Educar para la paz, ¿qué podemos hacer?

*Cristina Perales Franco.

La necesidad de paz en México se siente en nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestros cuerpos. La anhelamos y reclamamos como sociedad en un contexto donde las múltiples violencias —económicas, sociales, culturales, físicas, de género— atentan nuestro bienestar y nuestra supervivencia. Tenemos importantes diagnósticos que nos hablan de estas dolorosas situaciones en diferentes niveles —nacional, estatal, municipal— y espacios —político, público, el hogar, las escuelas— que dan cuenta de la urgencia de su atención.

Frente a esto, en las últimas dos décadas se han probado estrategias desde diferentes frentes. Estas han estado enfocadas en su mayoría en las violencias, sobre todo en su identificación (¿qué violencias se viven en el país?, ¿dónde?, ¿cómo se generan?), su medición (¿qué magnitud tienen los diferentes tipos?, ¿cuántas personas se ven afectadas?, ¿cuáles son los lugares y espacios más violentos?), su explicación (¿cuáles son los factores que generan estas violencias?, ¿cómo se desarrollan estas violencias?), y su atención (¿cómo las frenamos, reducimos, prevenimos?).

En este último punto, los esfuerzos se han centrado en promover la seguridad, de manera que la respuesta a la violencia se orienta hacia la prevención y la atención de riesgos, agresiones y delitos. La llamada guerra contra el narco y la militarización del país, la creación y permanencia de la Guardia Nacional para poner fin a la violencia, y el desarrollo del programa Escuela Segura en diversos estados son claros ejemplos de esta orientación.

A nivel privado, cuidamos nuestras casas con, al menos, barrotes y evaluamos nuestros cuerpos, nuestra ropa, nuestras rutas, tratando de reducir los riesgos que enfrentamos diariamente. Nos despedimos diciendo “con cuidado”, como manifestación de cariño o por costumbre, pero también como reconocimiento de estas amenazas siempre presentes.

La atención a la violencia sólo desde la seguridad, si bien es importante, también resulta sumamente limitada. En muchas ocasiones, las acciones centradas en castigar fuertemente estas violencias o en cambiar los comportamientos a nivel individual de personas, que se derivan de esta orientación, han resultado contraproducentes, porque representan alternativas reduccionistas que no responden a las causas de las violencias, ni las atienden en su complejidad.

Si bien pudiéramos pensar que mejores estrategias de seguridad —con mecanismos más sofisticados, más recursos y personas más competentes al frente— es lo que se requiere, es importante considerar que, si bien esto ayudaría, la construcción de paz requiere otros procesos y otras orientaciones. En este sentido, no es suficiente saber cuáles violencias tenemos y cómo las frenamos, sino que es necesario también investigar y proponer acciones para definir como sociedad cómo construimos la paz y qué tipo de sociedad pacífica queremos construir.

Desde las teorías de paz, desarrollar la paz implica tener mecanismos para hacer frente, manejar y transformar los conflictos de forma no violenta; desarrollar acciones para reparar las relaciones después de incidentes de violencia (restauración del daño) y construir relaciones equitativas y resilientes a través de abordaje de inequidades estructurales. Así, la construcción de paz implica establecer formas de relacionarnos basadas en la justicia y que garanticen el respeto y promoción de la dignidad humana.

Para esto, la educación es fundamental y los sistemas educativos en todos sus niveles juegan un papel relevante. En el Sistema Universitario Jesuita (SUJ) donde yo colaboro, el asesinato Javier Campos y Joaquín Mora, dos sacerdotes de esta comunidad, abrió aún más las dolorosas grietas ya habitadas por las centenas de miles de personas muertas, desaparecidas y violentadas de otras múltiples maneras en el país. La semana pasada sus instituciones participaron en la Jornada universitaria por la paz con justicia en México, con eventos de denuncia, reflexión y compromiso frente a estas situaciones.

Espacios como estos son fundamentales para ir consolidando una apuesta educativa para la construcción de paz y serían necesarios en todos los centros educativos del país, pero, a mi juicio deben actuar como trampolines hacia una doble tarea que implica una reorientación de los fines, las acciones y las experiencias educativas hacia la paz.

Por un lado, es necesario desarrollar procesos educativos críticos basados en la justicia que identifiquen, denuncien y deconstruyan las violencias experimentadas en todos los niveles sociales, particularmente aquellas que viven los grupos que han sido históricamente vulnerabilizados. Por el otro, se requiere promover el potencial constructivo y transformador de la educación, trascendiendo los enfoques individualistas del cambio de comportamiento agresivo, formándonos como comunidades que sepan indignarse colectivamente frente a las injusticias, transformar sus conflictos de formas no violentas y que actúen colaborativa y corresponsablemente en acciones hacia la justicia y la dignidad.

*La Dra. Cristina Perales Franco es académica del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) de nuestra Universidad Iberoamericana.

Este material se comparte con autorización de la IBERO/desinformemonos.