“En los lugares donde ha habido violencia política sexual, hay otras personas que hablan por las mujeres”

Desde Guatemala, habla Yolanda Aguilar.

Por Daniel Meza Riquelme

“Nuestra tarea fue, y sigue siendo, sacarnos el dolor”. Así Yolanda Aguilar resume la manera en que ella y otras mujeres guatemaltecas conviven con el pasado reciente. Entre 1960 y 1996 la guerra civil dejó, según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, más de 200 mil personas muertas y otras 43 mil desaparecidas. Un 83% de las víctimas eran mayas y el Ejército Nacional fue responsable del 93% de los crímenes cometidos. Entre aquellas cifras, publicadas en 1999, quedó un crimen de lesa humanidad que no fue destacado ni narrado: la violencia política sexual hacia las mujeres.

El conflicto, enmarcado en la Guerra Fría, enfrentó al Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre contra los sucesivos gobiernos de la elite guatemalteca apoyados por Estados Unidos. Una de las causas estructurales fue la concentración de la tierra por parte de la United Fruit y la demanda de una reforma agraria. Reclamo histórico con la que simpatizaban amplios sectores campesinos; civiles desarmados, que el Ejército de Guatemala catalogó como enemigos internos y contra quienes aplicó una política de tierra arrasada.

Luego de 36 años, lapso en que se perpetró el genocidio contra la población maya, comenzó la búsqueda de verdad y justicia. Yolanda, rememora, que la comisión se centró en buscar las fosas comunes, en documentar pruebas para reconstruir los itinerarios de los perpetradores y así precisar a los culpables. Se buscaba a los muertos, que en gran parte eran hombres. Mientras que el silencio sobre la violencia sexual hacia las mujeres se había instalado.

“Las violaciones fueron masivas y múltiples. Eso significó que la mayor parte de las mujeres que son sobrevivientes de violencia sexual fueron violadas, digamos, colectivamente por varios soldados. Esto se invisibilizó, por supuesto, porque lo primero que se nombró en los informes de la verdad eran las masacres y asesinatos”.

“Fuimos las feministas las que empezamos a buscar los testimonios de las mujeres. Porque una de las cosas que es común en Chile y Guatemala, junto con otros lugares donde ha habido memoria histórica y violencia política sexual, es que hay otras personas que hablan por las mujeres. Pero cuando una empieza a buscar a las mujeres que vivieron estas historias, se da cuenta que ellas tienen mucho que contar. Por ejemplo, cuando se hablaba de una masacre todo el mundo sabía dónde habían asesinado a todos los hombres de una comunidad. Pero las mujeres quedaron vivas, muchas quedaron vivas. Ellas siguieron cuidando de los niños y reproduciendo la cultura de la comunidad, aunque no hablaban de lo que les pasó. Fue hasta que otras mujeres las empezamos a buscar, cuando se empezó a visibilizar».

En aquellos 36 años, recuerda, los sucesivos gobiernos justificaron los crímenes de lesa humanidad, precisa Aguilar, bajo la premisa de “quitarle el agua al pez”. Suponían, guiados por la ideología de la seguridad nacional, que aquello aislaría a la oposición que se había volcado a la lucha guerrillera en las montañas. En ese esquema las mujeres fueron concebidas como un botín de guerra, siendo sometidas a la tortura y esclavitud sexual.

Recuperar la alegría de vivir

Yolanda Aguilar, antropóloga de profesión, también es una sobreviviente. Pasó cinco años en la selva del Petén, al norte de Guatemala, combatiendo con la guerrilla. Luego, debió exiliarse en México. A su regreso comenzó a trabajar en la recuperación de la memoria de todas aquellas vulneradas. Ya en 2003, creyó necesario ir más allá de las recomendaciones de la justicia transicional que instruyó dignificar a las víctimas con “parques públicos y monumentos” que contarán los crímenes. Junto a otras, buscaba educar para que nunca más volverían a ocurrir.

Sin embargo, su historia personal le hacía saber que no todos los horrores de la guerra habían sido narrados. Que en aquellas tierras arrasada existía «una huella de dolor y sufrimiento, sobre todo en la población maya», con la vida de cientos de sobrevivientes truncadas por el “terror y miedo”. Con otras feministas, comenzó a trabajar y a comenzar juntas, a sanar.

«La única forma de vincularse con mujeres sobrevivientes es vincularse con organizaciones de mujeres mayas. Conocimos, como sociedad, los resultados de la guerra, que fue indispensable vincularse de otra manera. Esa otra manera era buscar las herramientas para sanar, para recuperar la vida, nuestras vidas. La recuperación de la alegría, del goce».

“Porque la violencia política sexual tiene como principal consecuencia el silencio, el miedo y el trauma. La disociación, que es una manera de aprender a sobrevivir. Muchas ni siquiera sabían en qué época estaban. No se querían relacionar con ningún tipo de relación amorosa porque reproducían la violencia, la esclavitud y tortura sexual”.

“La gran ventaja de las comunidades mayas, es que son herederas de una tradición ancestral y de un orgullo de su cultura, que gran parte de los mestizos de América Latina no tenemos de la misma manera (…) Esto les permitió a las mujeres mayas tener herramientas para salir adelante. Además, había tanto dolor acumulado y tanto sufrimiento en silencio, que cuando empezó a salir, salió con mucha fuerza”.

Hace doce años concretó uno de sus proyectos personales, la creación del Centro de Formación-Sanación e Investigación Transpersonal Q’anil. Que trabaja no sólo con mujeres «sobrevivientes de violencia sexual, sino de que muchas otras formas de violencia». Actualmente, un equipo de diez feministas guían procesos de sanación, que integran rituales mayas y autoconocimiento junto con trabajos de duelo, procesos colectivos y formativos. No sólo en Guatemala, sino también en otros países de América Latina.

“En los procesos de formación trabajamos mucho el vínculo entre la sexualidad, el erotismo y las emociones. Cómo transformar eso que decimos lo personal y lo político. Porque es muy fácil decir lo personal es político, pero ¿cómo se hace para vincularlo? Por eso siempre lo personal lo vinculamos a lo colectivo. Asociamos la sexualidad a las emociones. Las emociones siempre la vinculamos al erotismo y toda esa transformación, que sucede en nuestros cuerpos y subjetividades, la enlazamos también con el cambio espiritual. La transformación de la conciencia, que no se encuentra vinculada con un dios todo poderoso, sino que es algo que está unido con algo que sucede en nuestro ser, en nuestra existencia y nuestro cuerpo. Que además es un cuerpo histórico, político, psicológico y emocional. Eso es Q´anil”.

“Los hombres de izquierda quedaron obsoletos”

«Nosotras veníamos todas de una militancia política de izquierda y empezamos a descubrir que la izquierda nos había defraudado bastante, nos tenía muy decepcionadas. Pero cuando empezamos a vincularnos con nuestros cuerpos, a entender que podíamos nombrarnos mujeres; era algo inédito para nosotras, en aquel momento no sabíamos que podíamos nombrarnos mujeres y menos feministas. Nuestras primeras reflexiones fueron de mucho descubrimiento, mucha sorpresa».

Así recuerda el cambio de paradigma que significó para ella, y otras centroamericanas, conocer el feminismo durante su exilio en México a fines de los ochenta y principio de los noventa. No reniega de sus años en la montaña ni de las luchas guerrilleras de aquellos años: “En Centroamérica no había otra opción que participar de la lucha revolucionaria. Aunque fue un momento histórico, que ya cumplió su rol. Fue una linda experiencia, pero la vida continua y los contextos cambian”.

«Los hombres de izquierda quedaron obsoletos ante discusiones que les rebasaban su propio marco ideológico. El discurso de izquierda quedó obsoleto porque seguía viendo las realidades y los contextos sólo desde la perspectiva marxista leninista o desde la visión tradicional. Seguir analizando la realidad desde las clases se queda absolutamente limitado. Por ejemplo, las mujeres, compañeras, mayas, cuando empezaba el feminismo ya hablaban de género, clase y etnia. Nosotras no entendíamos. Los hombres de izquierda menos. Pero la verdad que por muchos años les importó muy poco (el feminismo) lo minusvaloraban. Les parecía intranscendente. Las mujeres, a su vista, siempre habíamos cumplido y debíamos seguir cumpliendo roles tradicionales de género femenino. Porque ellos eran los que iban a dirigir la revolución”.

“Yo ya no estoy de acuerdo con la consigna de Patria o muerte, venceremos. Eso era un cierto culto a la muerte sacrificial y con eso hay que romper definitivamente. La lucha revolucionaria fue entendida desde una visión que era salvadora de los empobrecidos. No se planteó el revisar y democratizar las relaciones personales. Esa actitud salvadora y esa mirada del sacrificio no les permitió comprender que se debían transformar a sí mismos«.

De aquellos años de lucha guerrillera en Centroamérica aún quedan temas de los cuales, explica, poco se habla. “Historias de mujeres que fueron violentadas por sus propios compañeros de militancia en el conflicto armado», asegura. En los últimos años algunas han contado sus historias de abusos en los espacios y luchas que creyeron seguras, pero aún son pocas. No cree, precisa, que sea un tema tabú, sino que casos que lentamente comienzan a emerger en varios países de la región.

«La rabia que tienen en Chile es equivalente al dolor que tenemos en Guatemala»

Yolanda Aguilar aclara que los procesos de sanación en parte son un privilegio, dado que gran parte de las latinoamericanas no pueden acceder al no tener asegurada la subsistencia. También, se refiere al factor impunidad, a los casos de vulneración de derechos humanos como de violencia machista. ¿Es posible sanar cuando no existe justicia?

“Yo diría que es posible ir sanando a lo largo de la vida. En mi experiencia personal digo que sí es posible sanar. Porque yo lo viví (…) Hemos vivido enfermas de violencia y dependencia, pero las sociedades pueden ir sanando al ir superando patrones de relaciones tradicionales. También las nuevas generaciones pueden ir sanando las cosas que nosotras no pudimos. Eso lo veo en las feministas más jóvenes, eso me da esperanza”.

Yolanda, además, expone el caso de una comunidad de mujeres maya que desistió de ir tribunales para conseguir condenas contra sus victimarios. Tras veinte años optaron por continuar con un proceso comunitario de sanación y no seguir procesos judiciales contra sus violadores durante la guerra civil. Una decisión inédita en un contexto de crímenes de lesa humanidad, que será explicada en “La justicia de las mujeres”, libro que será lanzado en un par de meses.

Piensa que en América Latina hay rabia y frustración contenida, que en los últimos años impulsó revueltas sociales. A su parecer aquello es un componente histórico que no se puede obviar, que a priori no es bueno ni malo.

“La rabia puede ser incentivadora de formas de hacer, de crear, de mover. Pero el asunto es que necesitamos vincularnos con otra forma de estar en el mundo para construir el tipo de sociedades, colectivos y movimientos sociales que queremos. Porque después de esa movilización ¿qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a cambiar el mundo? ¿Con los mismos patrones que estamos criticando al sistema? El asunto es como no quedarse ahí, la rabia no es una emoción desde la cual vamos a poder construir”.

«Los cambios son personales y relacionales. Sino transformamos lo personal, las culturas donde vivimos, nuestras familias, las relaciones o vínculos amorosos que nos determinan, no estamos transformando el mundo. Necesitamos seguir con la transformación personal. Lo que hay ahora es una revolución de la conciencia. A partir de que las sujetas activas de gran parte del cambio, en todas partes del mundo somos las mujeres, en todo aspecto de la realidad».

Finaliza la conversación, alegre y con voz pausada, explicando que la sanación personal y colectiva “es una tarea que empieza y no termina”. Remarca que para «entender y transformar la realidad hay que deconstruir todo, por eso debemos empezar por nuestro interior«.

Fuente: http://oge.cl/

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