El Centauro y la mariposa .

*Mis Proyecciones en el espejo

/ Por Paula Roca /

El centauro galopaba con determinación sobre una vereda incierta, su destino: la cima. A cada paso, contemplaba los paisajes que se abrían ante él, soñando con compartir su travesía y las aventuras que lo esperaban. Pero en su galope incesante, una sensación de vacío lo acompañaba, una certeza silenciosa de que algo le faltaba.

Lejos de su sendero, en el refugio de una crisálida, una oruga vivía su propia transformación. Sabía que algo inesperado ocurriría, que su forma cambiaría para siempre, pero desconocía el desenlace. Encerrada en su capullo, sentía fragilidad, temía al viento que podía arrastrarla lejos, a los depredadores que acechaban en el exterior. Sin embargo, la promesa de un amanecer distinto la sostenía.

El centauro avanzaba sin mirar atrás. Sus pasos eran firmes, su objetivo claro. Y cuando finalmente alcanzó la cima, se encontró solo. Desde la altura, la inmensidad del mundo se desplegaba ante él, pero la soledad ensombrecía su logro. Fue entonces cuando el cielo se abrió en un resplandor inesperado, y una mariposa de colores vibrantes emergió entre las nubes. Sus alas eran grandes y majestuosas, y su vuelo, un espectáculo de gracia y libertad.

Ella descendió lentamente y se posó sobre su regazo. Y a pesar de sus diferencias, de que él era un centauro fuerte y poderoso, al contemplar a la mariposa sintió que su universo al fin estaba completo. Aquella frágil criatura le recordó a alguien… a sí mismo. Fue entonces cuando comprendió que, en su largo recorrido, lo que realmente había estado buscando no era un destino, sino las alas llenas de amor de aquel ser que lo conectaba en cuerpo, alma y espíritu con un universo de estrellas inmensas.

El centauro sintió cómo su vacío se disipaba al verla volar a su lado, con valentía y coraje, elevándose por encima de los miedos, desplegando sus alas como si su vuelo estuviera destinado a hacerlo sentir único, a darle sentido a su existencia. Cerró los ojos y dejó que aquella sensación lo envolviera, comprendiendo que su horizonte y el capullo de aquella mariposa eran reflejos de un mismo anhelo: encontrar un refugio donde la paz y la plenitud fueran posibles.

Cuando despertaron, ya no eran mariposa y centauro, sino hombre y mujer, entrelazados en un universo de sueños y magia. Sus destinos, antes separados, se habían unido en un amanecer que prometía ser eterno. Juntos emprendieron un nuevo camino, convencidos de que la cúspide verdadera no era la cima solitaria, sino el viaje compartido, aquel donde la magia del amor y la transformación los abrazaría en cada nuevo amanecer