*Proyecciones en el espejo .
/ Por Paula Roca /
El Valle de los Aduladores está repleto de tiendas de campaña cuyos huéspedes esperan algún día ser reconocidos por su lealtad inquebrantable. En este valle se respira frustración y el rastro salado de incontables lágrimas derramadas entre pasillos fríos, teñidos de desdén.
De pronto, desde un mundo fantástico, aparece un mono volador, enviado del narcisista y portador del mensaje que todos los aduladores aguardan. Su llegada es un augurio, la señal de que deben prepararse para cumplir, una vez más, las órdenes de aquel que los ha privado de su sentido común a cambio de una lealtad bien remunerada.
Los aduladores se acomodan, ansiosos por escuchar con atención el discurso del mensajero.
Algunos se sienten miserables, conscientes de lo que han perdido. Otros, en cambio, han olvidado incluso como sentir; han acallado su dignidad tras años de encubrir fechorías.
El mono volador alza su voz y proclama los designios de la poderosa bruja. Entre sus palabras, una orden destaca por encima de todas: los radares deben activarse. Hay que perseguir a los desertores, a aquellos que han huido del valle antes de que desaparezcan por completo del alcance del poder. El castigo es claro: destruir sus entrañas con ataques sutiles, hacer que reaccionen para que su reflejo en el espejo de la manipulación los aniquile.
Los monos voladores son tenaces, expertos en estrategias maquiavélicas. Con astucia, ayudan a sostener el trono de la bruja, quien reina con una impunidad sostenida por mentiras disfrazadas de verdad. Distorsionan la realidad y difunden sus versiones hasta que parezcan innegables. En el Valle de los Aduladores, el sol jamás se asoma.
La opacidad domina el ambiente y el frio cala hondo en el alma. En este lugar, donde el sentido común ha sido erradicado, la muerte se cuela silenciosa, absorbiendo la última chispa de humanidad en sus habitantes, volviéndolos cada vez más fríos, cada vez más narcisistas.
El amor, ante cada ataque de la bruja, se desgarra hasta quedar sin piel. Se mancha con cada mentira, con cada versión distorsionada lanzada para destruirlo. Pero ese amor, que parece desmoronarse por querer atravesar ese valle donde fue capturado, logra escapar.
Se vuelve una piedra gris, endurecida por el dolor, y encuentra una brecha de luz que le susurra:
—No voltees, sigue tu camino.
Así́, el amor avanza en medio de la tormenta, hasta que una mano de dimensiones inmensas lo toma y lo resguarda en su abrazo. Es entonces cuando el sol aparece y arrasa con la oscuridad del Valle de los Aduladores, desvaneciéndolo en un suspiro.
Pero el amor no mira atrás. Sigue su camino, dejando en el olvido a la bruja, a los monos voladores y a todos los aduladores. A lo lejos, solo queda un deseo: que algún día, ellos logren recuperar el sentido común, aquel que les permitiría volver a ser humanos.