FRANCISCO RODRÍGUEZ
El miedo y el odio son dos sentimientos paralelos y concurrentes. Para que el miedo se convierta en rechazo es preciso un proceso mental que anule la compasión y la empatía. Este proceso lo proporciona la ideología de cada individuo y se activa cuando señala a los pobres como culpables de su pobreza.
Cuando se afirma que la pobreza no es fruto de unas condiciones estructurales que dejan a muchos en la cuneta, sino el resultado de una indolencia, un error individual o una culpa personal. En esas circunstancias, los pobres son percibidos como una amenaza. Todo ocurre en un momento de mayores desigualdades.
El odio a los pobres, la aporofobia, es lo que alimenta el rechazo a migrantes y refugiados. No se les rechaza por ser extranjeros, sino por pobres. Nadie pone reparos a que un jeque árabe se instale en un país europeo, ni a facilitar la residencia a un junior famoso.
Los yates atracan sin problemas en la costa azul del Mediterráneo, mientras las pateras de negros se hunden tratando de alcanzarla. A Donald Trump no se le ha ocurrido poner un muro en el norte, en la frontera canadiense, sino en el sur, en la frontera con México.
El odio al pobre se expresa también con los excluidos y marginados del propio país. Por su situación de exclusión son los más indefensos. La recesión económica ha exacerbado el miedo a la pobreza porque ésta nos ha hecho ver a todos que somos tan vulnerables como cualquiera. Que el mejor puede quedarse en la calle cualquier día de éstos.
La SRE condena el resultado, pero no las causas de la matanza
La aporofobia es el fenómeno de moda. Está en el origen de la xenofobia y del racismo que azota al mundo occidental, incentivado por dirigentes sin escrúpulos, que todavía creen haber sido escogidos por un proceso divino de selección natural.
Detrás de todo odio hay miedo. Eso no tiene reversa, pero eso ocurre con mayor fidelidad en las naciones ricas. Entre nosotros los pobres y en las regiones marginadas de los países industrializados, ocupamos un lugar especial en la producción y exportación de violencia. Ambas regiones estamos ampliamente identificadas.
Nada justifica el discurso del odio que Trump sembró entre sus fanáticos WASP, los que lo empoderaron y todavía buscan el reintegro de la reelección. Los 30 muertos y las decenas de heridos en un centro comercial de El Paso retrata todo el contorno de los enfermos raciales, de los poseídos por el miedo a perder privilegios.
Entre los mexicanos causa indignación. Los boletines de la Secretaría de Relaciones Exteriores no pueden ser más explícitos: se condena el resultado, pero no las causas. Es obvio, ante la avaricia del reconocimiento, ante la reiterada espera de la bendición de los primos.
Se avecina una novedosa avalancha de violencia, odio y miedo
Sin embargo, es también la hora de voltear hacia adentro. Antes de que nuestro miedo se contagie de odio. La incesante producción de miseria en nuestro país convoca a indignación, más que a prevención, pues para esta última no hay casi para dónde hacerse.
Ya de nada sirve saber que con las actuales circunstancias se avecina una novedosa avalancha de violencia, odio y miedo social sin parangón histórico. Estamos, como siempre, a la proverbial intemperie. Galerías completas de indeseables, modelos avanzados de delincuencia organizada y sicarios con envidiables habilidades nos acechan.
Nadie está a salvo. A partir de ya, por el crecimiento exponencial del hambre y ante la cerrazón de las posibles salidas a este devastador cochinero de impericias e iniquidades, aparecerán nuevos actores, más violentos y desesperados. Francamente de miedo.
Una nueva generación de desalmados sin futuro posible que harán parecer niños de teta a los carteles de narcotraficantes coludidos con el sistema, secuestradores, trasegadores que nos asolaron hasta hoy en la mañana, están por aparecer en la vitrina de las rarezas.
Producción de miserables + sarta de errores = caldo de cultivo
Aunque usted no lo crea, ya hay regiones violentas en el país donde, para poder sobrevivir, se venden a los hijos en las carreteras con los trashumantes, o se acuerdan en 300 pesos balazos letales en la nuca, que antes se cotizaban a cambio de muchos miles de pesos y pistolas nuevas.
Y esa es la obvia respuesta de una sociedad abandonada y en la marginalidad a un sistema político, económico y social que se resiste al cambio, que no está ofreciendo una sola alternativa a los reclamos de las mínimas necesidades de sostén de la inmensa mayoría. Es el problema de confiar el poder a personajes muy mal equipados.
Todo nuestro país es un polvorín. Pero la gente que tiene en sus manos la decisión para atacar la pobreza prefiere pasar como pánfilos. La producción de miseria no deja trabajar a ninguna hora. La sarta de errores tampoco. El caldo de cultivo está servido.
Y todo por no haber establecido desde el primer día los compromisos fundamentales del nuevo régimen con los desesperados. Todo por privilegiar el festín de ocurrencias y las moralinas administrativas, sazonadas con sabor a revanchas y a resentimientos.
A México y a EU nos unen el odio y el miedo a los pobres
Los nuevos mandamases no están atrás de un escritorio, sino detrás de un arma, cualquier arma, y despliegan poder. ¿Cuál? El único que existe en una sociedad desollada por la desigualdad: el poder de matar.
En Estados Unidos, jóvenes neonazis y magnicidas erosionan un sistema fincado en los cimientos de odio. En México, las autoridades hacen mutis frente a la pobreza. En los dos países hay un fermento de odio nacido del miedo. Sólo hay que identificar las causas. No nos une nada más el T-MEC.
Nos unen todas las injusticias de la desigualdad y del abuso con los pobres.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, confirmó que el responsable del tiroteo indiscriminado que hasta el mediodía de ayer había cobrado 22 víctimas mortales, un joven blanco de 21 años, fue el autor de un manifiesto publicado poco antes del ataque en el que critica “la invasión hispana de Texas”. Ambos, el imbécil que disparó y el imbécil que desde la Casa Blanca alienta a otros como él, desconocen que Texas fue invadido por los WASP. Que formaba parte de México. Que nos fue arrancado a la mala. Pero…
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