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/ Liébano Sáenz /
Quizás sea muy tarde para convocar a la unidad nacional con sentido incluyente; resulta evidente que no ha habido voluntad, que persiste la resistencia y que, a pesar de los problemas y los desafíos que encara el país, se ha optado sistemáticamente por la polarización, la descalificación de adversarios e independientes, como si todo el país pudiera ser representado por un solo proyecto político. Los votos no lo han reflejado así y por eso se emprende una reforma, para que la integración de los órganos de representación tergiverse la pluralidad que existe.
El método es propio de las formas más oscuras de ejercicio del poder asociadas al totalitarismo. No se requiere de la violencia física para excluir; resulta más eficaz desmantelar o destruir gradual y consistentemente las instituciones que garantizan la coexistencia de la pluralidad, la contención al exceso de la autoridad y el ejercicio pleno de los derechos como es la libertad de expresión y el derecho a la justicia.
La reforma que viene no es para dar curso a la democracia; basta escuchar al coordinador de la propuesta del gobierno, Pablo Gómez para anticipar que la exclusión y el sometimiento del órgano electoral constituyen los ejes de la propuesta. No hay engaño y esto empieza por desvirtuar lo que se había logrado a lo largo de varias décadas para transitar a un régimen plural que honró el principio del sufragio efectivo, proceso en el que participó de manera trascendente la izquierda democrática. Ahora las insuficiencias de la democracia sirven de pretexto para destruirla, no para mejorarla.
Mientras, el país enfrenta la amenaza más severa en su soberanía en dos frentes: la del crimen y la que proviene del gobierno del país vecino al norte. No es un tema de proclama o discurso, la soberanía es condición de fortaleza y el país por su dependencia económica, por su persistente desigualdad y, particularmente, por su incapacidad de contar un Estado de Derecho, queda gravemente expuesto. En tales condiciones se esperaría un llamado incluyente a cerrar filas para defender lo que es de todos, pero no, tal parece que impera la idea que la adversidad es oportunidad y argumento para avanzar en la destrucción del régimen democrático y regresar al pasado, pero peor.