En busca del bienestar perdido

Por: Zaira Rosas

Todos queremos estar bien, física y emocionalmente, aunque en ocasiones no sepamos cómo lograrlo y nuestros hábitos nos orillen a lo contrario. Es muy común que en nuestro día a día realicemos acciones que nos alejen del estado de bienestar ideal y aún más común es que ni siquiera nos demos cuenta del daño que nos estamos generando.
Es innegable que las acciones que hemos desarrollado a lo largo de distintas generaciones, están causando cierto daño, no sólo a nosotros, sino también al entorno, por ello hoy quiero centrar mis palabras en el bienestar que podemos generar en nuestro entorno y por ende en nuestras vidas.
Últimamente he pensado en la huella ecológica que cada uno de nosotros como seres humanos generamos, quizás desde que nacemos comenzamos a invadir ecosistemas sin siquiera saberlo, con pañales e infinidad de objetos desechables que tardarán miles de años en desintegrarse. He visto que algunos de mis conocidos llevan bolsas ecológicas para las compras y al principio consideraba que era suficiente con reutilizar las bolsas, pero pronto descubrí que en realidad eran demasiadas bolsas y que en más de una ocasión no eran necesarias tantas.
Con el tiempo noto que hay pequeños hábitos que causan un impacto negativo en nuestro entorno, cada vez soy más sensible a componentes en el aire, noto olores más desagradables después de un rato de lluvia y comienzo a vislumbrar que el hecho de que no sepamos qué hacer con las toneladas de basura que producimos, es sólo un reflejo de cuán urgente es cambiar nuestro estilo de vida.
Me atrevo a pensar que las repercusiones de nuestro actuar también se extienden en nuestra salud, el ritmo de vida tan acelerado nos ha llevado a padecer más enfermedades de las cuales desconocemos su origen, no ha alejado de actividades recreativas y vivimos en una constante necesidad de trabajar para cubrir necesidades que en más de una ocasión son irrelevantes y no tan indispensables como las considerábamos.
Lo verdaderamente indispensable es poder sentir el cuerpo sin dolor, despertar disfrutando la alegría de un nuevo día y poder dormir sin preocuparse con angustia por el mañana. Pocas personas pueden vivir así. El común de la gente carga pendientes personales, profesionales, sociales y emocionales. Algunos de ellos con el tiempo derivan en trastornos a la salud, los cuales se atienden con medicamentos que atacan los síntomas, pero no siempre erradican el problema.
Nos hemos acostumbrado a una sanación científica, a entender el entorno por medio de explicaciones lógicas y olvidamos que la vida misma tiene acciones espontáneas en las que la conexión establecida no puede ser entendida por la ciencia.
Quizás es momento de escuchar a nuestras necesidades más profundas, de procurar el entendimiento de nuestro ser y confiar en que los seres humanos somos capaces de transformarnos para bien, que así como podemos mejorar nuestro entorno, podemos hacerlo con nosotros mismos, entendiendo que más allá de la medicina occidental, tenemos alternativas ancestrales que nos ayudan a encontrar un estado de equilibrio.
No se trata de renunciar a los avances de la modernidad, se trata de comprender que todo lo creado partió de otros principios quizás igual de poderosos, de conocernos y así poder encontrar la forma de llegar al punto máximo de bienestar.