El negocio de la paz .

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/ Verónica Malo Guzmán / 

“Algunos hacen la guerra por dinero. Otros hacen la paz… por lo mismo.” Arthur Conan Doyle.

Nicolás Maduro y Donald Trump tienen algo en común: ambos están indignados porque el Nobel de la Paz fue para María Corina Machado. Sí, para la opositora venezolana que desafió al régimen chavista hasta hacerlo tambalear. Ironías del mundo: mientras ella, símbolo de resistencia democrática, recibe el galardón, los dos caudillos —uno de izquierda autoritaria, otro de derecha populista— se atragantan de bilis.

Pero más allá del Nobel, la gran pregunta es otra: ¿de verdad se acabó la guerra en la franja de Gaza? Trump anunció con su habitual grandilocuencia: “Terminamos la guerra en Gaza.” Poco parece importarle que el acuerdo se haya negociado con los terroristas de Hamás, los mismos que no reconocen el derecho de Israel a existir y proclaman, sin matices, su deseo de destruirlo.

El pacto incluye un alto al fuego, intercambio de rehenes por prisioneros palestinos y la retirada del ejército israelí a las líneas pactadas dentro de la Franja de Gaza. El expresidente y candidato republicano se jactó: “Anoche logramos un avance trascendental en Oriente Medio. Terminamos la guerra en Gaza. La liberación de los rehenes restantes será el lunes o el martes.” Ojalá sea verdad.

Según Jalil al-Haya, jefe político de Hamás, Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía —los mediadores del acuerdo— habrían garantizado el fin total de la guerra. Lo curioso (y preocupante) es que el anuncio no lo dio el presidente de Palestina, sino el jefe de una organización terrorista: justo esas con las que Trump dice no negociar.

Al-Haya añadió que Hamás “seguirá trabajando con las fuerzas nacionales e islámicas para completar los pasos restantes hasta el establecimiento de un Estado independiente con Jerusalén como su capital.” Ahí está el verdadero nudo del conflicto. Lo de “trabajar con las fuerzas islámicas” debería alarmar incluso a los palestinos moderados; y la pretensión de hacer de Jerusalén la capital de Palestina sigue siendo una línea roja para Israel.

Por ahora, Trump no estará en la lista de presidentes estadounidenses que se han llevado el Nobel de la Paz: Theodore Roosevelt (1906), Woodrow Wilson (1919), Jimmy Carter (2002) y Barack Obama (2009). Tampoco será como Ralph Bunche (1950), mediador en Palestina; ni como Anwar el-Sadat y Menachem Begin (1978), artífices de los Acuerdos de Camp David; ni como Yaser Arafat e Isaac Rabin (1994), premiados por abrir una esperanza en la región.

En aquellas ocasiones, los presidentes estadounidenses impulsaron la paz, pero nunca buscaron el premio. Trump, en cambio, se autopropone candidato a la santidad diplomática mientras financia a Israel y presume acuerdos con quienes niegan su existencia.

Creer que el magnate, tras firmar con Hamás y apadrinar los bombardeos de Gaza, obtendría el Nobel de la Paz suena muy “Trump”, pero no por eso deja de ser inverosímil.

Más allá del premio —y de la rabieta que sin duda hará—, ojalá, por una vez, su exageración se convierta en realidad: que Gaza conozca una paz duradera, no otra tregua maquillada.

Tres en Raya
Trump volvió a hacer de las suyas. Con ayuda de inteligencia artificial, se dibujó a sí mismo en el Monte Rushmore, al lado de Washington, Jefferson, Lincoln y Roosevelt. Entre aplausos de sus fieles y risas de sus detractores, en redes le recordaron que quizá debería preocuparse más por los documentos de Epstein que por su busto de granito.

Porque, en el fondo, Trump no sueña con la paz, sino con el negocio de la paz. Una Franja de Gaza sin gente, pacificada y “reconstruida”, sería el escenario ideal para sus hoteles, casinos y campos de golf. Su “tratado de paz” no es el final de una guerra, sino la primera piedra de un nuevo resort.

Y mientras tanto, el verdadero Nobel —el de la valentía civil y la coherencia moral— se lo lleva una mujer que jamás negoció con dictadores. Machado encarna lo que Trump finge: la paz como consecuencia de la libertad, no como negocio.