*Sandra Odeth Gerardo Pérez./GIASF
En la esquina de Río Rhin y Paseo de la Reforma se asoma, sobre una jardinera, una estructura de tres lados con los rostros y nombres de más de cien personas desaparecidas: son cien de las más de 120 000 personas que actualmente están desaparecidas en México. Este memorial fue colocado el 25 de enero pasado por familiares de víctimas de desaparición, entre ellos Jorge Verástegui, hermano de Antonio Verástegui González y tío de Antonio de Jesús Verástegui Escobedo, ambos desaparecidos el 24 de enero del 2009 en Parras, Coahuila. Durante la instalación, Jorge advirtió que este era el primero de varios memoriales que se irán levantando por avenidas centrales de la Ciudad de México hasta llegar a Palacio Nacional, ya que sitios de memoria como la “Glorieta de las y los desaparecidos”, son insuficientes para colocar las fotos de todas las personas que faltan en México.
Esta nueva instalación forma parte de la “Ruta de la Memoria”, que se compone por varios “antimonumentos” que son estructuras colocadas en el espacio público por colectivos de familiares de víctimas y artistas que se yerguen sobre el Paseo de la Reforma. Son marcas en el espacio, huellas en el territorio que irrumpen en la vida pública con la intención de llamar la atención y recordar, por un lado, los hechos de violencia que han marcado a la sociedad, como las masacres de migrantes, de niñas y niños, de mineros, feminicidios o desaparición de personas. Pero también reclaman a la sociedad e instituciones gubernamentales, la importancia de no olvidar a las víctimas de estos eventos y a sus familiares que sufren su ausencia: “Levantamos la voz para exigir justicia y denunciar la impunidad. Detrás de cada fotografía, hay un corazón que nos fue arrebatado y añoramos encontrarnos con él”, como destacó Lucía Baca, mamá de Alejandro Moreno Baca, desaparecido el 27 de enero de 2011 en Nuevo León.
Los antimonumentos, al igual que otros memoriales que han sido colocados en el espacio público por las víctimas y personas aliadas, deben ser considerados como “sitios de memoria”. Es decir, espacios/ territorios desde los que se detona, reconstruye y politiza la memoria; espacios que por sí mismos pueden no ser significativos o recordar por sí solos eventos de violencia, sus víctimas y las luchas alrededor de ellos, pero que cobran este sentido precisamente por la intervención que las comunidades dolientes de las víctimas hacen. Estos ejercicios de memorialización, como les ha denominado Estela Schindel, [1] sirven no sólo para recordar de manera individual eventos sucedidos, sino para elaborar y reconstruir ese pasado en función de las preguntas y necesidades presentes, pero sobre todo para responder a la necesidad de exponer ante la sociedad, historias usualmente olvidadas o que intentan ser borradas.
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En experiencias como la chilena o la argentina, algunos sitios de memoria se han creado en lugares que otrora fueron utilizados por los regímenes dictatoriales como espacios de represión, reclusión, tortura y/o exterminio. El caso de la Ciudad de México no retoma necesariamente ese tipo de espacios (que para ser sitios de memoria también requieren reconstruirse, recordarse y narrarse desde las exigencias del presente), sino que detonan la memoria a partir de la irrupción en el espacio público y de traer al presente y a la cotidianidad a aquellas personas y aquellos eventos de violencia que intentan ser borrados de la memoria colectiva.
Como ejemplo, bastaría con señalar que dos días después de la instalación del memorial en la esquina de Río Rhin y Paseo de la Reforma, Ana Enamorado -madre hondureña en búsqueda- intentó marcar el espacio del Zócalo de la Ciudad de México con una fotografía de más de seis metros de su hijo Oscar Antonio López Enamorado para recordarle al Estado mexicano y a la sociedad en general, los 15 años de su desaparición. La fotografía fue retirada por el gobierno capitalino tan solo diez minutos después de su instalación. También vale la pena señalar que hace casi un año, los memoriales de personas desaparecidas que habían sido instalados frente a Palacio Nacional fueron retirados y también desaparecidos [2]; a la fecha, aun con procesos de amparo iniciados por dicho motivo, no sabemos dónde están los memoriales.
Lejos de ser una “cosa”, la memoria frente a contextos de violencia debe ser comprendida como un proceso, como una experiencia, como una acción política que puede materializarse “en” o “a partir de” archivos, poemas, bordados, murales, canciones, esculturas, museos o “sitios”. Pero esta memoria y el pasado que recupera, están en disputa. Ya sea porque existen intentos de institucionalizarla –como el caso de museos, archivos, o actos estatales que recuperan solo a determinadas víctimas, a determinados sucesos de violencia, o verdades parciales– o porque desde los gobiernos estatales o federal se han intentado borrar de manera sistemática del espacio público y del imaginario colectivo esos eventos de violencia y sus víctimas.
Mientras las comunidades dolientes de las víctimas se esfuerzan por recordar, es decir, por traer a nuestro presente cotidiano a las personas desaparecidas en México, las representaciones gubernamentales del país y de esta ciudad han intentado desaparecerles de nuevo borrando los sitios, los marcajes y las huellas que sus familias instalan. Al grito de ¿dónde están los desaparecidos?, habríamos de sumar el de ¿dónde está la memoria?; pero en el mismo tono que el primero, habríamos de gritarlo como un reclamo que se suma a las acciones de las familias que construyen sitios que nos obligan a no olvidar y a seguir exigiendo junto con ellas justicia, verdad y acciones de búsqueda. Porque como se lee en una de las caras del memorial instalado el 25 de enero: “Aquí recordamos, resistimos, exigimos y seguimos buscando”.
Desde el GIASF, nos sumamos a las demandas de memoria de las familias de víctimas de violencias en México y el mundo e invitamos a seguir el diálogo sobre la memoria en el Seminario Alejandro Arteaga 2025 “Memoria contra la impunidad y el olvido. Producción de verdad y semillas de resistencia frente a las violencias en América Latina” que dará inicio este 27 de febrero.
Referencias:
[1] Schindel, Estela. (2009). Inscribir el pasado en el presente: memoria y espacio urbano. Política y cultura, (31), 65-87. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-77422009000100005&lng=es&tlng=es.
[2] Verástegui, Jorge, “La incomodidad de la memoria”, en ¿A dónde van los desaparecidos?, 27 de marzo de 2024, en https://adondevanlosdesaparecidos.org/2024/03/27/la-incomodidad-de-la-memoria/
Foto de portada: Familias y colectivos de búsqueda de personas desaparecidas realizaron una conferencia de prensa en la Glorieta de las y los desaparecidos.(Paola Macedo/ObturadorMX)
*Sandra Odeth Gerardo Pérez es doctora en antropología social, investigadora asociada del GIASF y colaboradora solidaria de la Red Regional de Familias Migrantes.
El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador, estudiantes asociados a los proyectos del Grupo y personas columnistas invitadas (Ver más: http://www.giasf.org)
La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.