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/ Eduardo Sadot /
Cierto que todos en diversos momentos, perdemos a seres humanos que tienen un significado en nuestras vidas, seres que han dejado huella, con su conducta, su presencia o su ejemplo, si cualquier actividad humana es relevante, tratándose de profesores o de juristas acentúan su conducta con lo que hacen o dejen de hacer.
Margarita Figueroa de Chirinos, una maestra de una zona polémica y emblemática de la ciudad de México, cuya población infantil abarca las colonias, doctores, obrera y Buenos aires, durante muchos años formó generaciones de niñas y niños, muchos de ellos pudieron cambiar su destino con principios y valores que en otras condiciones tenían como destino ser carne de presidio, pero también desgraciadamente otros no.
En esas escuelas donde se sientan las bases para el combate a la delincuencia desde sus orígenes, que reflejan el esfuerzo de esos héroes anónimos que son los profesores de primaria.
Por otro lado, Juan Velázquez Ebert, abogado penalista, exalumno de la última escuela militar privada como las escuelas privadas militares de Estados Unidos, la Universidad Militar Latino Americana (UMLA) exumlo, de allá por los rumbos del desierto de los leones, en las instalaciones donde actualmente se encuentra la escuela de policía. Defensor y amigo de expresidentes.
El abogado Juan Velázquez , un gran jurista que jamás metiera a la cárcel a nadie, que se hiciera famoso por los personajes a quienes defendió, expresidentes, un jurista bien nacido, educado y respetuoso a pesar del prestigio que le rodeaba, que era y fue muy poderoso, no por ocupar ningún cargo Público, tampoco, por haber usado todo su poder en ninguna causa innoble, ya que ese poder se fundaba o procedía solamente de sus conocimientos, de su esfuerzo intelectual, de su dedicación personalísima a sus asuntos, de su ética que jamás perdió un asunto de los muchos que llevó, es fuerza intelectual y esa genialidad de estudioso del derecho, su don de gentes, sencillez y gentileza en su trato, el sello de su personalidad.
Como no recordar llegar a su estudio – así llamó siempre a su despacho – por la zona de San Angelín para desayunar en el restaurante emblemático del mismo nombre, pasar a las ocho a su oficina y que nos recibiera a mi hijo y a mí en la entrada donde hay un espléndido reloj de piso, sonando las ocho de la mañana, con la referencia de Juan subrayando la puntualidad.
El gran ser humano que en alguna entrevista dijo cómo le gustaría ser recordado “como un defensor de las personas privadas de su libertad, el haber conseguido esa libertad de todos mis defendidos, para que el día de mañana y un día después de que muera, nadie, nadie se vuelva a acordar de mí y, que a lo mejor sea lo mejor que te pueda pasar”. Juan se equivocó, pasará a la historia como el prototipo de jurista que hizo camino al andar, que con su manera de trabajar solo, el solo y sus conocimientos, enseñó con el ejemplo que, trabajar en la defensa de un acusado, obliga a muchos estudios, meditación y trabajo, solo en el silencio de la reflexión a solas.
Hay amigos entrañables, cuya frecuencia en el trato y la vida, nos lleva a posponer pláticas memorables, es el caso de mi querido amigo el jurista y extraordinario abogado, Juan Velázquez Ebert, lamento mucho su partida y permanezca su recuerdo en las nuevas generaciones.
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