**La inmaculada percepción.
/ Vianey Esquinca /
Hoy, los gobiernos, empresas e instituciones no se deben preguntar si vendrá una situación de emergencia, sino cuándo llegará y, sobre todo, si están preparadas para afrontarla.
Una crisis tiene varias etapas. La primera es la sorpresa. Si bien la intensificación de Otis de tormenta tropical a huracán categoría 5 en menos 12 horas fue atípica, las autoridades tuvieron ese tiempo para reaccionar, pero no instrumentaron ningún operativo y no concentraron personal en zonas cercanas a Acapulco para responder rápidamente. Se confiaron.
La segunda etapa es la falta de información. En efecto, el daño a la infraestructura eléctrica y de comunicaciones fue demoledora y la desesperación reinó por más de 48 horas. Nunca en la historia reciente se había tenido a todo un puerto desconectado por tanto tiempo. ¿Dónde estaba la infraestructura militar de la CFE? Chiflando en la loma.
La tercera fase es la pérdida de control. Claramente con el huracán Otis que azotó en Acapulco, el gobierno federal, estatal y municipal no estuvieron a la altura de las circunstancias. No reconocen que perdieron el control y siguen sin recuperarlo en perjuicio de los cientos de miles de damnificados de Guerrero.
Vienen luego los cuestionamientos públicos. La gente en Acapulco lo dice, acostumbrados a sufrir hurac anes y tormentas tropicales, nunca habían visto una respuesta tan lenta de las autoridades o el Plan DN-III. El presidente Andrés Manuel López Obrador, por su parte, no se ha quedado callado. Fue patético escuchar el mensaje de ayer en el que dedicó los primeros cuatro minutos, no a hablar de solidaridad o esperanza, sino de despotricar contra sus adversarios, como si hubieran sido ellos quienes los hubieran amarrado para no actuar a tiempo, como si ellos le hubieran dicho a Otis que escalara su furia, o que controlaran el Servicio Meteorológico Nacional para engañar a la población y hacer quedar mal a la 4T.
La percepción de amenaza y el pánico son las siguientes etapas. La gente salió a la calle y llenó como pudo el vacío que las autoridades estaban dejando. La rapiña se hizo presente, no como un efecto de la “cohesión social” como dijo torpemente la alcaldesa de Acapulco, Abelina López de Morena, sino como consecuencia de la desesperación, abandono e impunidad.
Para salir de una crisis se requiere: presencia oportuna, lo cual no se ha hecho. El Presidente estuvo unas cuantas horas en Acapulco —después de sufrir el ridículo de que su vehículo se quedara atascado en el lodo— para luego irse de gira al Estado de México. La gobernadora Evelyn Salgado también brilló por su ausencia, y cuando salió lo hizo perfectamente maquillada y bien dormida, demostrando que lo suyo, lo suyo, lo verdaderamente suyo, es la cantada y no la gobernada.
Se necesita comunicación transparente y creíble, aquí ni siquiera hubo información. Las distintas dependencias de gobierno estaban solicitando información a los sectores afectados porque ellos no la tenían.
Así han pasado ya varios días y el Presidente ha seguido chacoteando en sus mañaneras, a veces parece ajeno a la tragedia que se vive en Guerrero. Hasta la alcaldesa de Chilpancingo, la morenista Norma Otilia Hernández, demostró su pequeñez cuando, en medio de la desgracia, festejó con bombo, platillo y juegos pirotécnicos su segundo informe.
Como en muchas otras crisis, seguramente la sociedad será quien saque la casta y se coordine para ayudar, claro, mientras el gobierno de López Obrador no quiera centralizar toda la ayuda para hacer caravana con sombrero ajeno y así, tratar de mantener su popularidad después del desastre que ha sido el manejo de la tragedia.