El asesinato de Heber

ESTRICTAMENTE PERSONAL

/ Raymundo Riva Palacio /

El asesinato busca el silencio y la autocensura, sabiendo que en las condiciones actuales del país, la impunidad se fortalece desde el Zócalo de la Ciudad de México, dice Raymundo Riva Palacio.

El asesinato del periodista Heber López Vásquez, en las puertas de su casa-estudio en el puerto de Salina Cruz el miércoles 9 de febrero, ha recibido una atención en el mundo muy pocas veces vista. Puede ser que se deba a que fue el quinto crimen contra periodistas en las primeras seis semanas de este año, el periodo más mortal que ha tenido el gremio en un plazo tan corto, que galvanizó la atención y preocupación internacional. Pero lo que seguro no motivó la gran reacción es lo más grave de todo en el fondo. Su muerte muestra con enorme claridad la intervención de políticos y narcotraficantes actuando de manera abierta cuando un periodista se les cruza en el camino. El asesinato busca el silencio y la autocensura, sabiendo que en las condiciones actuales del país, la impunidad se fortalece desde el Zócalo de la Ciudad de México.

Para políticos y narcotraficantes, coludidos en amplias regiones de Oaxaca, López Vásquez era un estorbo, de acuerdo con la principal línea de investigación que se sigue. El periodista fue asesinado por al menos dos personas, que fueron detenidas poco después de ejecutarlo. Una de ellas, Ricardo Espinosa Cartas, es hermano de la exagente municipal de Salina Cruz Arminda Espinosa Cartas, contra quien, en vísperas de que lo mataran, publicó una denuncia por su presunta complicidad con un ejecutivo de la constructora del Grupo INDI, que está encargado del proyecto Rompeolas en ese puerto, una magna obra de infraestructura que incluye la construcción de múltiples muelles, que será el puerto de entrada de los productos de Asia al nuevo canal interoceánico en el istmo de Tehuantepec que conectará con Coatzacoalcos, en el golfo de México, desde donde llegará la mercancía a la Costa Este de Estados Unidos.

El canal interoceánico, probablemente la obra de mayor trascendencia para el comercio mexicano en décadas, ha generado en este sexenio uno de los reacomodos más estratégicos del crimen organizado, que había dejado toda la zona del istmo de Tehuantepec a organizaciones filiales, con territorios bien definidos y asentados. El nuevo canal llevó a pelear a los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación a la región, por el control de lo que será una muy lucrativa ruta de paso de drogas, particularmente de fentanilo y precursores químicos para las metanfetaminas, así como armas.

Salina Cruz, de acuerdo con información de inteligencia, está bajo el control del Cártel de Sinaloa, que tiene como organizaciones filiales al Cártel del Golfo y a Los Ántrax, este último fundado en 2008 por José Rodrigo Aréchiga, apodado el Chino Ántrax, tras la separación de los hermanos Beltrán Leyva del Cártel de Sinaloa. Aréchiga, que se convirtió en uno de los principales sicarios del jefe de Sinaloa, Ismael el Mayo Zambada, hasta que fuera asesinado en Culiacán hace casi dos años. El Cártel de Sinaloa controla toda la región costera y del istmo de Tehuantepec de Oaxaca, desde el municipio de Tapanetepec –cuyo alcalde acaba de sufrir un atentado– hasta Guerrero.

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