Don Emilio

Guadalupe Loaeza

Señor Lozoya Austin:

Me dirijo a usted en buena lid, es decir, sin ningún afán más que el de expresarle algunas reflexiones y unas recomendaciones. El motivo por el que me decidí escribirle fue porque en las fotografías de la prensa que aparecen desde que llegó a México, veo en su rostro una expresión de absoluta tristeza. Se diría que está usted a punto de llorar o de gritar de impotencia. Se le advierte una tristeza infinita. Ignoro si esa expresión de desamparo lo ha acompañado desde hace muchos años, pero no hay duda que en estos días se le ha intensificado. Tranquilícese, señor Lozoya, no pasa nada. Tranquilo, don Emilio, relájese. En este país nunca pasa nada. Salvo algunas excepciones, jamás, así sea el más corrupto del mundo, como por ejemplo Peña Nieto, no mandan a nadie a la cárcel. Esto sucede en otros países, incluyendo los de América Latina, pero en el ¿nuestro? Never!

Ya lo dijo la FGR, que para usted no habrá prisión preventiva, ni fianza, ni nada. Muy pronto estará usted de regreso en su casa. ¿Se da cuenta? En su hogar. Como dice Dorotea del Mago de Oz: “There´s no place like home”. ¿Se da cuenta la suerte que tuvo? La verdad es que la 4T lo ha tratado como rey. Es cierto que está usted obligado a llevar el brazalete electrónico, a ir a firmar cada quince días y no salir del país, pero ¡¡¡naaada máaas!!! En estos días, en que todo el mundo está confinado, no va a sentir que usted está en “libertad provisional”. De alguna manera, mientras dure la pandemia, todos estamos prisioneros en nuestra casa. La verdad es que la libró por un pelito. Ha de saber que todo el mundo lo imaginaba detrás de las rejas. No era para menos, llevábamos semanas escuchando y leyendo en las noticias toda la corrupción de la que fue usted responsable como director de Pemex y de los sobornos que recibió de la brasileña Odebrecht. Y, finalmente, no pasó nada. Ahora sí que le tocó lo que tanto prodiga el Presidente: “amor y paz”.

Después de 14 meses de estar prófugo de la justicia mexicana, se debe usted de sentir, don Emilio, sumamente liberado, aunque quiero pensar que está un poco triste por su madre, esposa y hermana, involucradas como usted en este terrible escándalo de corrupción. Espero que, a pesar de todo, no le guarden mucho rencor y que con el tiempo comprendan, como usted dijo en su primera audiencia, que había sido: “sistemáticamente intimidado, presionado e instrumentalizado”. Imagino que después de esta experiencia tan amarga, nunca más volverá a votar por el PRI, ni a creer en ese partido tan desprestigiado pero, sobre todo, tan corrupto. Le confieso que nunca creí en él, es más, estoy feliz de que ya no nos gobierne y de que está totalmente fulminado. Más ahora, con todo lo que tiene usted, don Emilio, que confesar con nombres y datos. Por cierto, ¿dónde habrán quedado los 3.5 millones de dólares de Altos Hornos de México? El juez Artemio Zúñiga Mendoza afirma que existen datos de prueba suficientes para suponer que usted los recibió como soborno. Seguramente acabaron repartidos entre “el aparato organizado de poder”, en cuyas investigaciones están implicados funcionarios del gobierno de Enrique Peña Nieto.

Dejemos, por ahora, todos esos malos recuerdos, y piense que en lugar de estar tras las rejas, muy pronto estará detrás de los muros de su residencia, la cual imagino súper espaciosa, llena de luz y con todo el confort del mundo. Ahora sí que le vino como anillo al dedo aquello de “quédese en casa”. Piense que en unos días dormirá en su cama, con su edredón de plumas que tal vez se compró en San Diego. Piense que lo espera buena parte de su servicio doméstico, y que la cocinera le preparará, para desayunar, unos deliciosos chilaquiles en salsa verde. No me quiero imaginar, ¡cómo lo van a consentir en su casa, don Emilio! Volverá a ser el “patrón de la casa”, como siempre ha sido. Por otro lado, le recomiendo que aproveche estos días para reforzar sus contactos. Como sabe en nuestro país no hay nada que funcione más que las relaciones, a todos los niveles. Le recomiendo que empiece a hacerse muy amigo de John Ackerman, además de ser muy allegado al Presidente, es súper “grillo” y ambicioso. Organice, con diputados y senadores priistas algunas cenitas en su casa. Rente un trío y platíqueles sus secretos y la forma en que lo usaron involucrándolo con 8 mil millones de pesos.

Por último, olvídese de esa carita tan triste, está en su casa; conserve la sana distancia y no se olvide de su máscara… cada vez que vaya a firmar a la Unidad de Medidas Cautelares en la Colonia Doctores.