino correcto.
De acuerdo con esta creencia popular, los hombres parecieran no tener dicha incapacidad. Al contrario, siempre sabrán conducirse en los pantanosos caminos del liderazgo político, sin ser títeres de nadie e imponiendo su voluntad y calificada visión de las cosas.
“Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”, reza un refrán popular que nos da licencia para asomarnos a la vida personal de algún político que exhibe a su esposa como si fuera una secretaria calificada que le procura una vida casera confortable, que lo acompaña, lo hace feliz y que algunas veces se hace cargo de esos temas “sin importancia” cercanos a “la caridad” o al “asistencialismo”.
En suma, y tal como sentenció Aristóteles hace miles de años, el hombre es un animal político. Desde luego, las mujeres escapan a ese supuesto genérico que jamás pretendió incluirlas porque nunca las vio. Así eran los griegos, muy parecidos a esta sociedad moderna.
Más tardó Guadalupe Taddei Zavala, Consejera Presidenta del Instituto Nacional Electoral (INE), en anunciar cuál era la tendencia del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) que perfilaba a Claudia Sheinbaum Pardo como virtual Presidenta de la República para el sexenio 2024 – 2030, cuando ya había una multiplicidad de profecías revestidas de análisis político que auguraban la irremediable imposibilidad de que la primera mujer que ocuparía el encargo más
alto y honroso del país, pudiese escapar a la poderosa influencia del líder carismático más importante de las últimas décadas, sino es que del último siglo.
Desde la comicidad involuntaria, pasando por el estupor misógino travestido de análisis político de alto nivel, las mesas de opinantes borraron de un plumazo la trayectoria política y amplia experiencia como funcionaria pública de la ganadora de las elecciones presidenciales de 2024. Fue reducida a un títere, a una marioneta inerte que solo cobraba vida para manifestar la voluntad del otrora Mesías Tropical.
Al menos dos cuestiones llaman la atención de este hecho particular. La primera fue observar la manera en que el machismo encarna tanto en hombres como en mujeres. De fondo y por mucho, la descalificación no obedecía únicamente a diferencias político partidistas o a la supuesta impericia política de la Presidenta electa. Sino que se le considera un sujeto sin capacidad, sin poder y sin futuro. Y es justo así como observamos a las mujeres en este país. Eso me heló la sangre: el desprecio hacia las mujeres está tan arraigado que ni cuenta nos damos cuando lo proferimos y lo justificamos ampliamente para que tenga validez y, por tanto, potencia.
Por otra parte, se pretendía hacer análisis sobre la figura presidencial próxima sin observar detenidamente lo que había pasado en las urnas. Es decir, mientras desde las mesas opinadoras y desde las redes sociales se descalificaba a una mujer, no se entendía que casi el 60 por ciento del electorado que se volcó a las urnas la legitimó de tal manera que llenó de sorpresa hasta al partido político (así como a sus rémoras) que la impulsó.
¿Por qué a través de casi 36 millones de votos este país machista le dio un triunfo arrollador a una mujer? ¿Cómo es posible que un país donde asesinan a diez mujeres cada día se haya volcado a votar por una candidata? Que si la intromisión presidencial, que si el clientelismo de los programas sociales, el acarreo, los pejelovers, parecen ser las respuestas más socorridas. Desde luego, este hecho no lo podemos entender sin mirar lo que ha sido la economía del país en los últimos tiempos; por ejemplo, el incremento al salario mínimo del que depende la gente que trabaja y hace andar al país diariamente.
Más allá de nuestras filias y fobias, entendamos que la presencia masiva de las personas que integramos el padrón electoral se debe a una multiplicidad de factores, pero seguro que el machismo no nos deja ver las razones de peso que provocaron los resultados que tenemos hoy en día. ¿Somos las mujeres seres políticos confiables para el electorado, con proyectos y promesas de un futuro fiable? ¿En el imaginario social hemos dejado de ser patiños y acompañantas de un gran hombre? Ya lo veremos. Hace rato que la población dejo de dar cheques en blanco.
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