En la plenitud de la senectud .

**TIERRA DE BABEL

/ Jorge Arturo Rodríguez /

 

Aperitivo:

“-Papá, papá, ¿qué se siente tener un hijo tan guapo?

– No sé, hijo, pregúntale a tu abuelo”.

 

Para bien o para mal, todos los días son especiales, depende de la capacidad que tengamos y contengamos para reír o llorar. Nada fácil en ambos casos. Recuerdo –aún puedo recordar- que en el cuento “Los pecados del cielo”, de Williams Deer, uno de los personajes sostiene que aparte de los siete pecados capitales, había otro más terrible y doloroso. Ese era el olvido. Refiero lo anterior por el Día del Abuelo y Abuela –¿y Abuele?- o Día del Adulto Mayor del pasado domingo 28 de agosto, lo que siempre, o casi siempre, nos remite a la vejez. Pero se puede ser abuelo viejo o joven, ¿o no? Ya estarán al tanto, quizás, de algunos ejemplos familiares, parientes, amigos, conocidos y demás. Cicerón decía que es preferible ser viejo menos tiempo que serlo antes de la vejez. Allá cada quien; cada quien que cargue con su cruz, dicen. Por cierto, dicen que dice un refrán: “Quien no sabe de abuelo, no sabe de bueno”. El chiste es que, de la misma forma que cuando pensamos o decimos “abuelo” se nos viene a la memoria la vejez, así también el olvido. Es decir, olvidamos a los abuelos, a nuestros viejitos, a los viejitos, a quienes nos parieron y siguieron parieron y continuaron las generaciones.

La Directora de Salud Municipal de Xalapa, Olga Alarcón, expresó poquito antes del Día del Abuelo que los adultos mayores “No pueden ser relegados, olvidados porque con todas esas canas que tienen y de experiencia por los años vividos (…) No es nuestro pasado, es nuestro presente”. Agregó: “Todos son importantes, pero quienes tienen a su mamá, su papá, su abuelito en este caso, cuídenlo mucho porque son nuestra vida, nuestras experiencias”.. Chido, pero resulta que muchos sufrimos de amnesia, corajes, odios, rencores, o simplemente somos malagradecidos… ¡Uf! A quien le venga el saco, que tire la primera piedra.

No recuerdo en qué película Tin Tan exclamó: “¡Estoy en la plenitud de mi senectud!” Ojalá y así tomáramos nuestra vejez. Pero es sumamente difícil, más cuando hay situaciones adversas y vivimos en un país donde… ¡Corte! No empecemos con payasadas políticas.

Según el INEGI, los suicidios de adultos mayores en México han ido a la alza en los últimos años. En edades de 60-64 años, en el 2017, los suicidios fueron de 186; en 2021, 245 suicidios. 65-69 años, en 2017: 143, y 2021: 172. 70-74 años, en 2017: 107, y 2021: 151. 75-79 años, en 2017: 79 suicidios, y 2021: 91.

Laura Barrientos, médica psiquiatra y académica de la Facultad de Medicina de la UNAM, señaló que “el problema de suicidios en poblaciones de adultos mayores no es algo nuevo, ni que se disparó a raíz de la pandemia, pues es una situación que puede estar motivada por soledad, enfermedades, depresión, entre otros factores”. Ah, vamos entendiéndonos, no es porque somos unos desalmados…

Bueno, la investigación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulada “Década del Envejecimiento Saludable 2020-2030”, sostiene: “El envejecimiento saludable es un proceso que abarca toda la vida y que afecta a todas las personas, no solo a las que no padecen ninguna enfermedad en el presente. La capacidad intrínseca se encuentra determinada en todo momento por muchos factores, entre ellos, los cambios fisiológicos y psicológicos subyacentes, los comportamientos relacionados con la salud y la presencia o ausencia de enfermedades. La capacidad intrínseca depende en gran medida de los entornos en los que las personas han vivido a lo largo de su vida”. Ah, ‘ta güeno.

Gabriel García Márquez escribió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. Y André Maurois expresó que el verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo sino la indiferencia del alma. Vaya, vaya, vaya…

Recuerdo –aún recuerdo- que en la novela Vencejos, de Fernando Aramburu, uno de los personajes señala: “Insisto en que quisiera tener la valentía de no resignarme a la humillación de envejecer y, lleno de entereza y de frío coraje, plantarme y decir: ‘Hasta aquí y no más’. Qué triste es la vejez. Y qué horrible darse cuenta de que uno arrastra por la última vuelta del camino la fragilidad, los achaques y los olores de los ancianos.”

¡Viva la vida! Sociedad, uníos: cuidemos y amemos a quienes nos dieron vida. Estamos en la plenitud de nuestra senectud.

 

De cinismo y anexas

 

Y para mostrar los dientes, de alegría no de rabia, con o sin placas dentales, ahí les dejo lo siguiente:

 

Una anciana le dice a otra:
-Con los años, mi marido se ha convertido en una fiera en la cama.
-¿Te hace el amor como un salvaje?
-No, se mea en las sábanas para marcar su territorio.

 

***

Una noche una pareja de mayorcitos estaba ya acostada en su cama. El marido se estaba quedando dormido, pero su mujer se sentía romántica y quería conversar.

Le dijo: “Cuando me enamorabas, me agarrabas la mano…”

De mala gana, el marido se dio media vuelta, le agarró la mano por unos segundos y luego trató de dormirse otra vez.

En pocos momentos ella le dijo nuevamente: “Entonces me besabas…”

Algo molesto, se dio media vuelta otra vez y le dio un ligero beso en la mejilla y luego se acomodó para dormirse.

A los treinta segundos, ella le dijo: “Luego tú me mordías el cuello…”

Molesto, el marido tiró la ropa de cama y se levantó. “¿Adónde vas?”, le preguntó ella.

-¡A buscar los dientes…!

 

***

Una vez Caperucita Roja fue a visitar a su abuelita sin saber que a su abuelita se la había comido el lobo, entra a la casa y dice:

-Abuelita, qué ojos tan grandes tú tienes.

Y la abuelita dice:

-Es para verte mejor.

Nuevamente, Caperucita mira a su abuelita y dice:

-Abuelita, qué orejas tan grandes tú tienes.

Y la abuelita dice:

-Es para escucharte mejor.

Caperucita vuelve a insistir:

-Abuelita, qué nariz tan grande tú tienes.

Y la abuelita le dice:

-Es para olerte mejor.

-Abuelita qué boca tan grande tú tienes.

Y la abuelita contesta ya cansada de sus preguntas:

-¿A qué has venido, a visitarme o a criticarme?

 

Ahí se ven.