/ Guadalupe Loaeza /
Qué razón tuvo la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, “el hermoso vestido rojo que le da suerte, Elena Poniatowska no ha parado de recibir y merecer premios y reconocimientos a su vida, a su obra y a su compromiso”.
Estas palabras las pronunció la secretaria en Bellas Artes, durante el Premio Internacional Carlos Fuentes a la creación literaria en el idioma español, entregado este año a la escritora más amada, leída y admirada de nuestro país, una verdadera “locomotora”, como se describió a sí misma en su discurso: “y todavía soy a los 91 años una locomotora”. En efecto, ese mismo vestido rojo, bordado por manos chiapanecas, lo llevaba cuando la escritora recibió de manos de los reyes de España el Premio Miguel de Cervantes y el día que le entregaron la medalla de honor Belisario Domínguez. También imagino que ha de haber sido con un vestido rojo, cuando Carlos Fuentes invitó a bailar a Elenita el mambo del “Ruletero”, de Pérez Prado, mientras el autor de “La Región Más Transparente” cantaba voz en cuello: “Yo soy el icuiricui, yo soy el macalacachimba…”. La verdad es que la híper premiada de las letras mexicanas se ha de haber visto guapísima con su “lipstick” rojo del mismo tono del vestido.
Ella, como de costumbre, siempre sonriente y amable, ha de haber hasta elevado las piernas y dado pasos cruzados, los cuales se unían a la cabeza y hombros. Entonces, Elenita tenía muchos pretendientes y todos querían con ella, y se morían de la risa con sus observaciones siempre agudas y originales. Carral le llevaba “gallo” y al trío le pedía que cantara “Muñequita linda”. “Poni”, como le llamaba Carlos Fuentes, también iba a muchas fiestas en París. Ignoro si el vestido que le regaló su tía Loli Lariviere de satín, firmado por el diseñador francés Jacques Fath, también era rojo. ¿O era blanco?
Volviendo al discurso de Luisa María Alcalde, se refirió a la época en que ella tenía 14 años en 2001 y era estudiante de secundaria en cuyo curso se había prohibido leer la novela “Aura” de Carlos Fuentes por órdenes del secretario del Trabajo, ella de inmediato corrió a la librería y adquirió un ejemplar. “Fue de los momentos que entendí que la literatura es también un acto de rebeldía, que abrir las páginas de un libro nos hace libres…”. Resultaba evidente que su discurso lo había escrito ella, y no uno de sus asistentes: “Elenita y su conmovedora humanidad nos han enseñado una lección fundamental, que la creación cuando hay compromiso político, debe traducirse en pensamiento, pero también en acción, solo y me queda claro que solo el intelectual que se define, puede ayudar a los demás a definirse”.
¿Por qué será que la sola presencia de Elena Poniatowska me provoca, especialmente en estos meses, un enorme nudo en la garganta? Confieso que éste se me desató con particular intensidad justo en el momento en que Elena entró al escenario de Bellas Artes, junto con la espléndida secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, la coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM, Rosa Beltrán, representante de Graue, Silvia Fuentes, la subsecretaria de Desarrollo Cultural, Marina Núñez Bespalova, y el historiador Javier García Diego, miembro del jurado de la edición. Elena se veía espléndida, con su vestido rojo y su pelo blanco, muy sonriente y con una expresión de agradecimiento por ser recibida con tantos aplausos tan cariñosos. Elena me hace llorar porque muchas veces me ha hecho muy feliz, pero sobre todo me ha hecho sentir muy acompañada. Elena me hace llorar porque me temo que ella no se da cuenta de todo lo que ha aportado a tantas generaciones y de cuánto la queremos. Y Elena me hace llorar porque dice que su vida ha sido: “…un inmenso signo de interrogación y ahora sigo preguntándome cómo hacer las cosas y qué va a pasar en México, cuál va a ser el destino de mis nietos y el de todos los niños mexicanos”. Y, por último, Elena me hace llorar porque dice que, con ese mismo vestido rojo, seguramente, subirá a las alas del Ángel de la Independencia y así “subir al cielo”. Prometo que allá arriba le haré la entrevista más larga que jamás le hayan hecho.