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/ Rosario Robles /
¿Se puede decir que el gobierno o el Presidente tienen responsabilidad porque a las costas de Guerrero, sobre todo de Acapulco, haya llegado un huracán categoría cinco? Definitivamente no. Sería tan absurdo cómo querer culparlo de un terremoto o cualquier desastre natural. Se equivocan quienes justifican la inacción gubernamental llevando el debate a ese terreno.
También lo hacen quienes señalan que el Presidente no podía llegar por aire, cuando en casos similares, los helicópteros o los aviones de las fuerzas armadas aterrizaron en esos lugares una vez concluido la parte más dura del fenómeno, como era ya el momento en el que decidió tomar su camioneta para convertirse en el centro y poner en marcha la narrativa de que recorrió kilómetros a pie y pidió aventón a un camión de redilas porque no pudo pasar su vehículo (cuando se sabía que los deslaves lo impedirían), mientras que las verdaderas víctimas vivían el dolor, la angustia, el sentimiento de pérdida y el abandono de un gobierno que no sólo no supo advertir para salvar vidas (es temporada de huracanes y la alerta es una exigencia permanente), sino que no tuvo la capacidad o no quiso responder a la altura de lo que la situación amerita.
Lo que se cuestiona, con indignada razón, es que una tragedia como la ocasionada por Otis se haya convertido en un acto más de propaganda gubernamental, en lugar de una respuesta rápida y eficaz para atender la contingencia.
Las preguntas son muchas. ¿Por qué no se instaló de manera inmediata el Comité Nacional de Emergencias que implica la coordinación de los tres niveles de gobierno y de las áreas competentes, encabezado por el Presidente como en otras ocasiones? ¿Por qué el jefe del Ejecutivo no ha recorrido las zonas afectadas, abrazado a la gente, dándoles seguridad con su presencia de que ahí está su gobierno (ése por el que mayoritariamente votaron)?
¿Por qué el Secretario Almirante, que vivió en carne propia la experiencia de Ingrid y Manuel, no le informa a su comandante de lo realizado en esa ocasión, en la que fue un importante protagonista como Jefe de la Zona Naval de Acapulco? ¿Por qué se quiere acaparar e impedir ilegalmente la ayuda humanitaria y solidaria de la sociedad y canalizarla sólo a través del Ejército y la Marina cuando en estos momentos es fundamental que se sumen muchas manos, muchos esfuerzos, mucha participación para acompañar, para ayudar, para proteger a quienes lo perdieron todo?
¿Por qué a estas alturas no se tiene un informe preciso del impacto no sólo en Acapulco sino en otras zonas de Guerrero? ¿Por qué el ejército no instaló de manera inmediata sus comedores para proveer de comida caliente en las zonas más afectadas? ¿Por qué no se ha puesto en marcha un programa de empleo temporal que le garantice un ingreso a quienes hoy han perdido sus fuentes de empleo? ¿Por qué no hay orden y prevalece el caos?
La respuesta es simple: porque no quiere el gobierno. Otis lo exhibió y mostró con claridad que sus prioridades son otras. Duele decirlo. Además, el huracán no sólo destruyó Acapulco, sino también muchos años de experiencia acumulada para enfrentar desastres naturales, ser resilientes, y salir más fuertes. Eso también se lo llevó.