*En un país con más de 126,000 personas desaparecidas, según cifras oficiales, la memoria no es solo un acto de recuerdo, sino una forma de resistir al tiempo y a la incertidumbre.
/ Ana Langner Leyva /A dónde van los Desaparecidos/
Si Fernando Oseguera Flores pudiera decirle algo a su hijo, lo resumiría en dos palabras: “Te seguiré buscando”. Desde el 10 de febrero de 2007, Fernando Oseguera Ruela está desaparecido. Su padre, quien ahora preside la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California, lo busca desde entonces. “Me dijeron que mi hijo fue deshecho en ácido y está aquí, pero no pierdo la esperanza de que me hayan mentido. No quiero creer que está aquí, porque es un destino trágico”, confiesa mientras toma un rastrillo para barrer el Memorial a las Víctimas de Desaparición en Baja California, ubicado en el predio conocido como “La Gallera”, que resguarda con el mismo amor con el que ha buscado, por años, a su hijo.
Oseguera Flores desempolva poco a poco una cruz al fondo del terreno. Retira el exceso de hojas con rastrillo y escoba, se asegura de que el césped siga recibiendo agua y poda cuando es necesario. Dice tenerle un profundo cariño al lugar, pues, después de años de búsqueda, fue ahí donde le dijeron que estaba su muchacho. Y aunque no tiene certeza absoluta, es donde encuentra tranquilidad y paz como si, de algún modo, su muchacho estuviera cerca.
En un país con más de 126,000 personas desaparecidas, según cifras oficiales, la memoria no es solo un acto de recuerdo, sino una forma de resistir al tiempo y a la incertidumbre. En México, la búsqueda de las personas desaparecidas también se lleva a cabo en el espacio público: colectivos de familiares han colocado cuidadosamente en edificios, plazas y árboles los recuerdos, rostros y nombres de sus seres queridos. Lo hacen para atraer la mirada social, honrar su memoria y recordar que saber dónde están y qué les pasó es una deuda pendiente. Estos espacios se transforman en refugios simbólicos: lugares donde las familias pueden sostener el vínculo con quienes les fueron arrebatados y encontrarse también con aquellos que comparten su búsqueda, dolor, esperanza y lenguaje.
Es fundamental que estas iniciativas de memoria provengan de los propios familiares, que contengan elementos que les signifiquen y sean gestionadas por ellos, pero con el respaldo institucional, ya que mantener los a largo plazo supone un gran desafío: implica asumir costos de conservación y protegerlo de posibles daños o remociones. “No puede ser solo una losa de concreto con una estatua que represente a las víctimas o una explanada de cemento”, afirma Fernando. Para los familiares, la memoria está viva y es dinámica, va más allá del concreto.
Marcela Flores Dionicio, asesora del programa de personas desaparecidas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), explica que “la ley general en materia de personas desaparecidas reconoce el derecho de las víctimas directas a la memoria; esto implica la creación de espacios o monumentos dedicados a este propósito. Sin embargo, es fundamental contar con una política pública que garantice el respeto, mantenimiento y preservación de estos lugares, además de que establezca con claridad los mecanismos y responsables de su construcción y conservación”. Flores Dionicio detalla que “el diseño de esta política pública debe ser colectivo e inclusivo, involucrando a las familias en cada etapa para que las medidas adoptadas, respondan a las necesidades y significados que estos espacios tienen para los familiares de las personas desaparecidas, incluyendo el tiempo que consideren idóneo.
Las familias tienen numerosas necesidades derivadas de la desaparición. La principal es la de saber lo ocurrido con sus seres queridos y, en el caso de que hayan fallecido, de darles una despedida digna y según sus creencias. Además, otras necesidades deben ser atendidas como: el reconocimiento oficial de la desaparición, el acceso a la justicia, la resolución de problemas legales y administrativos, así como el apoyo económico y psicosocial. También es fundamental garantizar la creación de espacios de memoria que honren a las personas desaparecidas y permitan a sus familiares encontrar acompañamiento, reconocimiento colectivo y empatía.
Cristina Mendoza, responsable del programa Salud Mental y Apoyo Psicosocial del CICR para México y América Central, explica que “los eventos conmemorativos pueden ayudar a los familiares que buscan a un ser querido a dar significado a la llamada pérdida ambigua que provoca la desaparición. Cuando la sociedad acompaña a las familias en estos momentos, el impacto es mayor. Si el Estado reconoce públicamente la desaparición y el dolor de las familias, se genera un efecto reparador. Este reconocimiento visibiliza la problemática y refuerza la necesidad de tomar acciones concretas”.
Esto se materializa en espacios como el Memorial a las Víctimas de Desaparición en Baja California, ubicado en el predio conocido como “La Gallera”; el Jardín de la Memoria, en Mexicali y Ensenada; así como el Árbol de la Esperanza, sitios transformados por quienes se niegan a olvidar y siguen exigiendo conocer qué pasó y dónde están sus familiares desaparecidos.
Como parte de su labor humanitaria, el CICR acompaña a las familias en la búsqueda de sus seres queridos, en la protección de sus derechos y en visibilizar sus necesidades. Además, brinda asesoría técnica a instituciones públicas y organizaciones de la sociedad civil para fortalecer las acciones que atienden estas múltiples necesidades. A finales de 2024 conocimos, de la mano de familias de Baja California, cuatro memoriales que transformaron el dolor en dignidad y esperanza.
Memorial a las Víctimas de Desaparición en Baja California: del horror a un espacio de dignidad



Es una mañana de octubre de 2024 en Tijuana. En el Ejido Maclovio Rojas el canto de los gallos acompaña el despertar en el memorial ubicado en la “La Gallera”. En este espacio, el recuerdo de personas desaparecidas se percibe en cada rincón. Según información oficial, este lugar fue utilizado para disolver cuerpos en ácido, en un intento de borrar toda huella de quienes fueron desaparecidos por grupos armados.
Luego de descubrirlo, las familias se negaron a que siguiera siendo un sitio de horror y lo transformaron en un espacio de dignidad y memoria. A partir de 2011, comenzaron a recuperar el predio, limpiándolo y transformándolo. Donde antes solo había cerro, hoy crecen árboles y pasto. “Las familias ven esto como un lugar sagrado, como un camposanto… este memorial lo hicimos para todas las víctimas”, relata Fernando Oserguera.
Lisette Verduzco también encontró en “La Gallera” un puente para conectar con su hermano Christopher José Verduzco Chaidez, a quien busca desde el 2 de marzo de 2020. “Era locutor, amaba la música y diseñaba sus propias canciones. El último día que lo vimos se despidió con un abrazo. Al día siguiente nos escribió: ‘Nos vemos mañana’. Y fue lo último que supimos de él”. Para ella, Christopher no es solo su hermano menor: “Siempre lo sentí como mi hijo”. En el Memorial a las Víctimas de Desaparición en Baja California, Lisette le habla: le dice que lo ama, que no se rinde.
Las familias se esfuerzan para que el espacio sea mantenido en buen estado y para este fin desean apoyo de las autoridades. “Queremos que “La Gallera” sea un lugar de respeto y reflexión. Que la gente sepa lo que pasó aquí, pero también lo que hemos construido desde el dolor y la esperanza”, dice Lisette. “Es un memorial para nosotros, pero también para que la gente entienda la angustia de no saber dónde están nuestros desaparecidos. Me gustaría que estos lugares se reproduzcan, para que [las personas desaparecidas] sigan en la memoria de todos, no solo en la nuestra”.
Lograr que este predio se convirtiera en un memorial no fue un proceso sencillo: han sido años de trabajo por parte de las familias, de trámites y peticiones. Conseguir la donación del terreno fue apenas el primer paso; lograr que se le asigne presupuesto para su mantenimiento es el siguiente, un esfuerzo que está requiriendo persistencia y organización.
El Árbol de la Esperanza: un memorial vivo en Mexicali




El sol de Mexicali ilumina la Plaza de los Tres Poderes, donde un árbol, que es símbolo de amor y memoria, se suma a la cotidianidad de quienes por ahí transitan. Entre sus ramas, fichas de búsqueda con rostros y nombres cuelgan como hojas de una historia colectiva que no deja de escribirse. Este es el Árbol de la Esperanza, un memorial impulsado por familiares de personas desaparecidas de Baja California, quienes, con cada imagen, cada listón, cada visita y actividad grupal, siguen exigiendo saber dónde están sus seres queridos.
Marlene Castro, integrante del colectivo Buscando a Paola y Desaparecidos de Mexicali, se detiene un momento bajo el árbol mientras sostiene a Peque, su perrita chihuahua, que la acompaña casi siempre a los eventos relacionados con la búsqueda de su hija. Carla Paola Viles Castro está desaparecida desde el 14 de diciembre de 2021. “Ella siempre llegaba corriendo y riéndose. Era la alegría de la familia”, recuerda.
Desde hace dos años, Marlene y otras familias buscadoras han convertido este espacio público en un testimonio de la ausencia y la esperanza. “Lo escogimos porque el árbol tiene raíces, tiene vida, tiene hojas que cambian con las estaciones”, dice. Como ellas, que han tenido que transformar sus proyectos, actividades y hasta su formación para seguir buscando a quienes aman.
Pero el árbol, como la entrega de estas mujeres, ha pasado por momentos difíciles: sus hojas se han ido secando, como si reflejaran el desgaste de la incertidumbre a lo largo del tiempo. Aun así, no dejan que la tristeza lo invada por completo. En diciembre lo decoran con fotos, esferas y moños, dándole nueva vida, porque, como dice Marlene: “seguimos buscándolos hasta encontrarlos”.
A unos pasos, Malena Alzaga, quien busca a su hermano Arnold David Cruz Alzaga, desaparecido en 2013, también encuentra consuelo en este rincón de la memoria. “Es un lugar donde tenemos un poquito de paz, donde recordamos a nuestros seres queridos”, dice.
El Árbol de la Esperanza es un grito visual en el corazón de Mexicali, un recordatorio constante para la sociedad y las autoridades de que la desaparición no es cosa del pasado, sino una herida abierta en el presente. “Cada vez son más los desaparecidos. Casi no quitamos ninguna ficha, al contrario, cada vez ponemos más”, lamenta Marlene.
El árbol también pide respeto. Malena hace un llamado a la comunidad: “Que nos ayuden a mantener las áreas limpias, que donen arbolitos, que respeten estos lugares”. Porque estos rincones de memoria no son solo de quienes buscan, sino de todos.
Raíces de memoria: el Jardín de la Esperanza en Ensenada



Entre las plantas del Parque Revolución, el Jardín de la Memoria en Ensenada, Baja California, se ha convertido en un espacio colectivo donde se comparte un anhelo y no se renuncia a la búsqueda.
Bajo la sombra del Árbol de la Esperanza –sembrado el 30 de agosto del 22, en el marco del Día Internacional de las Personas Desaparecidas– resuenan las voces de madres, esposas y familiares que siguen buscando a sus seres queridos. Cada una de ellas guarda un nombre y una historia, y la esperanza de saber qué sucedió con sus seres queridos.
Para Teresa Figueroa Chacón, integrante del colectivo Armadillos Rastreadores Ensenada, el Jardín de la Memoria es un lugar de dignidad. Desde hace más de una década busca a su hijo, Raúl Alejandro Vélez Figueroa, desaparecido el 27 de diciembre de 2013. “Quiero que sepa que su madre sigue; que su madre lucha, que su madre se cansa, se derrumba, pero se sacude y se levanta”, dice con la mirada fija en las fichas colgadas del árbol.
El árbol es más que un símbolo. Armida Álvarez Altamirano del colectivo Búsqueda de Ensenada, busca a su sobrino, César Pérez Palma, desaparecido el 1 de septiembre de 2020. Para ella, este lugar es esencial: “Es una manera de no olvidarlos, de sensibilizar a la población, que sepan cuántos desaparecidos tenemos”.
Cada 30 de agosto, las familias se reúnen aquí, renuevan las fotos y realizan conmemoraciones. Pero a lo largo del año también deben enfrentar la indiferencia y el vandalismo. “Pedimos que lo conserven, que no lo destruyan”, lamenta Armida, exponiendo cómo las imágenes de sus seres queridos han sido arrancadas o cubiertas con objetos ajenos a su significado.
Julihana Cervantes, quien busca a su esposo José Ángel Martínez Castillo, desaparecido el 24 de febrero de 2024, encuentra en este espacio un canal de comunicación con él. “Le digo que me mande una señal, que me diga dónde está”, confiesa. Ella –quien también pertenece al colectivo Búsqueda de Ensenada– y su familia han enfrentado trabas burocráticas en la búsqueda, sin recibir respuestas. Pero aquí, entre las fichas de otros desaparecidos, siente que no está sola y que su voz se suma a la de tantas otras personas que se niegan a olvidar.
El Jardín de la Memoria: un refugio para acompañar la ausencia




En el Pasaje Janitzio de Mexicali, un pequeño cuadrante de tierra colocado en una esquina entre despachos jurídicos y edificios grises se ha convertido en una intersección entre el dolor y la esperanza, entre la ausencia y la memoria. Inaugurado en mayo de 2021 tras la gestión ante el ayuntamiento por parte del colectivo Unidos por Nuestros Desaparecidos, el Jardín de la Memoria es un testimonio tangible de que muchas personas hacen falta.
El mural Memoria que Resiste muestra seis rostros juveniles. A su alrededor, flores amarillas, buganvilias y colibríes llenan de vida un espacio donde la solidaridad florece. Las familias han ido transformando este espacio con amor y fortaleza. Primero fue el mural, luego el jardín. “Nos donaron arbolitos, material para acondicionarlo. Lo hicimos con nuestras manos”, dice Imelda López, quien busca a su hijo Pierre Meza López desde el 14 de agosto de 2006.
Como en otros espacios creados por familiares de personas desaparecidas, aquí se hace tangible la necesidad de garantizar el derecho a la memoria. Cada flor, cada nombre, cada objeto cuidadosamente colocado es testimonio de un vínculo que persiste pese a la ausencia. Son espacios de refugio y acompañamiento, donde cada elemento adquiere un significado profundo para quienes siguen buscando.
En este jardín de Ensenada, el verde representa la esperanza, esa que nunca muere en una familia que sigue esperando. Los colibríes, pequeños y veloces, aparecen una y otra vez, tanto en el mural como en los corazones de quienes lo visitan. “Siempre que nos reunimos en el mural, aparecen colibríes”, dice Alma Díaz, madre de Erick Francisco Quintana Díaz, desaparecido el 7 de junio de 1995 e integrante del colectivo. Para Imelda, estos pequeños pájaros son mensajeros: sus hijos que las visitan desde el lugar donde se encuentran. “El colibrí es la vida; significa que vienen ellos y nos traen un mensaje”.
Los monumentos y memoriales no borran el dolor, pero lo abrazan. Y en ese abrazo, queda claro que nombrar y reconocer también es un acto de humanidad.
El CICR hace hincapié en que los Estados deben encargarse de adoptar las medidas necesarias para esclarecer la suerte y el paradero de las personas desaparecidas y para el trato y resguardo digno de las personas fallecidas. A su vez, deben garantizar una respuesta efectiva a las necesidades de los familiares de las personas desaparecidas, incluido el derecho a la memoria.
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* Ana Langner Leyva es oficial de comunicación pública de la delegación regional del CICR para México y América Central