Diario Reforma difunde una crónica del primer recorrido comercial del Tren Maya #NoLoVaACreer

17.12.2023 Camncún.- Causa sopor y aburrimiento el Tren Maya titula su nota Jorge Ricardo en el diario Reforma de este sábado ante la expectativa que se dio el primer viaje comercial de Campeche a Cancún el 16 diciembre.

“El primer viaje abierto al público que realizó el Tren Maya se caracterizó por el calor, aburrimiento y la lentitud, según los pasajeros”, refiere el pie de foto del carísimo Tren Maya, que si alguien pensó sería eléctrico, la situación es que no, es de diesel finalmente.

Las críticas a lo largo y aburrido del viaje fue comparado con el tiempo que se hace en camión donde el precio es menor e incluso el aire acondicionado es mejor. Además no hay largas esperas en cada parada.

De acuerdo a las distancias un viaje por carro de Campeche a Cancún son de 6 h 10 min (477.5 km) por Carr. Costera del Golfo E y Kantunil-Cancun/México 180D . En autobús de 7 a 8 horas y el precio es de 1000 a 1200 pesos, y en el tren Maya cobran de mil 863 pesos y mil 161 los turistas.

8 horas de ver la devastación de la Selva por la ventana, de sed, pues ni agua hay para comprar, de una decepción que incluso hizo que algunos se bajaran para regresar. Horas de una alegría fallida porque hay quienes pensaron que se haría historia con la idea genial de su jefe político.

Los ganones si, los que compraron terrenos (entre ellos los militares) para hacer hoteles al paso del trenecito Chu Chu, como diría Manuel Bartlett.

La Crónica de REFORMA en la pluma de Jorge Ricardo.

“Una pareja de novios con playera y gorra del Tren Maya dormía en sus asientos turquesas del primer viaje abierto al público. Habían salido de Cancún a Campeche a las siete de la mañana, pero cuatro horas más allá se arrepintieron; se bajaron y se mudaron al tren de regreso que tenía una hora parado en Mérida, en espera de que pasara el otro.

Adentro, decenas de pasajeros, acalorados, aburridos y desesperados también dormían, miraban impasibles el monótono horizonte afuera o estiraban las piernas en los pasillos, mientras la máquina avanzaba con su lentísimo rumor de roce de rieles.

A pesar de la polémica de su construcción sin los permisos ambientales, del escándalo de su costo, más de 500 mil millones cuando iba a costar menos de 200 mil, y de las porras y gritos con que fue abordado, el primer recorrido público, de Campeche a Cancún, fue absolutamente aburrido, con una velocidad promedio de 89 kilómetros por hora que bajaba hasta los 29, más lento que los camiones que rebasaban por la autopista.

“¡Aquí nos vamos a quedar hasta navidad!”, exclamó la promotora de una agenda turística que se había quejado de que los asientos no son reclinables.
Ahora pasaba del mediodía. Iban cinco horas de viaje desde las 07:13 de la mañana. Una larga y apretada fila había agotado los combos de baguettes de 305 pesos, el café con leche de 120, las cervezas de 48, los mazapanes de 35 o el agua de 33. Una puerta del baño se había descompuesto y en los otros baños se escurría el agua de los lavabos. Más de uno comenzó a pensar en lo que nadie, ni el Presidente Andrés Manuel López Obrador, único autor de la idea de la obra, habrá pensado: el viaje por el verde horizontal de la selva es un túnel de horas, aburrido y monótono.

“No hay nada que ver, nada que ver, puro verde, verde, por eso ya no quisimos ir hasta allá porque serían ocho horas de ida y ocho de regreso y regreso en camión, mejor nos regresamos”, dijo el novio que llevaba una playera blanca del Tren Maya que le habían regalado en Cancún. Su novia seguía durmiendo con la frente y los brazos en la mesa reclinable.

Por las ventanillas se veían además montones de tierra, obras inconclusas, pasos bajo las vías sin terminar, torres para la energía eléctrica sin ningún cable, la selva devastada. De las 14 estaciones que recorrió el tren, solo tres tenían señalizaciones, el único rastro eran los adioses que lanzaban los obreros con chalecos anaranjados y los automovilistas que bajaban la velocidad para despedir a los pasajeros.

“Se ven más felices los de afuera que los de adentro”, resumió un acalorado hombre de barba y gorra en el último vagón, con 68 asientos, pero la mitad desocupados.

La mañana estaba más cerca de lo que parecía. A la estación de San Francisco, en Campeche, donde el Presidente había inaugurado un día antes el primer tramo, 632 kilómetros del total de mil 554 prometidos, los pasajeros llegaron desde antes de las seis de la mañana, cuando la terminal estaba cerrada.

En el estacionamiento sin luz, un empleado informó que el viaje sería directo, sin detenerse en las 12 estaciones intermedias porque no estaban terminadas y calculó un tiempo de recorrido de 5 horas con 40 minutos. Agregó que ya estaban agotados los boletos hasta el lunes para los cuatro viajes iniciales, Cancún-Campeche, Campeche-Cancún, a las 07:00 y 11:00 horas.

Adentro, en la estación no había ningún local comercial, tampoco computadoras en las taquillas, había sillas de plástico en las salas de espera, anuncios amarrados con lazos y charcos de agua en andenes. Los trabajadores contaron que por la noche habían surtido el agua con pipas.

Pero entonces todo era emoción, alegría, la esperanza de los fanáticos de López Obrador que consideran brillante cualquier idea suya. “Imagínese, estar en el sueño de un gran hombre, de un hombre histórico, en una de sus obras emblemáticas”, dijo Margarita Victoria Sánchez, de 62 años, que logró comprar boletos en primera clase, de mil 863 pesos (mil 161 los turista), para festejar los 87 años de su madre.

“Vinimos a hacer historia”, dijo en la puerta del vagón Amancio Vilchis, “El Indio”, un tijuanense con sombrero de palma y traje indígena que cargaba dos banderas de México y arrastraba una maleta. Cuando arrancó el tren de cuatro vagones sonaron los gritos: “¡es un honor estar con obrador!”

Tres horas después, el verde monótono corría afuera. Un joven chino que vive en la Ciudad de México abortó el viaje en la primera pausa, en Teya, en Mérida, Yucatán. “Bien, muy bueno, muy bonita experiencia, pero muy lento”, dijo sujetando su maleta negra.

La pausa en Mérida sería de dos minutos, luego de 20 y finalmente fue de una hora y 20 con el aire acondicionado a su menor capacidad que humedecía la frente. La ruta tiene una sola vía y había que esperar el tren que salió desde Cancún. Había retraso, pero todavía ánimo y el director de la empresa Tren Maya SA de CV, el militar Óscar Lozano Águila, se acercó a saludar y a tomarse fotografías.

El General explicó que en Campeche por falta de transporte no llegaron todos los 221 pasajeros. Que por ahora tendrán cuatro viajes en total, que en enero recibirán otros dos trenes, y meterán horarios de 07:00, 09:00 y 11:00. Los recorridos nocturnos serán para trenes de carga, aunque analizan si podrían meter los viajes largos cuando por fin estén los mil 554 kilómetros de toda la ruta.

Amable y sonriente el militar, hasta que le preguntaron por las obras inconclusas a la vista. Dijo que eso lo tendrían que acabar cada constructora, luego atajó con que en cualquier obra los trabajos son eternos. “¿Has visto algún lugar donde no haya trabajos?”, fueron sus palabras. Y finalmente atacó: “Yo creo que tus preguntas no están bien direccionadas”.

La segunda pausa, en Valladolid, también duró 40 minutos y todavía hubo una más en la última estación, en Leona Vicario, también por el cambio manual de la vía.

“¿Yo siento un bochorno, no lo sientes?”, preguntó antes de las cinco de la tarde un hombre de camisa a rayas desesperado. Habían pasado ocho horas adentro del tren. No había agua, café, comida, mazapanes. El snack estaba cerrado. El fastidio había acabado con el sueño.

Un youtuber fanático de López Obrador organizó las porras para el Presidente, y así entró el tren a Cancún, 9 horas y 28 minutos después, cerca de las 17:30 horas, con gritos de “¡es un honor estar con Obrador!”. El tren llegaba de una oscuridad a otra.

La estación sigue inconclusa, faltan columnas, trabes, techados, escaleras, taxis, brota el agua en el espacio donde deberán colocar durmientes y vías, pero de nuevo a nadie parecía importarle. Cerraban los ojos ante la evidencia. Muy bien, muy bien, excelente, excelente, ni me di cuenta de cuánto nos tardamos, decían, buscaban cómo dejar la estación a toda prisa.