El día del huipil: Mujeres, guardianas de identidad contra el extractivismo de sus bordados.

Escrito por Arantza Díaz.

06.04.2025/CimacNoticias.com /Ciudad de México.- El pasado mes de marzo, México conmemoró el uso del huipil; prenda identitaria que se utiliza en diversas regiones de América Latina. En la capital mexicana, la Secretaría de Cultura lanzó una exposición para reconocer el peso del huipil en 40 pueblos indígenas y aunque en esencia, es vital nombrar estas fechas conmemorativas, también lo es repensar, qué implica hablar de comunidades indígenas y combatir, de manera frontal, el hilo de violencias que atraviesan los cuerpos de las mujeres indígenas y también, el encuadre de lo que implica confeccionar, proteger y comercializar con su trabajo textil.

El huipil es una segunda piel para las mujeres que lo portan; confeccionado, cuidado y diseñado de forma personal, la prenda se remonta a la historia milenaria y ha mantenido sus raíces mesoaméricanos desde hace 527 años; indica lugares sagrados, flora, fauna y los territorios donde habitan las y los dioses. Lo esencial es que, más allá de persuadir el discurso de «indumentaria indígena», que posee rasgos coloniales, de exclusión e incluso, romantización del huipil, es reconocer el cuerpo de quienes lo utilizan y producen.

Reducir el huipil a la idea de prenda textil es aplanar las experiencias y la resistencia de las mujeres quienes, desde hace medio siglo, han hecho del huipil una fuente de identidad, pero también de autonomía económica; es la transmisión de saberes ancestrales y con ello, una forma de existir.

Sobre esto, la doctorante del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), Ariadna Solís escribe para la revista Ichan Tecolotl que, en los estudios de indumentaria se observa que el entendimiento es limitado; no existe una profundización sobre el cuerpo de las mujeres indígenas y sus vivencias, como el racismo, la precarización, el despojo y la violencia simbólica. Siempre existen voces de especialistas que documentan el poder del huipil, los significados y procesos de realización, sin embargo, nunca aparecen las experiencias de mujeres que, con el uso del huipil, sostienen todo un legado que les ha sido heredado.

Hablar particularmente de mujeres es inherente al hablar de indumentaria, pues son ellas quienes lo producen y portan, a pesar, de que afuera, el mundo muestra los dientes; el huipil implica resistir, primeramente, a la misoginia que anida en las comunidades y que coopta a las mujeres y adolescentes de su autonomía económica, en la esfera pública, es encarar el racismo y al patriarcado profundamente colonial.

«Insistir en el papel central que han tenido las mujeres indígenas en la transmisión y actualización de los saberes que nos permiten vestirnos de determinadas maneras es importante, puesto que, para dar cuenta de la violencia que vivimos las mujeres indígenas, no sólo es necesario hacer investigación desde herramientas feministas sino también desde posturas claramente antirracistas, siempre teniendo en cuenta que nuestra indumentaria es tanto un legado simbólico como material: es la prenda pero también una forma de subsistir», escribe Ariadna Solis.

Asimismo, se apunta a la necesidad de cuestionar a la fuga de estos saberes, una circulación externa que ha permitido a algunas personas hacerse del uso de estas piezas. Mujeres políticas, casas de diseñadores, agentes extranjeros e incluso, el mismo Estado que dedica páginas y exposiciones enteras al estudio del huipil que evidencian la voracidad del capitalismo, pero también, el extractivismo que se ejerce, no sólo en contra de los recursos materiales que implican un valor biocultural para las comunidades, sino también, sobre las mismas productoras.

Vale la pena cuestionar cuántos de estos espacios culturales son sitios de acceso para las portadoras del huipil; mujeres que han dedicado su vida a bordar estas indumentarias que este marzo pudimos encontrar en los museos de la Ciudad de México, un hecho que la misma investigadora, Ariadna Solis, cuestiona como un extractivismo epistémico, donde los acervos privados acumulan buena parte de la indumentaria de las mujeres exponiéndola como «descubrimientos», como si no fuesen un trozo de vida de la portadora / bordadora y que, en términos reales, la mayoría de ellas no tienen acceso a estos espacios, como si coleccionar piezas se tratase de un beneficio personal para el Estado y no una lucha verdadera para abolir los sistemas de discriminación que implica, el sólo hecho, de portar un huipil.

De esto deviene la necesidad de cuestionar todo discurso que pretenda folklorizar a las comunidad indígenas; una visión colonial que consiste en mirar desde la otredad a las mujeres bordadoras a fin de satisfacer la necesidad cultural, textil o artística. Todo, con el objetivo de entretener o lucrar exaltando las cualidades de la población; folklorizar es un acto manifiesto de racismo.

Precisamente, el el artículo 74 de la Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas, que contemplan que se comete el delito de apropiación indebida la persona que, por cualquier medio, se ostente como propietaria, autora, creadora o descubridora de algún elemento del patrimonio cultural de los pueblos y comunidades indígenas.

Concretamente, este artículo refiere:

«El delito se configurará aunque se alegue que la creación o autoría fue inspirada en las manifestaciones culturales de los pueblos y comunidades indígenas y afromexicanas, si éstas mantienen una alta similitud aún en grado de confusión, y se hizo sin consentimiento libre, previo e informado”.

En este sentido, resulta preocupante que, si la agenda política se conduce colocando los derechos de las mujeres y comunidades indígenas al centro, el extractivismo y la mirada colonial continúe siendo una constante de violencia, una herramienta de control y usurpación sobre el trabajo de las mujeres artesanas.

A finales del 2024, la cultura O´dam denunció que el estado de Durango, en conjunto con un grupo de diseñadores habían robado sus tejidos y que, en añadidura, se habían presentado en el Fashion Week de Paris en 2024 bajo el discurso de que el diseño de las prendas estaba inspirado en el trabajo de estas bordadoras, en sus saberes y en la cultura. Una manera de «exaltar a nuestras mujeres indígenas», un hecho que produjo la indignación entre las comunidades quienes reviraron: «No somos sus mujeres indígenas, ni su matrimonio, ni su fuente de inspiración. Somos pueblos habitantes de este territorio antes de la colonización».

Nombrando la violencia

De acuerdo al estudio ‘Violencias de Género en contra de mujeres indígenas en México en contextos públicos, privados e institucionales’, son principalmente las niñas y mujeres indígenas quienes afrontan las desigualdades socialmente y estas formas de opresión no deben entenderse como una sumatoria, sino como la intersección de dos identidades: mujer e indígena.

En adherencia, se reproducen violencias invisibles como la estructural donde hay una desigualdad entre grupos sociales e individuos para satisfacer las necesidades humanas básicas; la violencia simbólica que es invisible incluso para las víctimas y que se reproduce a través de jerarquías y dominación internalizadas; y la violencia normalizada en prácticas institucionales, discursos, valores, culturas, ideologías e interacciones de la vida cotidiana.

Por ello, las violencias contras las mujeres indígenas ocurren en cuatro contextos: el hogar o privado; los homicidios y feminicidios en regiones indígenas en el ámbito público; en el ejercicio de sus derechos políticos; y en la omisión o invisibilización institucional.

Debido a las dinámicas culturales, estructurales y económicas, son ellas quienes enfrentan violencia en relaciones de pareja y en el entorno familiar que perpetúan su subordinación. El estudio encontró que las mujeres indígenas experimentan mayores niveles de violencia física y sexual en comparación con el resto influenciado por la falta de recursos económicos para su autonomía.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2021) reveló que al menos el 67.7% de las mujeres indígenas sufrió violencia de género a lo largo de su vida. Por ejemplo, el 50.4% sufrió violencia psicológica, el 36.7%violencia física, el 41.8% violencia sexual y 28.4% violencia económica o patrimonial. Asimismo, se detectaron las siguientes estadísticas de violencia:

El 42.7% de las mujeres indígenas vivieron situaciones de violencia por parte de su actual o última pareja. El tipo más frecuente fue la psicológica (37.5%), le siguió la violencia económica o patrimonial (21.5%), física (20.2%) y sexual (8.1%).
Otros tipos de violencia encontradas en mujeres indígenas fueron 25.6% violencia escolar, 16% violencia laboral, y 10.3% fue víctima de violencia por parte de algún integrante de su familia.

Asimismo, ellas se enfrentan a conflictos armados en el que son blancos de autoridades o personas del crimen organizado que quieren controlar un territorio o recursos, por lo que sus derechos humanos quedan vulnerados. Numerosos han sido los actos contra ellas como la violencia sexual, esclavitud, asesinatos y desapariciones.

Por otro lado, los proyectos de desarrollo e inversión también son responsables de la vulneración de sus derechos. De ejemplo palpable, queda documentada la violencia que están enfrentando las mujeres mayas de la Península de Yucatán, quienes han perdido el espacio público por temor a encontrarse con miembros de la Guardia Nacional y/o Ejército, que arribaron a sus comunidades con la creación del Tren Maya; las mujeres ya no se reunen en las plazas, han dejado de salir a platicar en las calles e incluso, los mercados de los sábados donde vendían sus productos han dejado de realizarse.

Lee más sobre este fenómeno de desplazamiento en «¿A qué vinieron?»: Mujeres mayas pierden espacio público ante presencia militar y megaproyectos.