El peculiar lenguaje de Putin

Catalejo

/ Esther Shabot /

bservar las formas lingüísticas usadas y repetidas hasta el cansancio por el discurso político dominante en una época o un lugar, puede aportar mucha información acerca de los objetivos fundamentales de ese poder. El filólogo Víctor Klemperer, sobreviviente de la persecución antijudía del nazismo, escribió en su libro La lengua del Tercer Reich: “El nazismo se introducía en la carne y la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente… Las palabras pueden actuar como dosis mínimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y, al cabo de un tiempo, se produce el efecto tóxico… pone el lenguaje al servicio de su terrorífico sistema y hace del lenguaje su medio de propaganda más potente, más público y secreto a la vez”.

Los regímenes totalitarios o los que tienden a serlo, son en efecto muy propensos a recurrir a la práctica de la que se valió el nazismo para enaltecer sus metas y deshumanizar a quienes quedaban fuera del ámbito de los elegidos para dominar al mundo. Vladimir Putin, hoy viviendo la coyuntura que se revela en su máxima expresión su talante autocrático y la crueldad extrema con la que persigue sus fines, recurre cada vez con más frecuencia e intensidad a palabras y construcciones lingüísticas que remiten a la era estalinista de la extinta Unión Soviética.

Especial atención ha puesto el jerarca de Moscú en los llamados “enemigos internos”. Sabe que la oposición dentro de Rusia a la invasión a Ucrania es nutrida y le es fundamental un cierre de filas que conjure la posibilidad de una rebelión doméstica. El 16 de marzo, en su mensaje televisado, se centró en el alegato de que había una vasta conspiración dentro de la propia patria contra la “operación militar especial” que las tropas rusas llevan a cabo en Ucrania. Agregó: “Los enemigos de Rusia ciertamente están contando con el apoyo de una quinta columna de traidores a la nación, de la escoria nacional”. Curiosamente, la expresión es una copia casi intacta del discurso del líder comunista polaco Wladislaw Gomulka en 1967, poco antes de la purga antijudía a la que se abocó. Mediante subsecuentes y reiteradas acusaciones de “sionistas” y “quinta columnistas”, miles de judíos fueron despedidos de sus empleos, expulsados de instituciones académicas y forzados a emigrar.

Otra de las acusaciones comunes en los discursos de líderes autócratas del pasado, que ahora Putin enarbola con todo desparpajo en la propaganda que difunde, es el del cosmopolitismo, o sea, la “vergonzosa” conexión con el exterior más allá de las fronteras nacionales y en detrimento de un apego fuerte a las raíces nacionales o étnicas de pureza inmaculada. Putin acusa a sus conciudadanos rusos de que no apoyan su operación militar que, “en esencia, su mentalidad está allá, no aquí, con nuestra gente, con Rusia.” Son por tanto traidores y desleales, como lo es también Zelenski a quien Putin acusa de ser “un personaje que está trabajando con los globalistas en contra de los intereses de su propio pueblo”. Globalista sustituye de hecho al término “cosmopolita” más en uso por los totalitarismos del siglo XX para referirse al bando enemigo, el de quienes pretenden convivir e interactuar libremente con el mundo más allá de las fronteras de la patria.

Es interesante que dentro del establishment militar estadunidense alineado con la derecha extrema representada por Trump han aparecido expresiones similares. Hace unos meses en una presentación en Fox News, algunos de esos militares, simpatizantes de Putin, por cierto, se quejaban del “gran problema que representan las élites que no tienen conexión con el país, que no están arraigadas y que son, como los rusos acostumbraban llamar a ciertos individuos hace muchos años, cosmopolitas sin raíces”.

Por último, otro rasgo propio del gobernante con pulsiones autocráticas es la tendencia al uso frecuente del “chivo expiatorio” a quien se puede culpar de forma simplista y reiterada de todos los males y al que se puede recurrir como punching bag eterno sobre quién descargar la responsabilidad de los propios fracasos. No es casual que las teorías de la conspiración florezcan en esos entornos con facilidad, con una abundancia de acusaciones de complots orquestados por fuerzas malévolas que de manera tenebrosa tejen sus redes para capturar y dañar a quienes con heroísmo y valentía conforman las fuerzas del bien absoluto. No cabe duda, el lenguaje de los líderes importa. Hay que poner atención a lo que nos están revelando.

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