El periodismo feminista como resistencia en tiempos de conservadurismo extremo y violencia digital.

*A propósito de la conmemoración del Día internacional de la mujer, conversamos con Luciana Peker sobre cómo el periodismo puede convertirse en trinchera frente a la hostilidad, y advertimos de los peligros de la autocensura y la desaparición de las voces que luchan por la igualdad.
Red Ética/ @etica

En 2017, cuando El cuento de la criada se convirtió en una serie de televisión, muchos la describieron como una distopía lejana, un relato oscuro pero ficticio. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los icónicos vestidos rojos y los tocados blancos de las criadas se convirtieran en un símbolo de resistencia que distintos grupos de mujeres alrededor del mundo adoptaron como traje de batalla para protestar, marchar y luchar por sus derechos. La serie, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, no solo retrataba un futuro imaginario, sino que resonaba como una advertencia sobre los peligros del autoritarismo y la opresión de género. Hoy, esa advertencia parece más vigente que nunca.

Atwood escribió El cuento de la criada en los años 80, en un contexto de auge conservador liderado por figuras como Ronald Reagan y Margaret Thatcher. La autora, consciente de que su historia podría ser tachada de ‘exagerada’, se basó en eventos y prácticas históricas reales para construir su distopía: “Desde la manipulación reproductiva hasta la censura y la opresión sistemática de las mujeres, cada elemento de la novela tenía un precedente en la historia”, mencionaba la autora en 2018. Atwood exploró cómo, en un mundo donde la fertilidad se volvía escasa, las sociedades podrían explotar y controlar a las mujeres fértiles, un tema que, lejos de ser ficción, ha sido una constante en la humanidad.

Hoy, cuatro décadas después de la publicación del libro y 9 años desde que la serie sacudió a millones de personas, el mundo parece estar avanzando a grandes tumbos hacia esa misma utopía perversa que Atwood imaginó. De hecho, solo en el último año hemos sido testigos de cómo, mientras el mundo enfrenta un declive en las tasas de natalidad —de la que se responsabiliza a las mujeres a través de acusaciones como “ser demasiado exigentes”, “priorizar sus carreras” o “abusar del derecho al aborto”— paralelamente, la industria de la subrogación sigue creciendo de manera exponencial, explotando a mujeres vulnerables que alquilan sus vientres, mientras algunos de esos niños terminan incluso abandonados en hospitales por culpa de vacíos legales y siendo víctimas de un sistema de trata.

Este retroceso evidencia cómo, mientras se les exige a las mujeres que cumplan con roles reproductivos tradicionales, también se les niega el control sobre sus propios cuerpos. De hecho, de forma cada vez más masiva, el mundo digital celebra el regreso de las “trad wifes” (esposas tradicionales) —un movimiento que glorifica la vinculación de las mujeres a roles de sumisión en el hogar—, y desde el poder se han empezado a limitar derechos como la elección de la propia identidad, la autonomía corporal de las mujeres (negándoles, por ejemplo, su derecho al aborto en Occidente, o su decisión de ser vistas y ver el mundo en Oriente Medio) e incluso quitándole vigencia a aquellas leyes que exigían a las instituciones tener políticas de diversidad, inclusión y equidad.

Asimismo, la tecnología y la inteligencia artificial han jugado un papel ambivalente en el mundo actual. Por un lado, han facilitado la conexión entre mujeres que pasan por situaciones similares de violencia, discriminación y exclusión para construir redes de apoyo; pero por otro, han amplificado su explotación, permitiendo la creación de deepfakes o convirtiéndolas en blanco de violencia digital por un algoritmo que prioriza la misoginia y los ataques. Esta dualidad refleja una tensión entre el progreso tecnológico y el retroceso social, donde las mujeres son simultáneamente objeto de control y despojo.

Frente a este escenario, el periodismo feminista puede ser una herramienta crucial para visibilizar las contradicciones y resistir los embates de un sistema que busca silenciar las voces de las mujeres. Pero, ¿qué papel juega el periodismo feminista en un mundo en el que los derechos de las mujeres están bajo ataque?

Es innegable que este 8 de marzo es el primero que conmemoramos en un mundo que, ya hoy, funciona distinto, con un nuevo orden que recién empieza, y que impulsado por algoritmos, gobiernos autoritarios y el fracaso de las agendas progresistas, no solo amenaza con poner en riesgo los derechos de las mujeres, la población LGBTIQ+ y las personas racializadas, sino también la democracia y la libertad de expresión. Y es en este último en el que las mujeres periodistas se enfrentan a una hostilidad ya creciente, donde la violencia digital es la norma, la autocensura es una estrategia de supervivencia y las voces feministas se silencian ante el ruido de la intimidación.

En el marco del Día Internacional de la Mujer (8M), desde la Red Ética invitamos a la periodista y escritora argentina Luciana Peker a reflexionar sobre estos desafíos. A través de su mirada, analizamos cómo el periodismo puede convertirse en una trinchera de resistencia frente a la hostilidad, al tiempo que advertimos sobre los peligros de la autocensura y la desaparición de las voces que luchan por la igualdad.

El periodismo feminista bajo amenaza

Luciana Peker describe el momento actual como un “abismo democrático”, un escenario en el que las mujeres y las disidencias sexuales están perdiendo su voz, no solo por la avanzada de los sectores conservadores, sino también por la indiferencia –o incluso la complicidad— de sectores progresistas que han dejado de priorizar la agenda feminista, y que en muchos casos han declarado también la guerra al periodismo, y en particular, a las mujeres periodistas. “El autoritarismo empieza con el ataque a las mujeres y a la diversidad sexual”, advierte Peker, quien menciona que lo que sucede en Argentina o Estados Unidos es un reflejo de una tendencia global: la reducción de espacios para mujeres y la expulsión de periodistas feministas de los medios, un fenómeno que, resalta, “ha dejado a los varones como los principales protagonistas de la agenda informativa”.

Las mujeres periodistas no solo enfrentan la pérdida de espacios en los medios, sino que también son blanco de ataques constantes en redes sociales y en sus propios entornos laborales. La hostilidad digital, alimentada por algoritmos que amplifican la misoginia, ha convertido el ejercicio del periodismo feminista en un campo minado. “Las mujeres estamos en la primera línea digital y por eso siempre nos ha tocado poner el cuerpo. Sabemos que fuimos las primeras en recibir los ataques, pero hoy ya no es sólo un problema de género: es un ataque a la libertad de expresión”, sostiene Peker.

A pesar de la falta de datos estadísticos, el informe Ciberviolencia y ciberacoso contra las mujeres y niñas en el marco de la Convención Belém Do Pará, revela que los testimonios de mujeres víctimas y las investigaciones iniciales en la materia han demostrado en todo el mundo que las mujeres son desproporcionadamente más afectadas que los hombres por ciertas formas de ciberviolencia. Esta es una estadística que se traduce también al oficio periodístico. Peker denuncia que “no hay cobertura sobre el impacto de las violencias en nuestra contra y la que hay es excepcional. No estamos ante una amenaza, sino ante una realidad: las periodistas hoy no podemos trabajar”.

Sin embargo, insiste que el periodismo feminista es fundamental pues “sin periodismo realizado por mujeres y disidencias, no hay periodismo”. En un contexto donde los medios independientes están desapareciendo y las redes sociales están cada vez más controladas por algoritmos que penalizan el contenido feminista, las voces de las mujeres están siendo cada vez más silenciadas.

Según la periodista argentina, apoyada en el “Reporte sobre ciberviolencia”, que presenta la Unión Europea, “el 76% de las personalidades con voz pública cambia su manera de utilizar Instagram, X u otras plataformas debido a la inseguridad o la vergüenza de sufrir un ataque”. Además, el 37% evita publicar notas o coberturas informativas para no recibir comentarios despectivos sobre su apariencia, fotos sexuales no consentidas y para evitar ser ‘doxeadas’, es decir, para que no se exponga su información personal en línea.  El miedo a ser acosadas o atacadas ha llevado a muchas comunicadoras a abandonar coberturas críticas, dejando vacíos informativos sobre temas esenciales, e incluso generando casos de ansiedad, depresión, estrés, insomnio y autolesiones.

Estas cifras se suman a las del informe Violencia en línea por razones de género hacia mujeres con voz pública. impacto en la libertad de expresión, donde el 80% de las encuestadas afirma haber limitado su participación en las redes. Un tercio cambió de puesto laboral. La cuarta parte vivió el despido o la no renovación del contrato. La mitad tiene miedo de perderlo. Un 80% temió o teme por su integridad física y hasta por su vida.

Sin embargo, la solución a esta problemática sigue pendiente, pues de acuerdo con la investigación  #MediosSinViolencias, de Comunicación para la Igualdad, presentado en julio del 2024, “el 57% de los medios de comunicación de América Latina y el Caribe no tiene protocolos para abordar la violencia de género al interior de las redacciones”.

La autocensura, el agotamiento y otras consecuencias

Es claro que uno de los efectos más preocupantes de este escenario de hostilidad es la autocensura, pues dice Peker, el 30% de las comunicadoras víctima de violencia en línea deja de opinar, calla sus investigaciones, no vuelve a postear o baja comentarios para no ser hostigada ni poner en riesgo a sus hijos e hijas o a sus familias.

Pero acaso ¿es internet real? Esta es la pregunta que se hacía Amalia Toledo de la Fundación Karisma en 2016 y que casi una década después sigue más vigente que nunca. Ya que aunque no parezca, “la violencia basada en género en internet tiene consecuencias reales en las prácticas periodísticas y en la vida personal, en especial cuando son ataques personalizados”.

Una de las razones que lleva a la autocensura es el agotamiento que produce la violencia digital. “Las mujeres hoy estamos agotadas, quemadas”, confiesa Peker, pues “los ataques no solo vienen de un sector, sino de todos. Y eso ha producido un enorme deseo de esconderse, de decir ‘esto no da para más'”.

El impacto psicológico de esta violencia es innegable y no es solo un fenómeno individual que afecta a algunas periodistas, sino un golpe estructural contra el periodismo en su conjunto. “Si se cerrara el poder legislativo de un país, entenderíamos el riesgo para la democracia. Pero el periodismo como libertad de expresión está casi cerrado, y la gente no lo está viendo”, alerta Peker.

¿Puede el Sur global ser una esperanza frente a este panorama?

Peker ve en el Sur global una esperanza frente a este escenario de retrocesos. “El Sur del mundo es más creativo, más innovador, más valiente. En formatos periodísticos, ha sido superior de forma consistente”, afirma. Aún así, advierte que la debilidad económica y la falta de financiamiento hacen que la supervivencia de los medios independientes sea cada vez más difícil.

“El periodismo tiene que encontrar la manera de volver a lo físico, de invitar a comprar libros, a suscribirse a revistas, a ir a charlas”, propone Peker. La solución, dice, no está en quedarse en las redes sociales que han sido cooptadas por los magnates tecnológicos, sino en otros lugares: “Tenemos que resistir, pero también hay que buscar nuevas formas de financiamiento y de conexión con las audiencias”.

Peker también señala que la responsabilidad de frenar estos retrocesos no recae únicamente en el Sur global. “La responsabilidad política y pública hoy de frenar estos tecnoautoritarismos es de la Unión Europea”, y asimismo es crítica ante la falta de acción de Europa en el marco de los desafíos actuales: “Europa es muy cobarde, y esa cobardía hoy puede representar el final de la democracia y los derechos de las mujeres y disidencias”, advierte.

Peker destaca que, en lugar de tomar medidas contundentes para limitar el poder de las redes sociales y proteger la democracia, Europa está optando por un nuevo colonialismo que perjudica a América Latina. “Europa no está actuando porque quiere que América Latina sea la que pague los platos rotos”, señala, “pero esta vez, esa bomba les va a explotar a ellos también”.

¿Y el rol de las audiencias?

Las audiencias nunca han sido fáciles, reconoce la periodista argentina, pues es claro que en muchas oportunidades los ataques vienen de ellos mismos, incluso, en redes sociales ha crecido un discurso que responsabiliza al feminismo –que tuvo su auge digital entre 2014 y 2018– de la actual ola reaccionaria y la violencia en línea contra las mujeres. Al consultarle a Peker qué piensa sobre estas teorías que afirman que lo que vivimos hoy es la consecuencia de excluir a los hombres del debate, su respuesta es contundente: “Es un argumento absurdo. Es como echarle la culpa a los movimientos que lucharon contra la esclavitud de la existencia de supremacistas blancos; es simplemente un error histórico que perpetúa la violencia”.

Sin embargo, sí considera clave dialogar con los varones jóvenes, pues “hoy la brecha entre mujeres y varones jóvenes es más grande que nunca: se ve en elecciones de Alemania, en encuestas en Argentina, Chile y Brasil”, dice.

Pero entonces, ¿cómo lograrlo? ¿Cómo ponerlos del lado de las mujeres? ¿Cómo hablarles de lo que ocurre en el mundo y con los derechos de las mujeres a hombres –y mujeres– jóvenes y sobreestimulados?

Peker es clara en afirmar que “la población no está entendiendo el nivel de riesgo que corre hoy el periodismo”, y es un deber nuestro poder encontrar los medios, los formatos y las palabras para comunicarlo. Además, considera que el problema, tanto de las audiencias como de los medios, es que “la gente se informa a través de redes sociales, pero no siempre está predispuesta a recibir información seria. Incluso yo misma no quiero entrar a Instagram en busca de una receta y encontrarme la tragedia del día. Las audiencias también quieren evadirse”.

Pese a ello, Peker cree que hay una oportunidad para reconectar con ellos. “Hay que volver a lo territorial, a lo presencial”, propone. “El periodismo tiene que volver a ser valorado, y eso depende de todos”, pero también hay que experimentar, adaptarse a las nuevas plataformas sin perder la esencia del oficio. “Hay que explorar otras vías de comunicación como el streaming. Quizá no hay una única fórmula correcta, pero sí hay que probar y cambiar. Porque sin periodistas mirando y contando, hay realidades que simplemente desaparecerán”, advierte.

Aunque reconoce la división de las sociedades y la resistencia de ciertos sectores, insiste en que el miedo no debe frenar el trabajo de las periodistas. “No podemos callarnos para no incomodar. No podemos decir ‘dejemos que hablen los hombres para que nosotras las mujeres no asustemos a otros’, porque sí nos tiene que asustar un mundo en el que sus líderes hablen de guerras civiles o de una tercera guerra mundial como si fuera un juego”.

El lenguaje como resistencia

A pesar de este panorama, Peker insiste en que el periodismo feminista sigue siendo una trinchera de resistencia y que el lenguaje es una herramienta impresindible en esta lucha. “El lenguaje se puede modificar, se puede renovar, puede volverse más claro y más accesible”. Sin embargo, dice, hay palabras que no deben diluirse. Términos como femicidio son esenciales para nombrar realidades que, sin un lenguaje preciso, corren el riesgo de ser minimizadas o invisibilizadas.

Esto, a propósito de la propuesta que el presidente argentino Javier Milei y su ministro de Justicia han impulsado en los últimos meses y que busca eliminar el delito de femicidio del Código Penal de su país. Para Peker, esto representa un grave retroceso. “La palabra femicidio fue clave para visibilizar que los asesinatos de mujeres no eran crímenes pasionales, sino expresiones de violencia estructural”, explica y además recuerda cómo, en Argentina, el término se instaló en los medios gracias a la lucha de un pequeño grupo de periodistas: “Fue una transformación impulsada desde el periodismo” y por eso, dice, la amenaza de Milei “es una disputa contra quienes transformamos el lenguaje”.

Peker enfatiza que el periodismo feminista ha tenido que reinventarse constantemente para impactar en la opinión pública y que esta vez no será la excepción, “fuimos dramáticas, fuimos graciosas, fuimos irónicas. Usamos el mismo lenguaje que se empleaba para atacarnos y lo resignificamos. Ahora estamos en un escenario de incertidumbre, y eso implica volver a probar. Nadie gana un partido con un equipo que no ha probado”, asegura.

El llamado es precisamente a seguir haciendo pruebas, a encontrar nuevas formas de comunicar sin ceder a la presión del miedo ni al agotamiento. Como sugirió también Martín Caparrós en su más reciente columna: “El desafío es encontrar historias nuevas, nuevos puntos de vista, maneras de contarnos cómo somos, cómo vivimos, qué hacemos para vivir mejor –y conseguir que nos lo lean”. La clave es explorar maneras en que el mensaje feminista siga resonando, incluso en tiempos de embestida patriarcal.

El periodismo del goce en tiempos de violencia

Aunque reconoce la complejidad de estos tiempos, Peker defiende la necesidad de un periodismo del goce, incluso en un contexto cada vez más cruento. “El goce no es placer puro, sino que se opone al cruelado“, explica, resaltando que no se trata de un periodismo que solo busca dar buenas noticias o hablar únicamente de y desde el placer.

Como ejemplo, menciona un trabajo que realizó para el medio español Por Causa, donde exploró las migraciones desde una perspectiva distinta. “En medio de las deportaciones de Trump, parecía imposible pensar en otra cosa, pero al mismo tiempo, muchas personas con las que hablaba —incluidas mis estudiantes— me decían que necesitaban despejar la cabeza, que querían ver videos de maquillaje o simplemente mirar una plaza para no pensar en nada”.

Para Peker el desafío está en encontrar un punto medio entre el periodismo dramático y el consumo cultural vacío. “Si todo el periodismo se limita al dramatismo absoluto o, por el contrario, a la frivolidad vacía, perdemos la posibilidad de construir contenidos que sean placenteros y significativos a la vez. Podemos hablar de temas difíciles desde otros lugares, sin renunciar a la profundidad ni a la sensibilidad, ni a ver las cosas graves”.

Un mensaje para las nuevas generaciones de periodistas

Peker tiene un mensaje claro para las jóvenes periodistas que están empezando a cubrir temas de género en un contexto tan desafiante. “No se suspendan, no se dejen avasallar”, dice. “las chicas que se criaron en el feminismo tienen muchísima vocación, pero se enfrentan a un mundo que es más que nunca de varones; por eso, lo que les diría es que no bajen la cabeza, que no se escondan. Que busquen contextos donde puedan hacer contenidos sin estar solas, en redacciones que las contengan, con abogadas cerca y acceso a terapias si es necesario”.

Peker sabe que estamos ante un momento en el que hacer periodismo siendo mujer no solo es más difícil, sino también más intenso, violento y abrumador, y ante este panorama su conversación con nosotros concluye con el consejo más importante de todos: “No dejen que las silencien”.