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/Marisol Escárcega/
Hace tiempo, una amiga psicóloga me dijo que si bien con el feminismo nos hemos liberado de un sinfín de cadenas que nos ataban, también es verdad que, sin querer, nos ha puesto “trampas” en las que hemos caído en aras de ser independientes y autosuficientes.
“¿Por qué una chica debe pagar la mitad de una salida al cine con su pareja si no gana lo mismo que él?”, me preguntó.
Ahí está el detalle. Pese a los avances que hemos tenido en las últimas décadas en pro de alcanzar la paridad, la realidad es que las mujeres aún enfrentamos diversos obstáculos que no nos permiten estar en un 50/50. ¿Por qué?
Para empezar, seguimos enfrentándonos a barreras en el mercado laboral, pues, aunque tengamos trabajo, no olvidemos que la brecha salarial en México es de 16%, es decir, por cada 100 pesos que gana un hombre, una mujer percibe 84 pesos.
Así que dividir los gastos (salidas, pagos en casa, etcétera) en partes iguales no sería lo más recomendable, ya que les daría una mayor carga económica a las mujeres. Veamos, si una mujer vive en pareja y al hacer las compras para la comida de la semana el monto asciende a mil 500 pesos y esa misma semana también deben pagar el internet (400), el gas (500) y la luz (400) el total sería de dos mil 800 pesos.
Si aplicamos la idea de que todos los gastos deben repartirlos a la mitad, entonces cada uno debería poner mil 400 pesos, hasta ahí todo va bien, sin embargo, si la chica gana dos mil 500 pesos semanales y su pareja cinco mil, ella se quedaría con mil 100, mientras que él con tres mil 600 pesos.
Si a estos gastos le agregamos dos salidas al cine o a cenar en donde se gastaron mil pesos, cada uno debe poner 500 pesos más. Al final, ella se quedaría con 600 pesos; él con tres mil 100. ¿Injusto?
Mientras el chico puede ahorrar una buena suma, ella no puede darse ese lujo. Diría mi amiga psicóloga: “Sí, feminista, empoderada, orgullosa de pagar las cuentas por igual, pero, al final, sin ahorros, porque no es lo mismo dar 50% cuando tienes 100, que cuando tienes 60”.
Y, es que también a las mujeres nos educaron con la idea de que si queremos ser tratadas como iguales, debemos pagar nuestra parte o, que si aceptábamos una salida y no pagamos nuestro consumo, ese hombre pensará que le debemos algo.
Así nos creamos la idea de que te-ne-mos que pagar nuestra parte, para no deberle nada a nadie o para que quede claro que somos autosuficientes, pero la realidad es que de esta “trampa” sólo se benefician los hombres.
Ahora, si hablamos de igualdad, 50/50 no sólo implicaría la parte económica, sino también la doméstica, por ejemplo. Si dividimos las cuentas por igual, entonces las actividades en el hogar deberían ser repartidas de manera similar, sin embargo, no es así. De hecho, conozco a muy, muy pocos hombres que se sientan con sus parejas a dividirse los quehaceres de casa, y seamos honestas, esas actividades también significan esfuerzo, tiempo y si las hace alguien más, un pago, entonces ¿por qué no las repartimos equitativamente?
Al final, creo que las mujeres no deberíamos esperar una relación 50/50, porque, hasta el momento, el sistema político, social, cultural y económico no sólo de nuestro país, sino del resto del mundo, no nos ofrece igualdad de oportunidades, salario y circunstancias para dar 50% de nosotras en una relación.
La opción, sería, entonces, construir relaciones equitativas y solidarias en todos los aspectos, incluido el financiero, esto es, compartir y dividir gastos basados en nuestra capacidad financiera, así como los quehaceres domésticos, porque hasta no lograr una paridad palpable, nos debe quedar claro que lo justo no es igual a equitativo.