Dos años…

**De memoria.

/ Carlos Ferreyra/

Pronto cumpliremos dos años, 24 meses de reclusión obligatoria. Lo que comenzó como un acto de responsabilidad, cuidando la salud propia y de quienes están en nuestro entorno, a estas alturas, para muchos, se ha transformado en tortura cotidiana.

El año inicial lo dedicamos a crear novedosas actividades y entretenimientos de fácil acceso. A muchos nos sirvió para estrechar mas nuestra relación de pareja, dicho en otra forma, para aumentar el cariño y el sentimiento que convierte a las parejas en una sola persona.

Es el caso, espero, de quienes acumulamos muchas décadas de convivencia marital, familiar en todas sus variantes.

Llega el final del segundo año pero ya nada es igual. La nostalgia por la vida que no volverá, causa tristeza, por fortuna y es mi caso, no provoca depresión ni lleva a estados mentales fatalistas.

Pero hay un deterioro grave: en las prolongadas horas en que no hay una tarea para cumplir, la mente divaga, las historias se acumulan, las fantasías llegan a niveles mágicos.

Sin embargo las tareas autoimpuestas, la crónica de vida, el relato de las experienciasprofesionales se confunden y de pronto se escribe y lo relatado queda cojo, incompleto o inclusive confuso.

La mente, mientras se escribe, está fija en los amigos, los compañeros, la última reunión, las divergencias sobre tal o cual asunto y, lo mas lastimoso, la imposibilidad de intercambiar argumentos, visiones y posturas.

En dos años fui tres ocasiones al restaurante Bellinghausen, dos al Mesón del Cid, pasé en distintos episodios, tres semanas, una cada vez, en la Sierra Norte poblana. Y nada más.

Me acongoja la imposibilidad para pergeñar mis escritos. Nunca merecerán mas allá de la piadosa lectura de mis amigos. Y tampoco aspiro a mas. Saber que puedo mantener el dialogo con ellos es suficiente premio. Mi vanidad no requiere extras.

He cometido el pecado mortal de aficionarme a las redes, que no informan lo importante sino lo vacuo, lo insustancial o lo criminal, donde se solazan todos. Tropecé con una plataforma que me aseguran es china, que mas parece mercado de carnes públicas o expendio de pan corriente y migajonudo.

Decenas de mujeres de diversas edades luciendo el nalgatorio, mostrándolo lúbricamente y haciéndolo temblar en clara oferta que acompañan con caricias en los senos. No hay moralina en esto, sino el lamento por el gran desperdicio de espacio.

La vida es circular. En 1952 cuando el Clan Ferreyra llegó a residir al DF, desde la ventana del departamento del tío Agustín y la tía Coscorrito, miraba el paso de los coches y soñaba con tener el mío. Bueno, ya casi al final del camino, desde mi cuarto de azotea, sin auto nuevamente y a 70 metros de altura, miro los autos y trato de adivinar marcad y modelos.

Es una distracción más a la que lamentablemente no puedo añadir la lectura porque me es casi imposible apreciar las letras impresas. La misma escritura en pantalla resulta trabajosa.

En fin, quede claro que este es un modesto desahogo. Piensen lo que les dé la gana, pero me considero feliz y agradecido con la vida porque me condenó a esta reclusión, pero con la mejor compañía imaginable.

Tengo la seguridad que ella, mi esposa Magdalena, comparte mis sentimientos. Yo, me ilusiono al suponer que dedico en esta etapa de mi existencia completa a cuidarla y atenderla.

Y que conste que no es en correspondencia o agradecimiento; Male nunca pudo hacer unos huevos fritos y como dice el mal chiste, hasta el agua se le quemaba.

En alguna parte el filósofo aseguró que el amor es costumbre. Bueno, rumbo a la séptima década de union marital, lo nuestro es más que amor y costumbres, es la union total, física y espiritual. Somos una sola persona y así será hasta que marchemos, juntos, a la nada.

En todo este rollo de la union, la felicidad, han sido básicos Carlos, Magdalena y Ana, que incluso han sacrificado momentos familiares suyos, para dedicarlos a nosotros. Caeré en el lugar común: no hay mejores hijos que los nuestros..

Sean felices pero la verdad ahora sí el confinamiento me tiene hasta el copete…