Elena Torres .

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/ Cecilia Lavalle /

La conocí junto con otras mujeres. Y es que su nombre no iba solo. Suele suceder. En la Historia, esa que se escribe con mayúsculas, el nombre de algún hombre llena páginas enteras. En cambio, los nombres de las mujeres van unidos en hilera, como perlas unidas en un collar; y eso, cuando logramos desenterrarlos.

Y desenterrar es la palabra precisa. Porque la Historia ha sido contada sin nuestras aportaciones; al punto que tenemos verdades a medias y muchas mentiras.

Yo me topé con Elena Torres Cuellar a la vuelta de un párrafo sobre el sufragismo en México. Pero fue gracias a la investigación de Leticia Bonifaz (Mujeres en la diplomacia. Pioneras en México y el mundo, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2024) que pude asomarme a la grandeza de esa mujer que vivió entre los siglos XIX y XX, que además de ser una destacada sufragista, fue la creadora del esquema de desayunos escolares en México y de las misiones culturales en zonas rurales (logros atribuido a señores de la época).

Su labor motivó que fuera invitada a formar parte de la comisión internacional fundadora de la UNESCO (1946) entre un grupo de idealistas dispuestos a sostener la esperanza entre los escombros que había dejado la Segunda Guerra Mundial.

Algunas anécdotas dan idea de las adversidades que enfrentó Elena, porque señores cuyos nombres figuran en letras grandes en la Historia -como José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet- obstaculizaron su trabajo y casi borraron sus aportaciones.

En una ocasión, un alto funcionario al que enviaron a implementar las misiones culturales rurales, le dijo a Elena: “Vasconcelos me mandó con una parodia de esos circos que usted se inventó”. Y ella contestó: “Ustedes organizan circos, yo estoy trabajando con pocos recursos y muy duramente con los campesinos Zapatistas”.

Los fragmentos de las memorias de Elena Torres, que comparte Leticia Bonifaz, muestran a una mujer sencilla, comprometida con sus ideales y con una ironía tan amable como filosa.

Cuando Julián Huxley, director de la Comisión Preparatoria de la UNESCO llegó a México a buscarla, un funcionario le comentó que en la Secretaría de Educación no la conocían, a lo que ella respondió: “Es natural que no me conozca ese funcionario, porque a Educación nos mandaron, para los puestos altos, a una persona procedente de la Luna y a otra de Marte”.

A Torres Bodet casi le dio el ataque cuando supo que invitaron a Elena a formar parte de la comisión que crearía la UNESCO. Dijo que no era la indicada, que era una mujer vieja que ni los museos de Europa conocía (cosa importantísima en un continente devastado por la guerra).

Por ello, al ser entrevistado, el señor Huxley dijo con sutileza británica: “Cumplí con el propósito que me trajo a México. Consulté con la señorita Elena Torres, quien saldrá en breve para Londres a ayudarnos un poco y a visitar museos”.

Poco después Torres Bodet fue director general de la UNESCO. Y, casualmente, casi no quedó rastro del trabajo de Elena Torres ahí.

Pero ya la hemos recuperado porque, como otras feministas, Leticia Bonifaz se ha empeñado en reconstruir, con paciencia de artesana, nuestras historias en la Historia, para terminar con las medias verdades o las descaradas mentiras.

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