El racismo que nos toca.

 Mónica Maccise Duayhe.

Columna Invitada

Las escenas de la muerte del afroamericano George Floyd, victimado por un policía blanco, nos han estremecido hasta la médula. El tierno llamado final de “mamá, mamá” contrasta terriblemente con la deshumanización de los agentes policiacos presentes. ¿Es este un nuevo caso de abuso policial? Lo es. Sin embargo, su origen está en el profundo y poderoso racismo que, derivado de prejuicios, estigmas y años de discriminación, se expresa de forma criminal.
Las condenas de este hecho infame se han dado también en nuestro país. Ese acto de violencia racista nos ha tocado la conciencia y nos conduce a pronunciarnos con claridad: el racismo es inaceptable. ¿Acaso no es ésta una ocasión propicia para voltear a ver nuestro propio racismo y tomar medidas al respecto?
En México, padecemos de una dificultad culturalmente construida para vernos como una sociedad racista. Durante largo tiempo, el discurso oficial y las narrativas culturales del Estado defendieron la interpretación de que el proceso de mestizaje había diluido las polarizaciones de raza. Hoy sabemos que esa visión es falsa, aunque permeó a buena parte de la conciencia nacional al grado de propiciar la invisibilidad pública de la discriminación por criterios raciales o pertenencia étnica, la cual es la realidad de cada día en nuestro país.
La racialización es lo que da contenido y existencia al racismo. Es decir, el proceso de clasificar y jerarquizar -poner como mejores o peores-, a los diferentes grupos sociales a partir del tono de la piel o los rasgos físicos. En México, el racismo se expresa en que el acceso a los derechos, las oportunidades de educación, las opciones de trabajo y la movilidad social están condicionados por el tono de piel de las personas.
Existen opiniones que sostienen que el verdadero problema en México no es el racismo sino el clasismo, tratando de quitar relevancia al primero. Las evidencias que tenemos, gracias a los estudios sobre discriminación, muestran que el reparto de privilegios de las diferentes clases sociales está conectado directamente con el tono de piel de las personas. De hecho, el clasismo se articula a partir del tono de piel, de la apariencia, de la forma de hablar, del circuito educativo, del modelo de consumo y, desde luego, del ingreso. Por ello, las desigualdades sociales en México son concretas: hablan el lenguaje de la racialización de las personas y los grupos menos aventajados.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017 mostró que las personas con tono de piel más oscuro tienen el doble de analfabetismo que las personas de tono de piel más claro; que las personas de tono de piel más claro tienen el doble de logros educativos que las personas con tono de piel más oscuro, y que las personas de tono de piel más claro duplican a las de tono oscuro en los puestos de dirección y de liderazgo en el sector público y privado. Por ello es que el racismo es, sin duda, uno de nuestros grandes problemas.
Acabar con el racismo es una tarea de Estado, de quienes integramos el Estado y de la sociedad en su conjunto. ¿Y cómo empezamos? Aceptando que somos racistas; concientizándonos de las ventajas y desventajas de las personas derivadas de su color de piel; cuestionando nuestros prejuicios sobre las cualidades y la legitimidad de las personas de tono de piel oscura y actuando en concordancia absteniéndonos de limitar derechos por nuestro racismo. Conocer si la detención de Alejandro Giovanni López Ramírez, en Ixtlahuacán de los Membrillos, fue arbitraria y su muerte producto de prejuicios y estereotipos nos permitiría abordar el racismo que nos toca.
La autora es Presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.
@mmaccise