/ Sergio García Ramírez /
Se avecina un fraude de proporciones mayores, entre los muchos que la República padece. Hoy, sábado 9 de abril, se localiza a 24 horas de distancia, como las tormentas que anuncian los meteorólogos: predecibles e irremediables. La maniobra que culmina en este producto ominoso se ha desplegado durante varios meses con imperio y dispendio. Dejará una estela de males de los que no nos repondremos fácilmente.
Las tormentas que vienen de la naturaleza se hallan fuera de nuestro control, aunque no siempre de nuestra capacidad de guarecernos. En cambio, el fraude que se avecina opera por la fuerza de un hombre que sembró estos vientos en el pensamiento y el corazón de muchos compatriotas. Hubo cuidadosa planeación y recursos cuantiosos, que han fluido a costa de la nación.
Este enorme fraude se urdió bajo una figura constitucional manejada con infinita malicia por algunos y recibida con dolorosa ingenuidad por una muchedumbre engañada. Se dotó de figura constitucional a un proceso que viola flagrantemente la Constitución. Sus favorecedores la denominan revocación de mandato. Sin embargo, implica exactamente lo contrario: una ratificación de mandato. De ese tamaño es la suplantación que se consumará en unas horas.
Ningún partido político o grupo ciudadano solicitó la revocación, convertida en ratificación. Para asombro general, la solicitud partió de quien quedaría sujeto a la supuesta revocación, pero se beneficiará con la clamorosa ratificación. He ahí la trampa tendida a los ciudadanos. Quienes cuestionaron la maniobra destacaron el engaño monumental. Expusieron razones e hicieron llamados a la cordura. Pero el fraude, incontenible, avanzó con la fuerza y los recursos acumulados por el supremo poder en estos años.
A despecho de la ley y de la razón, atropellando principios y reglas del verdadero juego democrático, el fraude contó con el patrocinio de quien jamás debió emprenderlo y con el acompañamiento de servidores públicos que debieron mantener con limpieza su imparcialidad en procesos de esta naturaleza. En cambio, la Administración Pública y sus recursos quedaron al servicio del atropello.
Desde muy arriba —tanto como es posible— escuchamos las convocatorias del ciudadano que enfrentaría la hipotética revocación y disfrutaría la apetecible ratificación. Todo se dispuso para esta insólita reelección que ocurre a la mitad de un camino que tenía tiempo previsto en la ley suprema. Pero la maniobra adoptó el otro tiempo que le impuso, por encima de la ley, el poder omnímodo.
Hace unos días, el Ejecutivo exhortó a los diputados de oposición a traicionar su filiación y votar en favor de una iniciativa ruinosa, exaltada en las filas del gobierno. En el fondo de esa exhortación latía otra trampa, aderezada con falacias y alimentada con lentejas. Vale la pena recurrir al mismo discurso y exhortar a los electores beneficiarios de los recursos que desparrama el Ejecutivo para que no participen en este engaño. Los promotores del sufragio han dispuesto de esos medios para persuadir a los electores. Pero éstos podrían recibir los recursos y eludir la trampa. Se hizo en el pasado. Se puede hacer en el presente.
Dentro de unas horas quedará a prueba, nuevamente, nuestra conciencia como ciudadanos libres dispuestos a vivir en democracia. Superaremos esa prueba si nos guarecemos para sortear la tormenta que se avecina. Miremos de lejos el engaño que acecha. Pasemos de largo. Guardemos nuestro voto para causas que lo merezcan. Llegará la hora, a gran distancia del fraude que ahora mismo llama a nuestra puerta.