En problemas.

/Carlos Elizondo Mayer-Serra/

El teflón parece haberse desprendido. Acostumbrado a vivir entre la mentira y el cinismo, llegó al poder por su capacidad de navegar en mares en los que otros hubieran naufragado, ahora corre el riesgo de perder el cargo por no haber cumplido con una regla emitida por su gobierno en los meses más duros de la pandemia: sólo socializar con una persona, a más de dos metros de distancia y en un lugar abierto.

Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, enfrenta un vendaval por haber ido a una fiesta en sus oficinas el 20 de mayo del 2020 a la que asistieron unas 40 personas de las 100 invitadas. Alega haber creído que se trataba de una reunión de trabajo, cuando la invitación era para un evento donde cada uno debía llevar su botella. Hubo otras fiestas sin su presencia en la misma sede de gobierno.

Al ser un sistema parlamentario, la mecánica del poder es muy distinta al mexicano. El primer ministro no es electo directamente por la ciudadanía. Para mantenerse en el poder, requiere una mayoría de votos entre los legisladores. Su partido los tiene con holgura: 363 escaños de un total de 650. Pero necesita que una mayoría de los miembros de su partido lo apoye. Nunca faltan quienes sueñan con sacar a su jefe para quedar ellos en su lugar. ¿Habrá suficientes parlamentarios conservadores dispuestos a deshacerse de él a través de una elección interna?

La otra cara de la moneda es que sus miembros se pueden reelegir y su suerte depende mucho de quién los encabece en la contienda. Muchos conservadores llegaron al Parlamento gracias al éxito de Johnson en la última elección, el 12 de diciembre de 2019. Sin Johnson, ¿qué conservador puede encabezar con éxito las siguientes elecciones? O, por el contrario, ¿Johnson es un lastre y hay que arrojarlo por la borda?

Decía un clásico que, en política, una semana es una eternidad. Aunque no se ve fácil, algo pudiera cambiar la conversación pública y mostrar que Johnson aún tiene teflón. Políticos que parecían acabados, como Trump después de la turba que tomó el Congreso de su país el 6 enero del 2021 con el fin de descarrilar la confirmación de Joe Biden como Presidente, violando normas éticas fundamentales que parecían bien enraizadas en Estados Unidos, sigue controlando el Partido Republicano y puede competir, e incluso ganar, en la elección del 2024.

Hoy, AMLO tiene una posición muy sólida. Con altos niveles de aprobación y de credibilidad personal (no viene de la élite como Johnson), una oposición débil y la capacidad de imponer a diario la conversación pública gracias a la mañanera y a medios de comunicación menos fuertes que en el Reino Unido, su teflón parece eterno: puede decir en la mañanera que tiene gripa y luego dar positivo a Covid sin pagar un costo político importante.

El mayor reto que enfrenta es el tiempo. El ciclo sexenal es brutal. Morena es de AMLO, pero sus miembros saben que el 1o. de octubre del 2024 su dueño dejará la Presidencia. La disputa sucesoria está abierta, y no porque AMLO haya destapado las corcholatas antes de tiempo, sino porque quienes están en la política lo que buscan es el poder, y la Presidencia es el premio mayor. El PRI sobrevivió tanto tiempo en el poder porque supo manejar el proceso sucesorio. Ahora hay más espacio político afuera de Morena que hace 50 años afuera del PRI. AMLO es más poderoso que cualquier presidente priista, pero en el 2024 habrá elecciones competitivas, salvo que logren su objetivo de destruir el INE.

AMLO fue electo por un sexenio y tendrá su anhelado espaldarazo con la elección revocatoria del 10 de abril. Continuará usando su poder para consolidar los temas y las obras que le importan, el control de los puestos clave del sistema político y sus reformas pendientes. Pero nunca se sabe qué eventos pueden cambiar el ritmo o el rumbo del sexenio.

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