*
/Texto y fotos: Rafael Lozano/
23.10.2024.- El 2 de enero de 2024 el escritor y periodista Anjan Sundaram y yo tocamos a la puerta de la iglesia de Guadalupe en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Preguntamos por el padre Marcelo. Días antes nos habían platicado de un hombre valiente de origen tsotsil que había estado involucrado en varios procesos de lucha social y defensa del territorio en Chiapas. Alguien que le apostaba al diálogo en donde los demás sembraban balas.
Poco nos hubiéramos imaginado en ese momento que el hombre que atendió a nuestro llamado, sin conocernos, cargaba varias amenazas de muerte y una orden de aprehensión encima. Ese día, luego de presentarnos brevemente y escuchar nuestra intención de conocer más sobre la violencia en Chiapas y la defensa de la vida, la tierra y el territorio; el padre Marcelo aceptó platicar con nosotros. –Sólo que van a tener que acompañarme a la iglesia de Cuxtitali porque tengo misa–, nos dijo apurado.
.
Vimos al padre Marcelo caminar sin miedo por las calles de San Cristóbal. Cargaba un morral de tela colorido y una boina de cuero. En su cuello llevaba media docena de rosarios y cruces. –Estas son mis protecciones–, nos diría luego, cuando le preguntamos si tenía protección del estado o seguridad privada, y si temía por su vida. –No le tengo miedo ni a la muerte ni a la cárcel, porque se puede encarcelar el cuerpo, pero la lucha por los ideales jamás– respondió.
Lo vimos oficiar misa en una iglesia abarrotada de gente. La misma iglesia en la que enunció sus últimas palabras públicas. Al terminar, regresamos caminando a la iglesia de Guadalupe por el mismo camino por donde llegamos. El mismo trayecto en donde ayer lo asesinaron.
.
–Creo firmemente que la verdadera paz se alcanza dialogando, no disparando, matando o golpeando. Es el que hace eso el que ha perdido la razón. Recuperando la razón es posible la paz– nos dijo Marcelo aquella noche de enero. Nos narró cómo durante años luchó por la paz y la justicia social de Simojovel, localidad en la que fue párroco hasta que las amenazas y el clima de violencia lo obligaron a moverse. Nos contó de su trabajo con poblaciones desplazadas por la violencia, de su rol como mediador entre criminales, comunidades y autoridades; la cuál incluso derivó en la liberación de ciudadanos y funcionarios públicos; de su acompañamiento a organizaciones de derechos humanos, de búsqueda de personas desaparecidas y de defensa de la tierra y el territorio en la región. Una trayectoria de devoción vinculada al pueblo.
–Tenemos que creer que hay un rincón en el corazón de la gente que no está violentado. Hay que creer en la redención. Por muy mala que sea la persona. Alguien tiene que invitar a la conversación. Solo que, como sociedad, tenemos miedo– reflexionó Marcelo. –Por eso no tengo guardaespaldas, estoy abierto al diálogo con todos. Creo en la vía pacífica. Creo en eso. Por eso está viva mi Fe. Si no creyera en la convicción, no me dedicaría a esto- expresó antes de despedirse de nosotros.
.
Yo no soy creyente, pero ver la convicción del padre Marcelo me hizo pensar en el desamparo de quienes trabajamos entorno a estos temas en México. –¿No me regala su bendición padre? –le pregunté. –Claro que si–, respondió.
En la mañana del domingo 20 de octubre, luego de oficiar misa en el templo de Cuxtitali, sujetos armados asesinaron a balazos al sacerdote Marcelo Pérez Pérez en las calles de San Cristobal de las Casas. Chiapas perdió a uno de sus más grandes y lúcidos mediadores, en un momento en que la paz se aleja a pasos agigantados de la entidad. Su luz queda encendida en muchas y muchos de nosotros; así como su anhelo por seguir caminando las calles de su ciudad en paz y sin miedo.