El epicentro del caos

 

/ Por: Zaira Rosas /

Antes de comenzar a leer quiero preguntarte algo, ¿cómo te sientes? Si pensaste como respuesta bien o mal, piensa en otra palabra. ¿Toma más tiempo cierto?, Estamos tan habituados a responder en automático esta pregunta que hasta limitamos el vocabulario para describir nuestras sensaciones. Ahora si realmente damos con honestidad la respuesta. ¿La palabra está asociada con un estado de bienestar o es algo pesado? Lo común si observamos a las personas en el día a día es ver a seres apresurados, distraídos, desesperados, desconectados, abrumados, etc.

Haga el análisis social en distintos espacios públicos, comencemos por una calle cualquiera, el sonido de los vehículos es incesante, como si el sonar del claxon les diera mayor movilidad, vea los rostros del común de conductores, algunos distraídos, otros pueden lucir hasta molestos o angustiados porque van tarde a su destino. ¿Cuántas personas podrían definirse como seres verdaderamente felices?, algunos en un ejercicio de total honestidad sabrán que están bien pero aún prevalece la sensación de vacío, de que quizás algo falta.

Otros dirán que ni siquiera tienen tiempo de preocuparse por lo que sienten porque su mente tiene total atención en lo que está pendiente de hacer, en el trabajo, en el actuar inmediato sin reflexionar en un ¿para qué? y todo lo anterior es algo común en ciertas generaciones donde cada persona ha de ser definida bajo ciertos estándares donde la inteligencia aún se medía de acuerdo a las habilidades lógico matemáticas, sin considerar diversas capacidades y habilidades como tal. El desconocimiento de las emociones solía ser algo natural, el manejo de las mismas como algo privado que quizás nunca se desarrollaba porque además podría catalogarse hasta de innecesario.

En la actualidad la historia es otra, la pandemia llegó también con una ola de sensibilidad que nos hizo ver todo lo que desconocíamos de nosotros, el encierro constante nos obligó a cambiar el ángulo de la mirada, en vez de hacer comenzamos a cuestionar el ser. Los mándalas, libros de mindfulness, plataformas de meditación o yoga y los podcast se volvieron productos sumamente solicitados. No se crearon únicamente por la pandemia, llevaban años en el mercado, sin embargo, la falta de interacción social hizo que más de uno quisiera entender qué pasaba con todo lo que sentía, a tratar de entender las emociones e incluso trabajarlas en un nivel de mayor profundidad.

No es casualidad que de 2020 a la fecha se incrementara el índice de suicidios o de personas con trastornos como ansiedad y depresión, estas últimas palabras comenzaron a ser parte del lenguaje cotidiano, hablar de la angustia que producía el encierro era algo común, aún en nuestros días, ya de regreso en la normalidad hemos notado que algunos hábitos han cambiado, hay personas con ansiedad social, otros tantos aún están en el camino de entender qué sienten y cómo se maneja esto, pero el principal punto de atención debería estar en las infancias.

Después de largos periodos de transición las nuevas generaciones deberían recibir un acompañamiento psicológico y una educación emocional profunda al igual que sus padres y/o cuidadores, pues ahora sabiendo los efectos de no entendernos deberíamos tomar en cuenta que desde temprana edad es indispensable saber hacer, pero también ser, entiendo al ser como todo lo que somos, esta conexión entre mente, cuerpo y espíritu que cuando está en equilibrio aporta mejorías personales y al entorno. He visto a infinidad de niñas y niños hacer rabietas por aparatos que les retiran porque carecen de una conexión emocional o la atención que necesitan.

¿Cómo podemos saber qué sentimos? Únicamente se puede definir eso que se conoce, quienes llegan a la sala de urgencias padeciendo un ataque de ansiedad confunden la sintomatología con un paro cardiaco, porque a veces se nos olvida algo tan básico como respirar. ¿Dónde comenzamos para lograr sanar tanto daño?, desde lo más íntimo, buscando las prácticas que nos ayuden a conectar en lo primario, meditar, hacer ejercicio físico, sin permitir que nada más interrumpa esos momentos. Entender qué pasa en nuestro centro hace que podamos comprender con mayor claridad las problemáticas de fuera, de ahí el crecimiento de centros y prácticas de bienestar. No sólo es moda, es una necesidad.