El perdón: seis letras, mil lecciones .

*Mis proyecciones en el espejo.

/ Por Paula Roca /

“Perdonar no es justificar comportamientos negativos o improcedentes, sean propios o ajenos. El maltrato, la violencia, la agresión, la traición y la deshonestidad son solo algunos de los comportamientos que pueden ser totalmente inaceptables”.
Robin Casarjian

¡Qué difícil es empezar a escribir sobre esta palabra de solo seis letras, pero con un peso tan grande y profundo! A lo largo de mi vida he tenido que lidiar con la creencia de que “pedir perdón” o “perdonar” son actos obligatorios para ser aceptada en el círculo al que pertenecía. Pedía perdón con o sin culpa, y perdonaba incluso cuando era la agredida… aunque no lo sintiera. Era “lo correcto”.

“Poner la otra mejilla” —una de las grandes frases que marcó mi crianza religiosa— implicaba que ser buena era perdonar abusos, humillaciones, maltratos, faltas de respeto… incluso cuando la otra persona ni siquiera se disculpaba. Siempre había un tercero que intercedía para que ese perdón “sucediera”. Pero… ¿realmente perdonaba?

Crecí en un entorno familiar donde las agresiones se disfrazaban de cortesías, se maquillaban con vestidos de almidón y se ocultaban bajo el miedo al “qué dirán”. Las faltas de respeto se cubrían con perdones forzados, no sentidos. Perdonar se volvió una obligación silenciosa que dejaba heridas escondidas, relegadas a mi sombra para no volver a tocarlas.

¿“Perdono… pero no olvido”? Lo que en realidad hice fue bloquear. Eludir. Callar. Pero con los años, eso acumulado se tradujo en llanto, en rabia contenida. En cansancio del alma.

Busqué ayuda. Fui a terapia. Me comprometí con sanar un entorno tóxico y profundamente disfuncional. ¡Cómo hubiera querido que en mi época se hablara más del narcisismo! Pero el “hubiera” no existe, y hoy me toca reescribir mi historia: en las manos de un familiar narcisista pasé de ser la víctima a ser la villana, y no lo niego. A veces mis heridas se abren de nuevo, pero hoy sé que está en mí despertar, respirar y continuar.

Los manipuladores y controladores tienen un talento particular: te hacen dudar de ti, te culpan, te arrinconan, te desgastan. Vives en modo supervivencia. Pero —y aquí viene un “pero” poderoso— siempre existe una elección. Como en Matrix, puedes tomar la pastilla verde o la roja. Yo elijo tomar el antídoto: el conocimiento, la conciencia, el amor propio.

Escribo esta reflexión con el deseo profundo de comprender de verdad esta palabra: perdón. De acercarme a ella sin miedo, desde un lugar más sereno, buscando comprenderla con coherencia, sin autoengaños, pero sobre todo, con conexión honesta a mi verdad interior.

Hoy entiendo que perdonar no es justificar ni olvidar. Es liberarme. Es transformar la oscuridad guardada en mi sombra en algo que me sane. Es abrazar mi historia sin tener que repetirla. Es poner límites y al mismo tiempo tener paz.

Esa creencia de perdonar y poner la otra mejilla me hizo más daño que bien. Me alejó de mí. Hoy, decido enfocarme en reconstruirme, sin juzgarme con la dureza de antes. Si alguna de mis piezas vuelve a caerse, aprenderé a recogerla con respeto, a revisar mi herida con amor y dejar que cicatrice como merece.

Quizá las creencias con las que crecí lograron su objetivo: cumplí con todos, menos conmigo. Hoy elijo hacerlo al revés. Porque merezco paz. Porque merezco perdonarme… a mí