El Obradorato .

/ Denise Dresser /

¿Qué habrán sentido las “corcholatas” de Andrés Manuel López Obrador al oír cómo tendrán que gobernar cuando destape a una de ellas? ¿Qué habrán pensado al escuchar su discurso de gestación del “Obradorato”? ¿Cómo habrán reaccionado -en su fuero interno- frente al anuncio de la perpetuación en el poder del hombre que se irá del trono, pero quiere seguir parado detrás de él? Nada de zigzagueo, nada de titubeos, nada de medias tintas, nada de enmiendas o correcciones. A seguir el rumbo, bajo amenaza de muerte política. A plegarse a las posturas del prócer, aun cuando ya no lo sea. Con su posicionamiento en el Zócalo, conmemorándose, AMLO convierte a sus posibles sucesores en eunucos y a su posible sucesora en esclava. El Maximato priista, ahora reencarnado en el Obradorato lopezobradorista.

Mismo discurso, mismos objetivos. La exaltación del pueblo, con el afán de controlarlo. La ideología del nacionalismo revolucionario para esconder el proyecto autoritario. El uso político de las causas de los de abajo, para construir una nueva élite, poblada por los que llegaron arriba. En el Zócalo escuchamos una apología del pasado, desvinculada del presente. AMLO y la nueva mafia en el poder, protegidos y separados por vallas, incapaces de comprender que lo que aplauden es lo que deberían cambiar. Incapaces de entender las heridas que dejó el PRI. Incapaces -ahora en la 4T- de componer lo que la ideología de la Revolución Mexicana, y el corporativismo cardenista, y la creación del partido hegemónico arruinaron. AMLO erige su transformación sobre un engaño, promovido durante años por los libros de texto gratuito. No es un constructor del futuro; es un mal plagiador del pasado.

Ese pasado mitificado que ignora cómo los poderosos buscan proteger sus feudos, y lo han hecho desde la Independencia. Que ignora cómo los depredadores de bienes públicos permanecen enquistados, y siguen saqueando al país, antes y ahora. Que borra cómo el ejido proveyó dignidad a los campesinos, pero no un camino para que salieran de la pobreza. Que los políticos del PRI -y otros partidos- reciclados en Morena, siguen tejiendo complicidades con licencias y contratos y concesiones y subsidios. Que la vasta mayoría de los mexicanos parados en el Zócalo no puede incidir en el destino del país, aunque se sientan vistos y representados por un hombre que simula actuar en su nombre. Que la falta de gobiernos democráticos, competentes y transparentes está en el corazón de nuestra historia.

La historia verdadera que el Presidente reescribe a conveniencia. El pasado glorificado que deberíamos encarar si queremos realmente progresar. La nostalgia que borra el patrimonialismo, el rentismo, la corrupción, la desigualdad, el México de privilegios, el uso arbitrario del poder, y la impunidad con la cual se ejerce. Y cómo esos vicios históricos persisten en la “4T”. El cardenismo es usado como caparazón para encubrir una traición. La identificación es manipulada para tapar la desfiguración. AMLO busca referentes estratégicos, políticos y morales en el Tata Lázaro, para taparse con ellos. Pero detrás de la polvosa retórica asoma la recalcitrante realidad.

 

Un Presidente sin vocación democrática. Un Presidente que dice amar al pueblo mientras lo condena a vivir con la mano extendida, esperando el cheque entregado por otra camarilla de arribistas: los suyos. Un Presidente que ha puesto la alianza cuatista entre el poder económico y el poder político a su servicio. Una austeridad republicana donde los pobres reciben dinero, pero pierden acceso a la salud, a la educación de calidad, a la posibilidad de movilidad social. Un gobierno que presume las remesas, enviadas por quienes tuvieron que huir, en busca de oportunidades que no les ofrece su propio país. Un Presidente cuya violencia verbal lleva a la quema de una figura representando a la ministra Norma Piña, identificada como enemiga existencial. Una aniquilación institucional disfrazada de transformación histórica.

Con su discurso, AMLO llama a darle continuidad a la demolición. Glorificar la pauperización. Justificar la quema. Colocar más cadenas de las que gobiernos pasados nos habían obligado a cargar. Su llamado no es un clarín para el México próspero, incluyente, ciudadano al cual tenemos derecho a aspirar. Es una oratoria fúnebre que anuncia otro invierno de Obradorato. Y ese ya lo padecimos.