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/ Fernando García Ramírez /
A mediados de marzo, un colectivo de madres buscadoras encontró en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, ropa y calzado de cientos de personas. Las imágenes recorrieron el mundo. Recordaban a Auschwitz y las fábricas de la muerte. Se encontraron también huesos, montones de ceniza y fosas crematorias. El gobierno cubrió con mentiras y propaganda los hallazgos. Pasaron los meses. No sabemos a quiénes pertenecían esas prendas. Desde ese entonces a la fecha han ocurrido tantas masacres, han encontrado tantas nuevas fosas, que hemos olvidado el escalofrío que nos produjeron las imágenes de esos cientos de zapatos sin dueño. Un senador de Morena dijo que todo había sido un montaje. El fiscal general afirmó que no había pruebas de nada. El horror de la masacre se fue diluyendo. Las madres buscadoras que insistían en seguir excavando fueron amenazadas. Una de ellas fue asesinada. Al día de hoy solo queda el silencio.
Teuchitlán es un ejemplo, uno entre muchos, de la manera en que el Estado protege al crimen organizado. “Cada vez es más difícil encontrar diferencias entre la clase política, los aparatos de seguridad y justicia del Estado y las organizaciones criminales”, afirma Jacobo Dayán en un libro doloroso y necesario: Crisis o apocalipsis (Taurus, 2025).
Javier Sicilia y Jacobo Dayán integraron un libro con cinco conversaciones: sobre las víctimas, lo inhumano, México, la naturaleza del mal y la pregunta: ¿vivimos tiempos de crisis o el fin de los tiempos? Desde la religión (Sicilia) y el humanismo (Dayán) dialogan, discuten, a veces coinciden, en otras discrepan, con inteligencia, rigor y tolerancia. Es inusual que en México un libro aborde temas de moral. Nos hemos vuelto cínicos y sordos ante el lamento de las víctimas.
Dayán y Sicilia están de acuerdo en que la llamada transición que experimentó México a finales de los 90 y comienzos del siglo XXI fue incompleta y defectuosa. No se hizo una reforma del Estado, no disminuyó la desigualdad, el sistema judicial, cuya pérdida ahora lamentamos, permitía el 95 por ciento de impunidad, no se formó un sistema de seguridad confiable y sólido. Ante tales insuficiencias del Estado democrático, la gente se dejó seducir por el discurso populista que prometía un regreso al idílico pasado priista, nacionalista y autoritario. A siete años de haber tomado el poder, coinciden los autores de este libro, está claro que Morena no tiene otro proyecto de nación que el de concentrar todo el poder. Para conseguir su objetivo cuentan con la complicidad de las Fuerzas Armadas y el crimen organizado. Para revestir su talante totalitario, reformaron el Poder Judicial. Ahora cualquier arbitrariedad que disponga la presidenta y su partido será legal. “En el México de hoy —sostiene Javier Sicilia— todos los ciudadanos nos hemos vuelto una especie de carne animal que puede ser utilizada para cualquier cosa. Abandonados a la criminalidad, sobrevivimos gracias al azar”.
El espectáculo cotidiano es aterrador: torturados, degollados, colgados, incinerados, cadáveres ocultos en fosas clandestinas. La violencia no perdona a niños y ancianos. Se ceba, como es usual, con los más pobres. El Estado hace como que se enfrenta a la delincuencia, pero solo lo hace para cubrirse de las agresiones verbales que llegan de los Estados Unidos, no para proteger a los ciudadanos indefensos. Hemos normalizado vivir en el horror. Nadie quiere escuchar los gritos de las víctimas. Cuando se descubrió el campo de la muerte en Teuchitlán, la presidenta, lo primero que hizo fue negar la evidencia; enseguida envió al fiscal “autónomo” a encubrir a los culpables y a maquillar la escena del crimen. Los grupos de madres buscadoras, sabiendo que la sociedad estaba atenta, elevaron la voz y pidieron audiencia con la presidenta. Esta, por supuesto, se negó a recibirlas. Con empresarios sí, con las víctimas no. Las recibió Rosa Icela, la secretaria de Gobernación. Organizó mesas de diálogo. Las madres buscadoras expusieron sus demandas. Renació la esperanza. Luego de meses de trabajo, el gobierno presentó su iniciativa. Las exigencias de las madres buscadoras no fueron tomadas en cuenta. “Una vez más se volvieron a burlar de nosotras”, expresó una de las víctimas. ¿Para qué sirve el Estado en México? Para encubrir, para engañar, para proteger a los delincuentes.
El Estado utiliza la mentira y la propaganda para disimular su complicidad con el crimen organizado. Fuera de México ya no engañan a nadie. México es visto como un narcoestado.
El daño está hecho. Las instituciones democráticas, demolidas. La censura y persecución de los disidentes, en marcha. Costará mucho esfuerzo rehacer todo lo que se ha destruido. Es necesario organizarnos para que no se apropie Morena del INE. El primer paso de la sociedad civil debe ser a favor de las víctimas. El apoyo a las madres buscadoras debe ser la primera etapa en la necesaria reconstrucción del país, hoy en manos de políticos sicarios al servicio de la delincuencia.