- Escrito por Lucía Melgar Palacios .
Desde mediados de noviembre, grandes arterias y hasta pequeñas calles de la Ciudad de México se han convertido en un laberinto infernal para quienes transitamos por ellas. “Es por el gran fin”, “Es quincena”, “Es el tráfico decembrino”, nos decimos.
Sea como fuere, trayectos de media hora en auto se alargan hasta hora y media, caminar por la acera va acompañado del estruendo de cláxones, música ensordecedora, insultos; cruzar una calle es una carrera de obstáculos: motos y bicicletas aceleran antes de que cambie el semáforo o aparecen de pronto en sentido contrario. De espíritu navideño, no hablemos; de amabilidad, menos.
Las añejas “reglas de urbanidad”, ridículas en más de un sentido, pretendían “educarnos” para dar mejor trato a los demás y así suavizar las relaciones sociales, a veces ásperas. Implicaban también cierta hipocresía, algunos tabúes (no hablar de política ni religión, para no discutir) y cierta rigidez a veces clasista.
No hay en realidad quien quiera revivirlas. En las relaciones personales, podemos apelar al simple respeto, a la empatía, a la tolerancia para tratar a las demás personas como iguales, con los mismos derechos que nosotras/os; intentar comprender sus enojos y tristezas, conversar acerca de asuntos espinosos o acercarnos a perspectivas distintas de las nuestras.
Si en la calle, entre los entes anónimos en que nos transformamos, como conductoras, (moto)ciclistas o peatones no sabemos echar mano de estos principios de vida, básicos para una mejor convivencia, deberían prevalecer al menos las normas del reglamento de tránsito que, idealmente, quienes conducen algún vehículo deberían conocer. Deberían, porque más de una vez ni lo han leído o hace tanto que lo han olvidado y, como ya no había licencia permanente en esta excepcional ciudad, no había incentivos para revisarlo.
Además, como si confiaran a ciegas en el buen juicio de quienes conducen por las calles, nuestras austeras autoridades – incluso algunas anteriores- han eliminado a los policías de tránsito o de crucero.
Así, las y los automovilistas conducen por calles estrechas como si se tratara de autopistas, dan vuelta sin tomar en cuenta a las desdichadas personas aglomeradas ante el paso peatonal; en más de una avenida, los autobuses dan vuelta en U (prohibida) para entrar rápido a la gasolinera de enfrente y se van en sentido contrario para evitar un semáforo, sin mirar siquiera su entorno; otros choferes se pretenden protagonistas de la Fórmula 1, aunque su apretujado pasaje se tambalee o lastime.
Acostumbrados al maltrato, pasajeras/os del transporte público pocas veces protestan: con resignación esperan a que el autobús esté a tope para iniciar la ruta, se aferran a los barrotes temblando de miedo; si una se queja, suelen mirarla como marciana extravagante.
También acostumbrados a pasarla mal “en hora pico”, muchas conductoras se resignan a cultivar la paciencia. Otros desesperan, se pegan al claxon, rebasan como pueden, e insultan en silencio a quien recién se les cerró o está a punto de chocarles. Algunos conductores, en cambio, se imaginan concursantes de luchas de lodo: bajan la ventana, insultan al vecino, gritan, hacen señas ofensivas. Los hay también quienes amenazan con pistola o se enfrentan a golpes con quien sea.
¿Las autoridades? Siguen auto-elogiándose por planear una ciudad para bicicletas, sin considerar su extensión; aplauden sus proyectos de ampliar el cablebús mientras dejan caer el metro; repiten que ya estrenamos nuevos autobuses o que acordaron no subir la tarifa, sin verificar la edad y capacitación de los choferes; se ufanan de ampliar las libertades con licencias permanentes… Mientras, el tránsito empeora, el transporte público decae, mueren más peatones, la contaminación aumenta, nuestra salud mental y física se deteriora.
¿Cómo convivir entonces en nuestras calles? Si este tormento sólo puede empeorar, ¿por qué no ponernos en los zapatos de otras/os y tener más empatía, tolerancia, respeto? A fin de cuentas, todas/os padecemos el mismo embotellamiento.
Reclamemos también a “nuestras” autoridades que inviertan en nuestras calles y pongan un poquito de orden.
CimacNoticias.com