/ Peniley Ramírez /
El año pasado, Mari viajó a Georgia. Asistió a una protesta afuera del centro de detención migratoria donde estuvo presa. Y dijo: “Fui yo, la que tú le hiciste esto soy yo. Mírame. Aquí estoy. No me mataste. Aquí estoy”.
En 2021, Mari sobrevivió a ese centro. Aún lleva en su cuerpo el saldo de sus días allí. Parálisis facial por el estrés. Más peso del que siempre tuvo. Ropa “como de chico” para que los hombres no la miren. El peso de la espera hasta que las autoridades resuelvan las denuncias contra su agresor. El dolor de sentir que su caso, que ella misma, es “inmensamente invisible”.
Los abusos comenzaron poco después de que Mari llegó a Estados Unidos. De su país, Venezuela, escapó de la violencia política. Pensó que el infierno terminaba después de hacer el viaje hasta la frontera. Creyó que en manos de migración, en el país donde quiere vivir, estaría segura.
No lo estaba. Mari fue a la enfermería para un chequeo. El enfermero la forzó. Se masturbó con la mano de Mari. Y no era la primera vez.
Viviana, otra inmigrante de Venezuela, estuvo también en esa enfermería. El mismo enfermero metió el estetoscopio dentro de su pantalón, a la altura de su vagina. La revisión nada tenía que ver con la parte baja de su cuerpo. Mientras la tocaba, Viviana se quedó callada. Miraba al vacío. Esperaba a que todo terminara. Rezaba.
Dice Viviana que su tiempo en detención “rompió algo dentro de ella”. Otras mujeres vivieron abusos similares, del mismo enfermero. Se quejaron. Él siguió trabajando en el centro de detención en Georgia, con acceso a las detenidas.
Después de meses, las autoridades de migración de Estados Unidos pusieron al enfermero en una licencia administrativa. El caso aún no se ha resuelto. Las mujeres no saben si él enfrentará alguna responsabilidad penal.
Supe por primera vez sobre esta historia en 2021. Una colega, Zeba Warsi, me pidió ayuda. Ella había sido reportera de televisión en su país, India. Ahora se proponía investigar los abusos a migrantes en Estados Unidos. Zeba no habla español y la mayoría de las sobrevivientes no hablan inglés. Le ayudé como intérprete varias veces.
Las mujeres detallaban las crónicas desgarradoras de sus viajes y los abusos en la detención migratoria. Relataban el agrio proceso de sanar, las huellas del encierro. El reto era demostrar que no eran casos aislados.
Meses después, Zeba obtuvo vía transparencia más de 300 quejas de migrantes. Coincidían los detalles, las fechas, los agresores. Los abusadores son guardias, enfermeros y doctores. Podíamos probar un problema sistémico.
Para entonces, ya estaba yo dirigiendo Futuro Investigates y decidimos investigar la historia con Zeba. Mi equipo viajó para entrevistar a tres mujeres. Las llamamos Mari, Viviana y Marlissa para proteger sus identidades. Revisamos las quejas de otras mujeres sobre abusos en centros de detención en Texas, Georgia, Florida.
Confirmamos que los migrantes tienen al menos tres formas para quejarse. Encontramos que unas oficinas refieren el caso a otras y otras. En la mayoría de los casos, el asunto regresa a la misma institución que administra los centros migratorios. Las autoridades acusadas de negligencia se investigan a sí mismas.
Las fuentes nos dijeron que algunos grupos de activistas han logrado que se cierren varias decenas de centros de detención. Con frecuencia, los migrantes que han denunciado terminan transferidos a otros centros, donde reportan otros abusos.
Durante estos meses de reportería y edición, recordé mis viajes en México como corresponsal, contando historias de migrantes. Muchos de ellos me dijeron que llegar a Estados Unidos era el fin del sufrimiento, el cierre de la agonía. No lo es.
Las voces de estas mujeres deben conocerse también en México, deben saberse en Guatemala, Honduras, El Salvador, Cuba, Brasil y en cada sitio desde donde salen migrantes rumbo a la frontera estadounidense. Debe saberse porque las mujeres que fueron víctimas, ahora son sobrevivientes y han tenido voluntad suficiente para denunciar y para contarlo, para advertir a otras de lo que enfrentan.
Desde mi lugar como periodista y como líder de mi equipo, vale la pena exhibir que el excepcionalismo estadounidense, esa tierra del sueño americano, puede ser también un infierno, como el viaje, como el sitio de donde se huyó.
@penileyramirez