*SU ARTE, CORRELATO VISUAL DE LA VIDA AFECTIVA.
/ Angélica Velázquez Guadarrama / Instituto de Investigaciones Estéticas./
En su Autorretrato, Guadalupe Carpio mira de frente al espectador mientras sostiene el pincel con la mano derecha y con la izquierda la paleta, un haz de pinceles y el tiento, una herramienta utilizada por los artistas para trabajar los detalles de una pintura al óleo. Vestida con una bata de seda rosada con el cuello y los puños azulados y colocada sobre una silla frente al caballete, la artista se representa en el momento de pintar el retrato de su marido, acompañada de sus hijos, Guadalupe y Martín, nacidos en 1852 y 1854, y de su madre, María Guadalupe Orozco Berruecos.
En este retrato colectivo, la pintora ha logrado una acertada caracterización de los personajes en las actitudes y las poses, correspondientes al papel que cada uno tiene en el cuadro: el bebé con su gorro y sonaja y la madre y la hija mirando y admirando la creatividad de la artista. Igualmente, ha establecido un sugestivo dispositivo de miradas que confieren dinamismo al conjunto, pues mientras ella y el marido interpelan al observador, la hija y la madre dirigen la vista al retrato y el bebé a un punto indefinido.
Guadalupe Carpio adoptó un modelo ampliamente difundido en el siglo XVIII: el de la pintora que armoniza el ejercicio artístico con los deberes maternos y en el que el marido se hace presente mediante su efigie pictórica. La solución compositiva le permite presentarse en el centro del cuadro como una figura empoderada en la que convergen sus diferentes identidades: núcleo de la familia, esposa, madre, hija y artista.
El retrato es una elocuente imagen de la práctica artística de las mujeres burguesas del siglo XIX enmarcada en el ámbito doméstico y compartida con los deberes del hogar. En tanto que la pintora conforma con sus hijos y su madre un conjunto compacto en el que la cercanía y el contacto físico entre los personajes se antojan el correlato visual de su vida afectiva. La imagen del padre sólo se hace presente, simbólicamente, mediante el retrato que la esposa le pinta; pero la animación que se desprende del Retrato de Martín Mayora, en un giro de la noción albertiana del cuadro, sugiere la ilusión de estar asomándose desde el exterior por una ventana, complacido con la vista de la feliz escena familiar. Después de todo, es posible imaginar que la autora esté mirando a su marido en tanto que modelo del retrato que pinta y que el espectador de la escena no sea otro que Martín Mayora contemplando a su mujer, sus hijos y su suegra.
En 1876 fue la única mujer en asistir a la Exposición Universal de Filadelfia con siete telas como parte del contingente de pintura mexicana
Al igual que la mayoría de las mujeres que se dedicaron a la pintura a mediados del siglo XIX, la familia de Guadalupe Carpio pertenecía a la élite cultural y artística de Ciudad de México. Manuel Carpio, su padre, además de ser un reconocido médico, fue un prestigiado poeta vinculado a la Academia de Letrán. Sus lazos amistosos e intelectuales con Bernardo Couto, director de la Academia de San Carlos entre 1852 y 1860, y con el poeta José Joaquín Pesado, académico de honor y miembro de la Junta de Gobierno de San Carlos, fueron estrechos. Además, Carpio fungió como secretario interino de la Academia cuando Manuel Diez de Bonilla dejó el cargo en 1855 y se desempeñó como profesor de anatomía en la misma institución.
Como todas las artistas de su generación, Guadalupe Carpio se formó tomando clases particulares en su casa, primero con Miguel Mata y Reyes y a partir de 1858, con Rafael Flores, ambos profesores de la Academia. El 11 de diciembre de 1849 contrajo matrimonio con el químico y farmacéutico vasco Martín Mayora, con quien procreó diez hijos, lo cual no le impidió seguir pintando y presentando sus trabajos en la Academia. Guadalupe Carpio fue una asidua participante en las exposiciones que desde 1848 la Academia de San Carlos celebraba en las “salas de obras remitidas de fuera de la Academia”, en donde presentaban sus obras las mujeres, así como los artistas nacionales y extranjeros independientes. Durante casi cuatro décadas, presentó algunos originales y numerosas copias de cuadros religiosos, retratos, escenas costumbristas y bodegones. En 1876 fue la única mujer en concurrir a la Exposición Universal de Filadelfia con siete telas como parte del contingente de pintura mexicana. Cuando murió, el 19 de febrero de 1892 en Toluca, a los 64 años, sus pinturas acababan de mostrarse en la XXII Exposición, verificada en el paso de 1891 a 1892.
El caso de Guadalupe Carpio de Mayora que expuso sus obras hasta el final de su vida constituye más bien una excepción que podría explicarse por la condición de su familia, pues tanto su padre como su marido desempeñaban profesiones liberales, lo que podría sugerir una actitud mucho más progresista respecto a la participación de las mujeres casadas en un evento público como lo eran las exposiciones de la Academia. Pero la mayoría de las “señoritas pintoras”, como las designaba la crítica de arte, luego de contraer matrimonio abandonaban los pinceles y/o dejaban de exponer en la Academia.
