En busca de un futbol libre e igualitario en la era de Qatar

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28/11/2022/

El futbol ha sido el gran heredero de la inserción del deporte moderno como proceso civilizatorio, aunque esta afirmación parece contradecir una realidad en la que las porras y aficionados terminan armando campales en pleno estadio, las cuales no son incidentes menores si consideramos los daños y decesos que producen.

En este sentido civilizatorio, se considera que el deporte tiene una dimensión ético-política porque es una actividad a través de la cual las personas aprenden a contener sus impulsos dañinos y a transformarlos en habilidades físicas, además de desarrollar tolerancia a la frustración, trabajo en equipo, disciplina, entre otras actitudes que definitivamente se consideran óptimas para ejercer la ciudadanía. Todas estas expectativas nos parecen muy bien y sin duda pueden cumplirse en contextos muy específicos, tenemos ejemplos de boxeadoras, futbolistas, nadadoras, que a través del ejercicio han logrado fortalecer su autoestima para salir de relaciones amorosas violentas. Conocemos casos de vida en los que el deporte ha sido la puerta que se abre para ampliar el panorama de posibilidades laborales, educativas, incluso de relaciones y vínculos afectivos.

Actualmente la UNESCO ha ampliado la definición de deporte, de hecho ahora se refiere a cualquier actividad física y regulada, así, los juegos autóctonos, el deporte competitivo, el recreativo, todos ellos caben en la misma acepción: “deporte para todos”. Este logro se debe a que es de suma importancia que las personas se sientan cercanas a estas actividades. Podemos decir que el deporte es una de las grandes promesas para la transformación social, algunas autoras y autores como Norbert Elias se refieren a éste como el gran catalizador de cambios sociales.

Todo esto para analizar concretamente el futbol, que es una práctica muy popular en el mundo, lo cual se debe a muchas razones. La primera es la flexibilidad de su formato, podemos decir que no se necesita ni infraestructura, ni materiales específicos para jugar un partido o cascarita. Cualquier piedra, banca, línea, puede convertirse en la portería. Cualquier manojo de hojas envuelto con yúrex o cinta adhesiva, cualquier botella vacía, es ya un balón, y cualquier jugador(a) puede fungir dos roles a la vez y convertirse en portero(a). Estas características lo hacen un “deporte democrático”, que se ajusta a presupuestos, condiciones y geografías diversas.

Tenemos que pensar en otro fenómeno esencial y decir que más que a ningún otro deporte, al futbol le incumbe esto: el papel del espectador. Para apreciar un deporte es importante, que no esencial, entender de qué se trata, cuál es el objetivo y qué se permite y qué no se vale hacer, es decir, conocer las reglas. Las reglas del futbol están muy difundidas porque tampoco son demasiado elaboradas, aunque muchas veces resulte complicado explicarlas, la mayoría de las personas intuye a lo que se refieren. El futbol es lo que se considera un deporte espectáculo, su práctica adquiere las características de la cultura que lo practica, casi podrían hacerse estudios sociológicos y antropológicos de las culturas a partir de sus formas de jugar futbol y de sus aficiones, para ello basta enunciar dos ejemplos: el “juego bonito” brasileño y la “máquina naranja” de los Países Bajos.

Ahora bien, sobre la proliferación del futbol y su papel democratizador, hay que decir varias cosas, como que con la rápida expansión geográfica que tuvo durante la primera mitad del siglo XX, debido a sus orígenes coloniales, ha sido catapultado a consolidarse como el deporte más popular del mundo. Gracias a esta cualidad universal, junto con su potencia simbólica y performativa, más de cuatro mil millones de personas que lo siguen crean religiones y mitos nacionales de él. Lo que significa esto es que excede la definición de deporte y se convierte en un elemento de identidad y pertenencia, por lo que es fundamental para la afición comprometerse con su equipo.

Pero veamos las problemáticas que se derivan, porque hablar de pertenencia e identidad nos sitúa ya en un bando y esto, si bien puede ser regulado por una ética deportiva, también puede ser que no y, entonces, la competencia se torna en violencia social. Tal y como lo hemos visto, se rompe en disturbios. Además de que, como cualquier actividad humana, se convierte en un espacio de poder que alimenta una industria multimillonaria y que cada cuatro años se materializa en uno de los eventos más esperados globalmente: la Copa Mundial de la FIFA.

Si el futbol nos puede enseñar una lección es esta: no importan las limitaciones, con el gozo y la imaginación suficientes, cualquier cosa puede ser un balón. ”

Desde su primera emisión en 1930, los mundiales son, junto con las olimpiadas, una de las poquísimas competencias que reúne a millones de personas que, a pesar de provenir de lugares tan diferentes, por unas semanas comparten la misma euforia. Pero más que sólo euforia, en realidad podemos decir algo muy positivo al respecto, como que los mundiales han ayudado a sanar traumas coloniales, reivindicar antihéroes e inspirar a generaciones enteras con conmovedoras historias de éxito en la adversidad. Por eso no resulta sorprendente que este fenómeno tan lleno de emotividad colectiva sea campo fértil para la explotación y la corrupción de la industria del deporte. Si algo puede llegar a sorprendernos es cómo, con el Mundial de Catar, ha quedado evidenciado el poco esfuerzo de la FIFA en pretender que vela por el bienestar y seguridad de su muy diversa audiencia.

Tras el silencio ante los escándalos por lavado de dinero y prostitución, junto con los preocupantes abusos a los derechos humanos que se dispararon en el país tras el anuncio de Catar como sede de la XXII edición del Mundial, la FIFA ha demostrado que obedece a una sola prerrogativa: hacer dinero. Además, la posición tan importante que los deportes ocupan dentro del orden patriarcal ha hecho del futbol profesional un espacio marcado por la misoginia y la homofobia. Un dato no muy conocido es que hasta 1921, el futbol de mujeres gozaba de una gran popularidad: las ligas femeniles existieron y prosperaron a finales del siglo XIX y, durante la primera guerra mundial, los partidos de mujeres eran una de las principales fuentes de entretenimiento para la clase obrera en Inglaterra.

La entonces Asociación de Futbol, junto con varios Gobiernos europeos, decidió prohibir la práctica profesional del futbol a las mujeres en 1921, escudándose en la amenaza de que la rudeza del deporte podría intervenir con la salud de las mismas, en particular su capacidad para procrear, además se rechazaba rotundamente su estética porque desafiaba los estándares de feminidad de la época, por el desarrollo de musculatura y de habilidades físicas. Esta prohibición duraría 50 años, hasta que la popularidad del Mundial femenil, celebrado en la Ciudad de México en 1971 (con lleno total en la final del Estadio Azteca) le mostró a la FIFA la jugosa oportunidad financiera que estaba dejando ir. El panorama ha cambiado de manera importante pero, a pesar de las victorias y el terreno ganado, debemos señalar en la actualidad las brechas salariales, la escasa difusión y transmisión de los juegos femeniles, la poca presencia de referentes femeninos y de las diversidades, además, de la escasa presencia de las personas trans en estos espacios.

A pesar de los esfuerzos de la FIFA por dibujar una cara sensible y moderna del futbol profesional, en el que los espacios son accesibles y seguros para todos, todas y todes, la celebración de dos mundiales consecutivos en dos de los países que penalizan y castigan la expresión pública de afecto entre personas del mismo sexo, Rusia y Catar, manda un mensaje muy claro: los espacios dentro del futbol le pertenecen al mejor postor. El hecho de que en el futbol profesional de hombres sólo un jugador es abiertamente gay nos muestra qué tanto se tolera la diversidad en los equipos que se siguen considerando como “profesionales”. El caso de las ligas de mujeres, en cambio, es uno de completa libertad y aceptación. La futbolista más famosa del mundo, Megan Si el futbol nos puede enseñar una lección es esta: no importan las limitaciones, con el gozo y la imaginación suficientes, cualquier cosa puede ser un balón. ” Rapinoe no tiene problema en parar a la mitad de un partido para besar a Sue Bird, su novia basquetbolista. Aquí en México, Bianca Sierra y Stephany Mayor, ambas jugadoras del Tigres y campeonas de múltiples torneos internacionales, se casaron en mayo de este año.

Quizá el hecho de que los espacios del futbol de mujeres se ganaran tras décadas de constancia y lucha explica esa autonomía, libertad y, más que nada, ese amor tan intenso entre mujeres que compiten sanamente y colaboran entre sí. Poco a poco, la comunidad LGBTTTIQ+ “pambolera” se hace más presente. Desde ligas locales exclusivas para las diversidades hasta la Porra del Orgullo, que ofrece espacios seguros dentro de los estadios y lucha contra los gritos homofóbicos de la fanaticada, la comunidad reclama y ejerce su derecho a disfrutar la pasión universal por el futbol. Y así hace evidente que el futbol no es exclusivo de los varones, el futbol “es de quien lo trabaja”, o lo juega, y con esto la cancha se convierte en un espacio de resistencia a un coto de poder masculino y hegemónico.

Sin embargo, vale la pena recordar a la escritora Audre Lorde y preguntarnos qué tanto las herramientas del amo pueden ayudar a desmantelar su propia casa. Por lo que es muy importante reinventar las figuras de deportiste, arbitre y por supuesto, de la expectación, porque pensar en un futbol sin la FIFA es como pensar el mundo sin el capitalismo: sabemos que debemos llegar ahí, pero no vislumbramos cómo. Si el futbol nos puede enseñar una lección es esta: no importan las limitaciones, con el gozo y la imaginación suficientes, cualquier cosa puede ser un balón.

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