Distinguir las sombras en el mundo.

Liébano Sáenz

El día más corto del año -en el hemisferio norte-, que por consecuencia se acompaña de la noche más larga, ocurre -con arreglo al calendario gregoriano- en el mes de diciembre. El solsticio de invierno, conlleva un simbolismo milenario de paz, descanso e introspección ante el advenimiento de la época más fría y oscura del año. Para las sociedades agrícolas, la llegada del invierno tenía una doble dimensión: por un lado, traía grandes calamidades a causa del inmenso frío, que, tal vez está por demás mencionarlo, podía poner la vida en jaque. Y por el otro, era el momento de gozar todo lo trabajado durante el año, después de la gran cosecha de otoño. La llegada del invierno era el momento de compartir y descansar.

No obstante, el simbolismo que acompaña la llegada del invierno, está cimentado en la lucha eterna, que libra la luz contra la oscuridad. Donde la primera, representa la esperanza y la fortaleza frente a las adversidades que suceden bajo el manto que cubre nuestros ojos. El miedo a la oscuridad es ancestral, nos evoca peligros, pues obnubila uno de los sentidos fundamentales para la supervivencia: la vista. No en vano las luces se han asociado durante milenios a la razón, permitiéndole, a quien sale de la cueva -así, como en la caverna platónica-, distinguir las sombras de un mundo que antes era incapaz de vislumbrar. Asimismo, las luces han sido el estandarte combativo de las artes y la ciencia contra la represión, la ignorancia o la negligencia. Represión, a la que los ilustrados llamaron, no por casualidad, oscurantismo.

La luz, además de ser paladín inquebrantable de la ilustración, es el símbolo de las fiestas del solsticio de invierno. De la tradición judía, el 25 de Kislev se celebra durante ocho días consecutivos Janucá, la llamada fiesta de las luces. Janucá, es la conmemoración de un milagro, pues según el relato, después de que los guerreros judíos lucharon contra Antíoco, volvieron al templo Sagrado de Jerusalén para darse cuenta, solamente, de que había sido profanado. Se cree, que cuando iban a encender la Menorá, el aceite restante sólo alcanzaba para conservar la llama viva por un día, pero contra todo pronóstico, se mantuvo ardiente a lo largo de ocho días consecutivos, tiempo suficiente para remplazar el aceite. Janucá es una conmemoración de libertad e independencia, que marca la emancipación del pueblo judío, sometido por largo tiempo a la opresión griega.

En el día más corto del año, encender la luz significa alargar el día. Evitar ser consumido por la oscuridad y defenderse de los peligros que esta supone. Análogamente a Janucá, Navidad celebra la maravillosa luz que, en este caso, anuncia el nacimiento de Cristo, por medio de la estrella de Belén, que, a su vez, indicó el camino el día de la epifanía, cuando los Reyes venidos de Oriente pudieron encontrar el pesebre, gracias a la luz resplandeciente en el cielo. La luz, es al mismo tiempo, fuerza contra la oscuridad; amparo contra el temor; guía en medio de la incertidumbre y protección contra todo peligro. Las luces se prenden en Janucá y en Navidad para disipar las tinieblas que llegan con el invierno.

El invierno en nuestros días no es solamente una estación, es algo más que eso: nos acompaña a lo largo de todo el año, cubriendo con oscuridad la vida. Las guerras, el autoritarismo, el abuso de poder, la miseria y explotación humana, la corrupción, las enfermedades y las epidemias, la desigualdad -que se traduce en desesperación-, la violencia en todas sus manifestaciones; son todas muestras de penumbra. Pero, al mismo tiempo, así como la oscuridad se propaga todos los días por todo el mudo, también la luz, incansable, la combate.

Sin embargo, existe, también, la paz, la democracia, la justicia. Existen instituciones y personas comprometidas que luchan todos los días del año para resguardar, a capa y espada, a los más débiles; para generar un mundo cada vez más igualitario. Para asegurar la prevalencia de nuestros recursos naturales. Aunque abunda la censura; se alzan, para combatirla, las voces libres que iluminan a otros, como si fuera la estela de una estrella que evita el hundimiento en la ignorancia y el oscurantismo. Existen personas trabajando día a día por nuevos y mejores adelantos médicos y hay, en cada parte del mundo, un ser humano que lucha por la paz. En este momento, hombres y mujeres ponen su vida en riesgo para salvar a otros. Esa parece ser la constante: la lucha de la luz contra las tinieblas. Encendamos, pues, para los tiempos venideros, una luz perenne, que ilumine nuestro porvenir y el de las generaciones futuras. Feliz 2020 a los generosos lectores de esta columna, que vengan muchas bendiciones, hoy y siempre, para cada uno de ustedes y sus seres queridos. Les quedo muy agradecido por el tiempo de sus sábados dedicado a la lectura de este espacio.