En el tren… y en el avión…

/ Guadalupe Loaeza /

Hacía muchos años que no viajaba en ningún tren. Hoy, nuestros amigos alemanes, Kristina, Ernst, Enrique y yo, viajamos de Berlín a Varsovia, en el Ostbahn. El objetivo de nuestro viaje es uno solo, conocer el pueblo donde nació y vivió Leon Goldbard en Radzyn el cual se encuentra a 160 kilómetros de Varsovia hacia el este.

Leon (Leib) Goldbard, el tercero de cuatro hijos, creció en una familia judía no ortodoxa. Hersch (Enrique) se dedicaba al comercio y Feigue su mujer a las labores del hogar. Al parecer perecieron en el campo de exterminio Treblinka, también murieron allí: Sabina, la hermana mayor, la primera esposa del papá de Enrique y sus dos hijos pequeños. Leon no se encontraba en esos momentos en Polonia porque había decidido, hacía un par de años, viajar a Estados Unidos a trabajar con su hermano Hymam en una pequeña empresa de ropa y a trabajar como tenedor de libros.

Leon era un joven cuando los nazis invadieron Polonia el 1 de septiembre de 1939. Como extrañaba a su familia decidió regresar a Radzyn, para entonces ya no encontró a nadie, el ejército invasor había arrasado con todo. ¿Cómo se salvó Leon? Nunca lo quiso contar, fue un secreto que se llevó a la tumba sin jamás contárselo a sus dos hijos mayores nacidos en Alemania, ni a su hijo menor, nacido en México.

Hace unos días, gracias a nuestro amigo Ernst y a un joven investigador alemán, Enrique encontró, ni más ni menos, que en la biblioteca de Wannsee, lugar donde Heydrich concibió “la solución final” de seis millones de judíos; unos documentos que demuestran el lugar donde Leon se casó con Nina en el campo de personas desplazadas, localizado en Hess Lichtenau. Al momento de ver la firma de su padre, lo reconoció de inmediato y se le llenaron los ojos de lágrimas. Seguramente le sucederá lo mismo al ver las calles, el gimnasio, (donde muy pocos judíos eran admitidos), el parque, etcétera. Desafortunadamente, Enrique no tiene la dirección donde vivía su padre, además los dueños actuales de todas las propiedades de la comunidad judía por lo general están renuentes a abrirle la puerta a quienes piden información.

Nuestro viaje a Alemania ha sido toda una aventura desde que llegamos; este país es otro mundo: todo funciona, no hay basura, la gente es amable, no hay inseguridad, hay poquitos gordos en la calle y las noticias no son de asesinatos, ni masacres. Hoy, precisamente, se publica en el diario Frankfurter Allgemeine una página entera acerca de los feminicidios en nuestro país: “Once mujeres cada día”, dice el encabezado. El reportaje es acompañado de una fotografía grande que ocupa prácticamente toda la página, donde aparece una manifestación de mujeres de Tehuantepec, Oaxaca.

Por otro lado, mientras el tren avanza hacia Varsovia, Enrique y yo seguíamos angustiados porque después de diez días su maleta, manejada por British Airways, sigue desaparecida en la “dimensión desconocida”. El Aeropuerto Heathrow es un verdadero caos y, lo que es peor, parece no importarle a nadie que han acumulado miles y miles de quejas de todas partes del mundo. Los ingleses siempre tan “cool”, esta vez la regaron. Tanto el aeropuerto como la línea inglesa pueden catalogarse en este momento como de los peores del mundo. Por mi parte, también padecí la pérdida de mi maleta durante ocho días con el tratamiento que no cabía en la maleta grande. Qué pesadilla tener que comprarse ropa que saldría sobrando en este viaje. Qué frustrante ha sido no poder hacer nada, no obstante los múltiples formatos que hubo que llenar. Es francamente una burla. Sería bueno que todos los pasajeros que están pasando por esta experiencia nos pusiéramos de acuerdo para levantar una demanda contra la peor línea aérea del mundo y el peor aeropuerto. Es imprescindible que no se salgan con la suya.

Después de seis horas de tren, al llegar a Varsovia ya nos esperaba en la estación Marek Keller, quien fuera pareja de Juan Soriano. Al salir del estacionamiento, en el corazón del centro de la ciudad, Marek exclamó: “Miren allí está una de las estatuas de Juan Soriano”. No lo podía creer, se veía espléndida en medio de la plaza. Qué orgullosa me sentí del artista tapatío. Lo más increíble de todo es que la estatua está a un costado del enorme edificio que regaló Stalin a la ciudad de Varsovia. ¡¡¡Ahora sí que los viajes ilustran!!!

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