El sátrapa y el león

Sin tacto

Por Sergio González Levet

A ver si no termino haciendo simpático para algunas personas a este personaje monstruoso de la historia nacional, pero lo cierto es que Gustavo Díaz Ordaz, no obstante ser feo y poblano, tenía un sentido del humor raro, porque denotaba la inteligencia y la prestancia de aquel que sabe reírse de sí mismo.
Y esto de reírse de uno mismo es una cualidad que tienen los jarochos, reconocida ampliamente en sus crónicas para Excélsior por Enrique Loubet Jr., un gran periodista mexicano que nació en España y llegó a México muy niño, expulsado por la dictadura franquista. Se nacionalizó después de vivir y crecer en nuestro país, al que amó como pocos, y quiso tanto a nuestra tierra que pidió ser considerado veracruzano, lo que le concedió el gobernador Agustín Acosta Lagunes al nombrarlo Hijo Preclaro de Veracruz en 1982.
Bueno, pues de esa cualidad comía Díaz Ordaz, y son famosas varias de sus anécdotas -aunque no tanto como las de don Adolfo Ruiz Cortines, que, como buen veracruzano, se pintaba solo para engatusar a ingenuos-.
Una de aquéllas es que visitó alguna vez como Presidente nuestra tierra, invitado por el gobernador Fernando López Arias para inaugurar obras en el Puerto. Pero resulta que ese día muy temprano entró en Veracruz un norte que echó a perder la grata naturaleza de que gozamos casi todo el año (si nos gusta el calor, digo).
Era tal el ventarrón, que la comitiva presidencial se las vio negras para aplacar los efectos de Eolo (o Ehécatl, para nombrar mejor el dios mesoamericano). Don Fer -chaparrón, morenazo, la boca surcada por una fea cicatriz- se acercó a don Gustavo y le dijo:
—Disculpe, señor, pero los días están muy feos.
El sátrapa le contestó a botepronto:
—Mire, Gobernador, es cierto que los Díaz están muy feos… ¡pero los López no se quedan atrás!
Mi amigo Marco Antonio Figueroa Quinto nos recordaba apenas ayer cuando, a raíz de que había sido nombrado embajador de nuestra República en España -apenas comenzado el sexenio de José López Portillo y todavía con la impronta del poder de Luis Echeverría en muchas instituciones nacionales- que antes de irse iba a pasar a una revisión con un oftalmólogo. Un reportero le preguntó si padecía de la visión, y él le contestó:
—Sí, amigo, ¡Veo dos presidentes!
Todo este recorrido ha sido para tratar de llegar a la conclusión de que el funcionario que hace gala de su simpatía, es un personaje con el que se deben tener todos los cuidados. La sonrisa del poderoso puede esconder -y lo hace a menudo- muchas malicias y desgracias para el débil o el oprimido.
Es como el león, que ronronea antes de engullirse a su víctima.

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